Bolivia y EEUU

OPINIÓN

Evo Morales, durante una rueda de prensa en Buenos Aires el pasado febrero
Evo Morales, durante una rueda de prensa en Buenos Aires el pasado febrero Juan Ignacio Roncoroni | Efe

Casi todo está dicho sobre las elecciones en EEUU, pero ¿y si las ponemos en contexto con otro país de América?

19 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Bolivia es un país del doble de tamaño que España con una población de 11 millones de habitantes. Hay un porcentaje mayoritario de población descendiente de los pueblos originarios, hay también población afrodescendiente de las personas africanas esclavizadas en la época colonial. Y luego está la población criolla, muy minoritaria, descendiente de los colonizadores europeos y algunos árabes. Las diferencias económicas, sociales y culturales son abismales.

Hasta hace cien años, la población originaria vivía en la esclavitud de facto sin ningún tipo de derechos políticos. Tras la guerra del Chaco en 1932 y la revolución de 1952 comenzó a cambiar la situación. Pero no es hasta el estallido violento de 2003 y la posterior victoria de Evo Morales, que el empoderamiento de la población originaria y mestiza se traduce en poder político real.

Hace un año el presidente Morales cometió una evidente ilegalidad al presentarse a un nuevo mandato en contra de la constitución. Esa debilidad fue aprovechada por la derecha integrista cristiana que, apoyada por el «Trumpismo», dio un golpe de estado y puso de presidenta a una persona que apenas había obtenido representación en las últimas elecciones. La presidenta interina retrasó la convocatoria de elecciones y tomó decisiones como si fuera un gobierno legítimo. Lo normal en esa situación hubiera sido una guerra civil.

En lugar de eso, ha habido elecciones libres. Ha ganado el partido de Evo Morales, pero sin Evo Morales, con candidaturas renovadas fruto de la negociación y el pacto entre las diferentes facciones del partido. El segundo partido ha obtenido más de un 30% de los votos y es un partido de derecha, digamos tradicional. Los integristas radicales sacaron poco más del 10% de los votos. Los partidos derrotados, incluyendo los integristas aceptaron públicamente su derrota en pocas horas. Evo Morales ha vuelto al país, hablando de reconciliación y dispuesto a responder ante la justicia de las acusaciones que le puedan hacer.

Un ejemplo admirable de capacidad para la resolución pacífica de un conflicto. El deseo de trabajar por lo común ha triunfado. En EEUU, los pueblos originarios apenas perviven tras el genocidio colonial. La diversidad de la población es fruto de la esclavitud, de los inmigrantes económicos y de los hispanos que vivían en la zona sur arrebatada mediante la guerra a México.

En EEUU también existe una profunda brecha social y económica. Fue necesaria una cruenta guerra civil para acabar con la esclavitud y hace poco más de 50 años, el presidente Kennedy, tras legislar a favor de la población afroamericana, fue asesinado. Su hermano Robert, que posiblemente hubiera ganado las elecciones a Nixon, fue también asesinado durante la campaña electoral. El líder de la comunidad afroamericana, Luther King, fue igualmente asesinado.

Es bueno recordar que el mencionado Nixon era un maltratador. Su entorno sabía que le pegaba tremendas palizas a su mujer. Sin embargo, a nadie le pareció suficientemente importante como para inhabilitarlo para su cargo. Eso es una muestra de cómo las democracias se han construido de espaldas al 50% de la población. Las mujeres no son una minoría, son la mitad de la población. Y en EEUU, como en Bolivia sufren una violencia sistemática que goza de enorme impunidad.

No es casualidad que casi el 52% del nuevo parlamento boliviano sean mujeres, ni el papel de éstas en este año de tensiones sociales. Tampoco es casualidad el odio que las mujeres del partido demócrata despiertan o el voto masculino hispano y afroamericano a Trump. Muchos machos negándose a perder su posición.

Nos encontramos por tanto con una sociedad profundamente desigual, que margina a grandes bolsas de su población y que lo hace de forma violenta. No solo eso, en EEUU, 40.000 personas mueren al año por armas de fuego. Recientemente en Michigan, se ha descubierto el complot de unas milicias armadas para secuestrar a la gobernadora demócrata. En Filadelfia otro grupo armado planeaba interrumpir el recuento de votos.

El presidente de ese país es un señor que durante los debates de las primarias de su partido llamaba a uno de sus rivales «pene pequeño». A su rival en estas elecciones le llama Pepe el dormilón. No paga impuestos en su país, los paga en China. Durante la guerra de Vietnam usó el dinero de su padre para no ir a la guerra. Además, dice públicamente que él no va a hacer caso de los científicos y se ríe de su rival porque él sí les hace caso.

Aun así, setenta y tres millones de personas votaron de forma consciente y deliberada a un putero mal hablado. Y un porcentaje no desdeñable cree las patrañas sobre las elecciones que tuitea este mal perdedor.

Biden será presidente y es una gran victoria, sin duda, pero la democracia no podrá sobrevivir sino son capaces de desterrar ese odio irracional de la sociedad.

Si queremos evitar el voto a personas y grupos antidemocráticos e incluso terraplanistas, debemos aprender sobre la resiliencia de pueblos como el boliviano. Tenemos que madurar políticamente. Nadie va a venir con una fórmula fácil para afrontar los desafíos que supone la extrema derecha. Para mantener la capacidad de organización desde abajo y la cohesión basada en los valores democráticos es necesario un trabajo duro y constante. Un trabajo de muchas manos al margen de los aplausos fáciles y de los atajos. Solo así se podrán reconducir los discursos del odio.