Oficio de difuntos

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Juan Carlos Caval | Efe

31 oct 2020 . Actualizado a las 11:11 h.

Cada año por estas fechas escribo una oración laica en recuerdo de todos los difuntos, un obituario colectivo en memoria de quienes habitan el silencio y acaso el olvido.

Los cementerios son el lugar donde se celebra la fiesta de los muertos, los camposantos son la última residencia de quienes han cruzado a la otra orilla de la vida.

Son, están en el lado oscuro de los recuerdos, son el eslabón mas triste que escribe en el viento que esparce sus cenizas cuando los cadáveres no descansan en la tierra sagrada de los camposantos.

Envío palabras de nostalgia para los muertos anónimos, los que no han tenido una sepultura para descansar por toda la eternidad, para los que duermen el último de sus sueños en una fosa común, para los ahogados que reposan en el inmenso lecho de los mares, para los que se perdieron entre la niebla de la historia, para todos ellos mi memoria solidaria.

Memento mori, recuerda que eres mortal, que morirás, fue lo que le susurró al oído su primer asistente a un general victorioso que hacía su entrada triunfal en Roma, la capital del imperio, y esta frase quedó grabada en el frontispicio de nuestra civilización, subrayando el oficio de difuntos, no el coral de la iglesia en sus cánticos fúnebres, no la novela de Uslar Pietri, sino la tarea mortuoria de la nación de los muertos que a todos nos iguala, no importando las dimensiones del panteón ni la humilde sepultura.

Viven los muertos, nuestros muertos, en un intramundo desconocido, en una patria poblada por osamentas y calaveras que la cultura mexicana ha convertido en júbilo anual festejando a su manera el día de los muertos, que bien es cierto que nadie se muere del todo mientras su recuerdo permanece entre los suyos; tan cierto como la no existencia de la inmortalidad, que no tiene un hueco donde instalarse en nuestra civilización.

Vivimos la muerte cercana en tiempos de pandemia que galopa como un jinete del más duro de los apocalipsis; enterramos a nuestros muertos con un aquel de nocturnidad vergonzante, y en un solo día al año los recordamos hasta que las flores se marchiten sobre su tumba.

Oficio de difuntos cuando comienza noviembre y se acortan los días y llegan los fríos que envuelve la noche. Para ellos el más piadoso de mis homenajes en este artículo que quiero concluir poniendo en el diario, en el periódico, una lápida de papel por los que ya no están. Por mis muertos, por todos los fieles difuntos.