El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención en la segunda sesión del debate de moción de censura presentada por Vox
El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención en la segunda sesión del debate de moción de censura presentada por Vox Mariscal | Efe

25 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Habrá que esperar a los sondeos de opinión con un número de encuestados suficiente para tomarlos en consideración, pero el hecho es que Pablo Casado evitó el jaque mate (del que hablamos en este periódico en la columna del pasado jueves) de Santiago Abascal en la moción de censura que, por descontado, no iba, aunque sí formalmente como es reglamentario, contra Pedro Sánchez, sino contra el PP, para presentar a Vox como la clave de bóveda de la derecha y alternativa de gobierno en breve, una suerte de nueva derecha inclinada hacia el radicalismo.

En ajedrez los recursos son ilimitados, entendiéndose el adjetivo en el contexto de la desorbitante cantidad de movimientos posibles. Advirtió ya hace veinticuatro siglos el griego Epicuro que hay que «cuidar tanto los principios como los finales». Es decir, que cuando se inicia un ataque al rey (Casado), han de preverse todas las variantes para alcanzar el objetivo, resultando en este caso que el asaltante no se percató del escaque al que pudo saltar el asediado, un descuido que a Abascal le noqueó («me ha dejado usted absolutamente perplejo», dijo).

El escaque salvador es el «hasta aquí hemos llegado» del presidente del PP al de Vox; es el escaque que se reubica en la moderación (tiempo al tiempo, no obstante, porque Casado estaba obligado a ello para no perecer). Aunque la repulsa al fascismo hubiera sido muy aconsejable antes, no estimamos, como Pablo Iglesias, que su tardanza la invalide. La recomposición de los materiales ideológicos de los conservadores es una esperanza para este país, partido en dos, y de una manera tal que sostener que estamos en una guerra civil fría no nos parece exagerado. El no (en la votación de la moción) del líder popular al líder populista es, a nuestro juicio, un no a las muchas fobias de un leviatán que estaba engullendo a España.

Así pues, Pablo Casado se ha engrandecido y, consiguientemente, ha empequeñecido a Santiago Abascal, lo que debería derivar en una encogimiento electoral y social de Vox que, de materializarse, congregaría solo a los irredentos franquistas, falangistas, requetés, etcétera.

Ahora bien, el puñetazo en la mesa de Casado, además de al PP, ¿a quién beneficia? Supondremos que el bloque de izquierdas estará ahora henchido, respirando a pleno pulmón mientras el bloque antagónico se rememora, quizá por medio del eje Casado-Arrimadas. Pero las izquierdas no son, tomadas en conjunto, un augurio de democracia. Porque Podemos y los nacionalismos de raza no van a suspender los trabajos de demolición de esta vieja democracia para levantar otra con forjado aceroso.