Siempre necesitaremos Quinoterapia

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

AGUSTIN MARCARIAN

11 oct 2020 . Actualizado a las 11:29 h.

El secreto era que ponía a correr a la ternura. Litros de ternura entraban en el torrente sanguíneo al leer sus viñetas. En vez de adrenalina a saco. O mejor, diluía, sabio, la adrenalina del enfado de un mundo perverso en el dulce de leche de la ternura de niño. Era un pesimista tierno. El punto de vista lo hacía inmenso. El terrible Ciorán con la mirada de una cría Mafalda que te hace tiritar la conciencia. Así era Quino. Utilizaba el sedante natural de la ternura ante el golpe de la realidad. Esas tiritas que Mafalda se preguntaba cómo se pegaban en el alma, en las heridas del alma. Esas aspirinas que le quería dar al mundo. Qué tipo más genial. ¡¡¡Paren el mundo, que me quiero bajar!!! ¿Quién no lo ha pensado un millón o dos millones de veces? ¿Quién no ha tenido esas ganas de bajarse? ¿Quién no ha tenido que juntar ánimos para levantarse de la cama y poner otra vez los pies en el patíbulo del suelo? Los pies convertidos en yunques. Mafalda es el eje feminista. Pero están los demás. Manolito, hablando en plata, elemental, es un monolito. Libertad, irónicamente pequeña. Felipe, entusiasta contradictorio, lee al Llanero solitario y ama a Muriel. Susanita, maruja prematura, cotilla. Miguelito, inocencia reflexiva. Guille, pícaro hasta el chupete. Los padres. Él, Alberto, abrumado. Ella, Raquel, microclima casero, afterhours madre 24 horas por siete días. Y la tortuga, claro, llamada Burocracia. Genial esa tira en la que Mafalda pregunta cómo es que envían a un padre al trabajo todos las mañanas y les devuelven a la noche una piltrafa. Esa manera de clavar cómo somos hámsteres corriendo en la noria de la nómina y las facturas, catetos para pagar la hipotenusa de las hipotecas. El odio a la sopa. El amor a los Beatles. Todo suma y multiplica para que Quino tenga un duelo mundial. Todos nos vemos en esa pandilla de pequeños. No hay fronteras cuando se habla el lenguaje del sentimiento. De la hiel hacía hidromiel, ahora que sobrevivimos en una sociedad de hidrogel. ¿Cómo habría dibujado el absurdo inmenso de esta pandemia en la que los gobiernos de todo signo y lugar se empeñan en acabar con nosotros? Nos ha faltado esa Mafalda con mascarilla. Es fácil deducir que pensaría que la suma de inútiles al mando no altera el producto del fracaso que nos estamos comiendo. Pero poco se puede añadir sobre el dibujante, periodista de tinta y lápiz, que lo que subrayaron dos grandes, como García Márquez y Julio Cortázar. García Márquez: «Después de leer a Mafalda me di cuenta de que lo que más te aproxima a la felicidad es la quinoterapia». Y Julio Cortázar: «No tiene importancia lo que yo piense de Mafalda, lo importante es lo que Mafalda piense de mí». Tal es su fama. Una chiquita gigante. Gracias, Quino.