Presupuestos y tendencias de fondo

OPINIÓN

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en la presentación de los Presupuestos
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en la presentación de los Presupuestos

21 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay rumbo y hay tendencia de fondo. La pandemia y la derecha están embarullando y llenando de alaridos la vida pública y la hacen parecer una barahúnda informe. Pero hay tendencia. En estos tiempos cualquier tendencia puede disolverse en remolinos pero, lenta y espesa, hay tendencia. Es favorable para Pedro Sánchez, desfavorable para la derecha y para Podemos, y muy tranquila para las oligarquías: aunque derechas e Iglesia pregonen el fin de los tiempos, la bolsa y la prima de riesgo se mecen tranquilas y sin oleajes.

El Gobierno pidió responsabilidad para aprobar unos presupuestos necesarios, pero no tenía razón. El apoyo a unos presupuestos es el apoyo político que sostiene a los gobiernos y tiene todo el sentido que sea lo último que la oposición quiera apoyar. El arranque natural de la ley más importante del año es que, de entrada, llegue al Parlamento con los apoyos que sostienen al Gobierno. Es lo que se espera en Madrid o Andalucía, por ejemplo.

El griterío es atronador sencillamente porque, si se aprueban los presupuestos, el Gobierno aguantará la legislatura. Lo esperable es que se aprueben, que haya vacuna, que el verano sea casi normal, que lleguen las ayudas europeas y que no haya recuperación en V pero sí algo de esperanza. El PP necesita estrategia porque lo fio todo a la caída del Gobierno. El PP lo sabe, pero no es seguro que Podemos sepa que también ellos llegarán al verano más débiles. Con unas cuentas prorrogables Sánchez tendrá más fuerza en el Gobierno y fuera de él y saldría bien parado de un encontronazo con los morados. Vayamos por partes.

La derecha tiene un par de apocalipsis de pronto uso que utilizan para cualquier situación. La urgencia siempre es la lucha contra ETA, la humillación de las víctimas y la ruptura de España. No importa si hay una crisis de deuda o una pandemia devastadora. Su análisis es siempre el mismo. Si no está en el poder, el PP no tiene patria y tiene maneras de la extrema derecha, que, como vemos en EEUU, necesita barro para que no se vean los hechos y ruido para que no se oigan razones. Utilizan lo común como enfrentamiento, sea la bandera o el recuerdo de las víctimas. El PP siempre comerció políticamente con el dolor de los muertos, de ETA o de Covid. Ayuso utilizó sin escrúpulos desde el principio la tragedia sanitaria para la confrontación y la propaganda, la tensión y la notoriedad. El PP está reventando las costuras del poder judicial, abusando de los procedimientos de la UE para fingir que se desconfía de nuestro estado de derecho y poniendo trabas a la ayuda europea que necesitamos. Solo Casado apoyó a Hungría en su deriva fascista y a la vez denuncia a España por ser como Hungría. La oposición del PP siempre es contra un Gobierno de terroristas que quiere romper España y perseguir la libertad y el idioma español.

La realidad es que antes de la ley Celaá en Cataluña toda la población sabía español, pero no toda sabía catalán; y después de la ley Celaá será lo mismo (dejemos esta ley para otro día). La realidad es que la tensión independentista ni la trae la izquierda (los momentos más difíciles se dieron con gobiernos del PP) ni está en su peor momento. No está en su peor momento porque la independencia de territorios depende de lo que la comunidad internacional esté dispuesta a reconocer (ahí falló la última intentona en Cataluña) y ahora mismo Europa no tiene el horno para bollos. Además, los fondos de recuperación son una operación política franco?alemana de calado, que excluye declaraciones unilaterales de independencia en los países receptores. La realidad es que hace mucho que desapareció ETA, que Bildu condena por escrito la violencia y que la tendencia es a la normalización. No hay normalidad plena, porque sigue habiendo homenajes a personas sin más currículum que tiros o bombas, pero son hebras que se van estirando y rompiendo. El olor de ETA está ya casi dispersado. Tanto electroshock al cadáver de ETA acabará recordándonos que el PP lleva cuarenta años sin llamar crímenes a lo que hacía Franco durante décadas con sus pistoleros y pelotones. Y acabará recordándonos que la patraña del 11M del PP incluía anular la instrucción y dejar libres a los asesinos. Y la realidad es que cuando la derecha grita libertad hay algún poderoso pataleando por privilegios. Nunca grita libertad por gente que pierde trabajo o derechos. Su libertad es la que quieren las bandas: la de los fuertes para mangonear. El poderoso de ahora es la Iglesia. Otras veces será otro, pero su libertad siempre es la voluntad de algún poderoso. Solo hay que ver la nómina de esta semana: Opus Dei, Hazte Oír, Iglesia, Vox, PP. Esa libertad.

Algunos veteranos del PSOE se suman a este relato alucinado de la derecha. Bostezaban cuando Rajoy recortaba derechos y servicios y rompía muchas páginas de la Constitución. El tiempo pasa para ellos como una lija y proyectan la transición como un fósil que, más que la referencia que debía ser, parece un coágulo que provoque trombos. Nadie les hace caso y zigzaguean por canales y medios ultras como un globo deshinchándose. Ciertos tópicos espurios con recelos entre la España interior y la periférica y una memoria del socialismo mal digerida lleva a algunos barones socialistas a enlazar con esos veteranos en formol y seguir el juego de distracción de la derecha, como si eso fuera ser España profunda. Pedro Sánchez no es más de izquierdas que otros socialistas ni un gran ideólogo. Pero es el relevo generacional. Ni los barones, ni la vieja guardia, ni Podemos parecen haberse adaptado a este hecho. El PSOE de Rubalcaba se había reducido tanto a tiempos idos y había llegado a ser tan extraño a la actualidad que estuvo muy cerca de ser devorado por Podemos. Sánchez sintoniza mejor con las bases del partido, porque está en la generación en curso. Y eso absorbió buena parte de la energía de Podemos.

Podemos hizo honor a su nombre e hizo sentir a mucha gente que se puede, que no hay que resignarse porque se puede. Muchas formaciones a la izquierda del PSOE son transferencias simbólicas suyas. Pero los últimos procesos electorales indican que los electores sustituyen a Podemos cuando encuentran con quién y que ese tipo de fuerzas nacidas del impulso de Podemos tienden a suplantarlo si consiguen algún arraigo. Podemos tendrá un equilibrio complicado para ser visible en el Gobierno y a la vez regular el exceso de protagonismo y hasta de postureo. Una vez se aprueben los presupuestos Sánchez tendrá las manos mucho más libres y él no es más izquierdista que Nadia Calviño. Tiene más de liberal compasivo que de socialdemócrata. El equilibro entre cesiones, visibilidad y tensión con el PSOE es el tipo de filigrana que normalmente Pablo Iglesias no hace bien. Sánchez entiende mejor de lo que muchos creen la política exterior, que es donde está el meollo, y ahí Podemos está muchos palmos por detrás. Y la experiencia demuestra que Sánchez siempre se la jugó a Iglesias, más que a la inversa. Necesitarán más que Pablo Iglesias.

En esencia, todo el griterío de la derecha es una maniobra de distracción. Lo sustantivo es que los presupuestos parece que saldrán adelante con los apoyos lógicos. Los veteranos del PSOE, sus apoyos mediáticos y los barones que se creen España profunda pelearán todos los días para que Podemos no esté en el Gobierno y seguirán con el mantra de C’s y la moderación. Lo cierto es que, por mucho que se desgañite Arrimadas con su mano tendida, C’s se presentó a las elecciones con el mensaje de que Sánchez era un peligro para España; se presentó con pactos de Gobierno con la ultraderecha y cesiones tan graves como la de negar la violencia de género; y en la investidura Arrimadas en primera persona pidió sin decoro el transfuguismo de algún diputado del PSOE. Que los presupuestos salgan porque una mayoría parlamentaria los apoye es lo legal. Que esa mayoría sea la que apoya al Gobierno es lo normal. Pretender que en esa mayoría sean todos lo mismo y todos iguales al más mezquino es una estupidez que insulta nuestro buen juicio.