De lo que de Abascal tiene Iglesias

OPINIÓN

El vicepresidente Pablo Iglesias durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso
El vicepresidente Pablo Iglesias durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso Chema Moya

29 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Los populismos

Desde la Revolución Francesa, del feliz año de 1789, los representantes de la ciudadanía se dividieron en dos bloques, el de la izquierda y el de la derecha, en atención al lado que ocupaban enfrente de quien presidía la asamblea popular. A este esquema «topográfico» se le añadieron luego otros bloques que se irían colocando en el ancho espacio que separaba a los dos primigenios, y todavía otros que desbordaban los límites por uno y otro lado, que, merecidamente, fueron catalogados como extremos, aunque inmerecidamente se nombró radicales a los que se «salían» por la izquierda y ultras a los que lo hacían por la derecha, porque ambos son radicales y ultras, de plus ultra: más allá.

Este ir «más allá» señaló a la última centuria del último milenio cumplido como la más dantesca de la Historia y abarcó a la mayor extensión del globo hasta entonces registrada, y los rescoldos de aquella catástrofe, que rivaliza con las geológicas de impacto medio, son hoy visibles en el mapamundi en las formas de dictaduras de uno u otro extremo, y en forma también de conjuntos de ideas que están calando en las naciones del espectro democrático a través de la propagación, muy acelerada, de lo que comúnmente se ha dado en llamar populismos, necesariamente múltiples.

Muy rápidamente diremos que el populismo invalida la teoría marxista de clases porque agrupa a estas en una sola, el Pueblo (mayúsculo), como sujeto hostigado por el Capital que se vale, entre otros medios, de la democracia misma. El pueblo así considerado precisa de un líder que le guía sin la interposición de las instituciones y normas del Estado de Derecho. De esta suerte, reconocemos a Donald Trump o Víctor Orbán, pero también a Nicolás Maduro o Daniel Ortega, y del siglo XX cuelgan las estampas de Benito Mussolini o Adolf Hitler, de Lenin-Stalin o Fidel Castro. Significativamente, los autodenominados comunistas, que parten del materialismo histórico, lo «jibarizan» una vez conquistado el poder; es decir, proceden a juntar a la clase oprimida por los poseedores de los medios de producción y, seguidamente, la comprimen para su mejor manejo. Del otro lado, los anticomunistas, sobre el suelo de sufrimiento de los desfavorecidos, muy áspero en períodos de crisis, y exacerbando sus sentimientos, salen a su rescate, pero, y esto es crítico, desde el mismo seno de los explotadores (Trump) o desde sus corruptos aledaños (Maduro).      

La curvatura

La línea que se interrumpe por ambos lados, en cuanto a su longitud, por los populismos que se agrupan en uno y otro bloque antedichos, se dobla, tal es nuestra tesis, hasta el punto de encontrarse, completando un círculo. (La Teoría de la Relatividad General, publicada por Einstein en 1915, pronosticaba con acierto un tejido o malla espacio-tiempo, la cuarta dimensión, que se curvaba por efecto de la gravedad de los cuerpos celestes, una revolución respecto a la Gravitación Universal de Newton. En la Teoría de la Relatividad Especial, de 1905, Einstein nos introdujo en la concepción del tiempo en relación con la velocidad y formuló la ecuación más exitosa de la ciencia, E=m.c2, por la que una cantidad minúscula de materia es capaz de generar una energía inmensa: la bomba atómica).

Llegados hasta aquí estamos legitimados, siempre que nuestra hipótesis no sea un disparate, cuando menos en sus elementos sustentadores primordiales, para enlazar a Santiago Abascal y Pablo Iglesias, pero también siempre que, y esto es indudable, atravesamos la «atmósfera» progresista que rodea al último, un progresismo en parte verídico, que no es poco, en tanto quiere paliar los groseros déficits socioeconómicos. Pero, sin perjuicio de estos «cuidados paliativos», el proyecto político de Iglesias encaja sin forzarlo en alguno de los populismos puestos en práctica por la izquierda radical, donde la altanería del líder es consustancial con la esperada, y sobremanera necesaria, entrega de los sufrientes.

El líder, para ser y seguir siendo, ha de empezar «decapitando» a quienes, pretendiéndolo o no, amenacen su estatus dentro de la misma organización. Y este «manual» fue aplicado párrafo a párrafo por Iglesias en Podemos con Errejón, Bescansa, etcétera. El autoritarismo es zócalo, de igual manera que es zócalo, explotando la angustia de los ciudadanos, pregonar un pacto con partidos de radicalidad más herrumbrosa (Bildu y EREC), al margen del Gobierno y contra el Gobierno al que pertenece, para incluir en los Presupuestos Generales una moratoria de tres años en los desahucios. Esta popular enmienda cae de lleno en la demagogia por cuanto los desahucios no tienen cabida legal en los Presupuestos estatales.

Sin embargo, como el PSOE-PS se ha deshecho de los «prejuicios democráticos» antediluvianos, ha desoído a los juristas del Congreso, en la estala-estelada del 6 y 7 de septiembre de 2017 en el Parlamento catalán, y ha colado la enmienda. Los desahucios son una cuestión a tratar en profundidad, aunque en otro marco legislativo.   

Regresando al enlace entre Abascal e Iglesias. La unión más a la vista es, justamente, el populismo, del que es innecesario examinar en el número uno de Vox. Entonces, situados ambos en el fundamentalismo, vamos a finalizar con dos ejemplos:

A) Machismo. Indisimulado en Abascal, Iglesias, y no pretendemos equipar la «intensidad» de uno y otro, lo vela. Es costosa la acción de velar para la psique; de ahí que, a una crítica de una rival, Pablo Iglesia dijera que había que «azotarla». La contraprueba es que ese deseo no lo expresó respecto a sus oponentes masculinos.

Azotar, creemos, es subir algunos peldaños respecto al Trump, prototipo ejemplar de machismo, de coger por los genitales a las mujeres.

B) Dinero. La opulencia, para san Agustín, es un enemigo más temible que el enemigo, porque si bien este destruye las murallas de las ciudades, aquel lo hace con los espíritus de los hombres.

 Pablo Iglesias y Santiago Abascal comparten otra «afición», en absoluto olvidable: el dinero. En una de las tierras europeas con un reparto de dineros tan desequilibrado, ser millonario es cosa fea. Pero todavía que los votos de los miserables hayan sido la fuente del maná, pero todavía que sigan siéndolo, es fascinante.

Una de las compras primeras de los que acceden a este club es una casa grande, y amurallada, y custodiada (Galapagar), y con sirvientes (antiokupa por tanto); que un sirviente vejado (por Irene Montero, digamos por decir) se rebela a lo Espartaco y va a denunciar, se le unta.

No obstante, queremos impetrar clemencia, más con Iglesias, que, como Maradona, procede de familia humilde y se ha ganado la «santidad» con prodigiosos regates, y no tener muy en cuenta el refrán medieval que dice «El avariento no hace nada razonable, salvo cuando se muere».