27 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Quienes queremos un mundo más igualitario y justo nos encontramos con unos poderes que no quieren perder sus privilegios, y puedo entender (que no compartir) que defiendan sus estatus, pero lo que se me escapa de cualquier comprensión es ver con demasiada frecuencia a quienes se posicionan del lado del que les perjudica. Sí, hay trabajadoras y trabajadores que defienden a su patrón aunque les explote. Sí, hay hay madres y padres que ponen el grito en el cielo porque están de acuerdo con pagar una cuota en un centro concertado. Sí, hay quien vota a quien promete bajar los impuestos cuando se necesitan recursos para sostener los servicios públicos. Al final gran parte de la culpa de las brechas económicas, sociales e incluso de las políticas las origina quien menos debería hacerlo. Cada vez más vamos a un mundo individualista donde la conciencia de clase se difumina. Ojo porque con esta idea simplista no habrá ni una mejor educación, ni una mejor sanidad, ni unas mejores pensiones, ni, en definitiva, más justicia social y un mundo mejor.

La Comunidad de Madrid lleva años aplicando un «dumping» fiscal que básicamente consiste en perdonar los impuestos a los más ricos (como sucesiones o patrimonio). Lejos de ver un acto patriótico el contribuir por lo público en función de tus posibilidades, estas personas sin ningún complejo se sienten atraídos por la avaricia. La señora Isabel Díaz Ayuso considera que es «robar a los madrileños» la armonización fiscal, pero si fuera un poco más reflexiva con sus palabras debería percibir que sus políticas provocan una mayor brecha entre los grandes capitales y las clases medias y trabajadoras (su inversión per cápita en materia sanitaria y educativa es de las más bajas de España y, por tanto, el deterioro de los servicios públicos se incrementa a costa de expandir lo privado). Muchos critican que la LOMLOE vaya a añadir en la nueva asignatura «Valores Cívicos y Éticos» la importancia del pago de impuestos, pero a mí me parece que cobra todo el sentido del mundo porque nuestro sistema se sostiene por esta vía y es primordial que desde pequeños lo tengamos presente.

En el ámbito educativo puede que encontremos gran parte de las diferencias sociales que existen en disciplinas relacionadas con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Hay brechas de género muy profundas y ni siquiera lo ha paliado que más de la mitad del alumnado universitario en España sea femenino. Según los últimos datos del Ministerio de Universidades, estudios como Ingeniería y Arquitectura o la Informática apenas cuentan con mujeres. Está claro que va para largo una equiparación porque no hablamos de un problema de capacidades, sino más bien de la falta de una educación en valores de igualdad que normalice ver a una mujer en estas tareas. Lamentablemente, esos estereotipos condenan a las mujeres a cobrar menos que los hombres. Como dice una campaña de UGT, ellas trabajan gratis 51 días al año. Inaceptable.

Poco se recuerda al hablar de las brechas del campo digital. En este momento en el que proliferan las videollamadas, el teletrabajo y los cursos online, hay muchísimos casos donde en un ámbito familiar solamente hay un ordenador. Si la madre o el padre están trabajando, sus hijos no pueden estudiar. Si ellos solo disponen de un equipo, uno de los dos no puede conectarse con su clase. A esto hay que unir la calidad de la conexión, porque en la zona rural hay más barreras que en los entornos urbanos, y también las denuncias de las organizaciones de consumidoras con los reiterados incumplimientos de las operadoras por no ofrecer lo que se les contrata. Internet no es hoy un capricho sino una necesidad por estar integrado en nuestro día a día. Por tanto, ya no se puede considerar el acceso a la red como un privilegio, sino como un derecho.

El camino a seguir es que no se expandan las brechas, porque debemos trabajar unidos para salir adelante juntos. Solo así podemos aspirar a un mundo mejor.