La pandemia como metáfora

OPINIÓN

Trump descendiendo del helicóptero que lo llevó al hospital Walter Reed de Bethesda
Trump descendiendo del helicóptero que lo llevó al hospital Walter Reed de Bethesda Joshua Roberts | Reuters

05 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«El modo más sano de estar enfermo es huyendo de la metáfora». Susan Sontag

Trump y su esposa acaban de declarar que padecen coronavirus y se han sometido a cuarentena. Mientras tanto, la comunidad de Madrid también se somete pero recurre la orden ministerial de actuaciones coordinadas ante la transmisión comunitaria del virus sars_cov2 en buena parte de Madrid. Eso sí, sin .solicitar su paralización, quizá porque prefiere que las medidas duras las protagonice el gobierno al que acusa de lavarse las manos.

Ambas situaciones son metáforas del fracaso y la agonía esperpéntica del negacionismo y la inmunidad de rebaño ante la pandemia. Una buena noticia y un alivio para todos, pero aún con capacidad de darnos más de un susto.

El negacionismo y la estrategia de inmunidad de rebaño que se han extendido desde los inicios de la pandemia con casos similares como el de Bolsonaro a otros países como Brasil, pero que aunque ha sido progresivamente abandonada al comprobarse su fracaso, sin embargo sus tópicos y prejuicios se mantienen vivos en algunas prácticas políticas, pero sobre todo en la opinión pública y especialmente activos en las redes sociales.

Porque tanto desde el gobierno Tump como desde el de Ayuso, es verdad que a distinto nivel y con intensidades diferentes, aunque dentro de la misma línea, se ha alentado primero a los sectores negacionistas como fuerza de choque contra las medidas de contención y confinamiento y contra sus impulsores_ científicos, organismos internacionales y gobiernos_ sin ningún reparo a aparecer incluso al rebufo de sectores de la extrema derecha o el supremacismo blanco. Desde las manifestaciones sobradamente motorizadas en las calles del barrio de Salamanca hasta los desfiles excesivamente armados en las ciudades de los Estados más ultraconservadores de los EEUU.

Por eso, tanto la una como el otro, han dado cobertura a las acusaciones como totalitarios a los gobiernos, organismos y responsables públicos que consecuentemente han promovido y defendido las declaraciones de alarma y los confinamientos, que por otra parte han representado la respuesta más generalizada a nivel internacional en base al conocimiento científico de la pandemia. También, han apoyado sus dogmas sobre la primacía de una libertad individual sin matices, frente a los confinamientos y las limitaciones de movimientos, horarios y reuniones puestas en marcha excepcionalmente en defensa de la salud pública y la solidaridad. Ambos, tampoco han dudado en promover la práctica del darwinismo social con los más vulnerables, bien en el momento más álgido de la enfermedad en las derivaciones de las residencias de ancianos o a lo largo de toda la pandemia estigmatizado y discriminando a los sectores de excluidos y a los barrios más deprimidos.

En resumen, que tanto Ayuso como Trump han seguido apostando por la primacía de la reactivación económica a todo trance frente a las medidas de salud pública, sin reconocer que la una sin la otra, además de éticamente inaceptable es también económica y socialmente inviable. Por eso, han presionado, el uno a sus Estados y la otra al gobierno central para la superación prematura y precipitada del confinamiento y la apertura indiscriminada, llamando al incumplimiento o incumpliendo flagrantemente ellos mismos conoo la implantación de las medidas de prevención, autoprotección y distanciamiento.

Han negado de hecho la persistencia de la amenaza después de los confinamientos, para excusarse con ello de cumplir sus compromisos de fortalecimiento de la salud pública y la sanidad en el tratamiento de casos y el seguimiento y aislamiento de contactos, y como consecuencia han debilitado la respuesta a los sucesivos brotes y aún hoy a la segunda ola.

Asimismo, han minimizando los datos de alta incidencia y de transmisibilidad de la enfermedad, han desmentido, cuando no relevado a los científicos y han exagerado las capacidades sanitarias existentes, para así justificar su pasividad y el retraso en la puesta en marcha de las medidas, agravando la situación. Y cuando han respondido, lo han hecho apostando, sin embargo, solo por medidas efectistas, cuando no contraproducentes o absurdas, pero para nada efectivas como los test masivos, el anuncio de hospitales monográficos o incluso los remedios milagrosos. Por supuesto, no han tenido en cuenta en absoluto los determinantes de la desigualdad social que esos sí inciden en la transmisión y en la gravedad de la pandemia.

En cuanto a la comunicación, lejos del rigor y la claridad exigibles a los poderes publicos en una materia tan delicada, han sido maestros en la ambigüedad y la confusión en sus mensajes a la población, todo para continuar manteniendo una cada vez más indefendible inmunidad de rebaño, ante la absoluta falta de argumentos, dados los ínfimos datos de seroprevalencia existentes.

Por eso, han sido fundamentalmente los sectores económicos interesados los que han hablado por ellos, con discursos catastrofistas frente al anuncio de cualquier medida de contención, mitigación o confinamiento. A pesar de todo, ellos mismos no han dudado en utilizar las graves consecuencias económicas y sanitarias de la pandemia como ariete para el desgaste y la confrontación contra sus oponentes políticos.

En definitiva, han hecho de la pandemia materia de discordia social y política, un frente a los llamamientos a la unidad de los organismos internacionales, la opinión pública y la sociedad civil. Han estigmatizado y convertido en tabú el confinamiento y a sus impulsores, y han buscado convertir a sectores sociales concretos, a las minorías etnicas y a los barrios desfavorecidos en chivos expiatorios de la crisis pandémica.

Hoy, en la segunda ola que recorre, entre otros continentes a Europa, la inmensa mayoría de los gobiernos adoptan de nuevo decisiones extraordinarias, similares al vituperado estado de alarma, como el estado de contingencia de Portugal, la prolongación del estado de emergencia en Italia hasta enero de 2021 o el endurecimiento de las medidas en las ciudades de distintos países como Francia, Alemania o Gran Bretaña, de nuevo con la beligerancia de la Santa alianza del negacionismo y la inmunidad de grupo.

Más allá de eso, hoy también todos somos más vulnerables por el empecinamiento de personajes como Ayuso y Trump en dar una voz institucional a la extrema derecha del negacionismo y a la estrategia de la inmunidad de rebaño. Los sectores más desfavorecidos y vulnerables son los grandes afectados por la pasividad de este dogmatismo clasista frente a la pandemia.

Porque el virus sigue golpeando al mundo y dentro de Europa y los EEUU en especial a los sectores con mayor pobreza y mayor carga de enfermedad. Mientras tanto el negacionismo y la inmunidad de rebaño desafinan tocando la lira.

Y eso sí que no es una metáfora, es muy real.