El lenguaje y mi pesimismo

Xose Carlos Caneiro
xosé carlos caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

30 nov 2020 . Actualizado a las 09:35 h.

Tengo buenos amigos en sindicatos, partidos políticos y universidades. Tengo también buenos amigos que no están en ninguna de esas agrupaciones, entes, frentes o simientes (la sonoridad, decía el maestro Cortázar, es pertinente en cualquier prosa aunque atente contra la semántica). Me dicen que no es la primera vez que reciben instrucciones o consejos sobre la utilización idónea del lenguaje: inclusivo, no sexista, correcto políticamente. Yo comprendo que hablemos de jueces o juezas, médicos o médicas, árbitros o árbitras, pero mis entendederas no dan para asumir que el masculino genérico deje de existir. El masculino no marcado, digo. Por ello, cuando alguien se refiere a los profesores, no precisa señalar también con énfasis la voz profesoras. Y queriendo expresar que los derechos de los trabajadores distan de ser derechos, y son torcidos, es gratuito y escasamente hábil significar trabajadoras. Los ciudadanos son también ciudadanas. Y los lectores, lectoras. 

Es agotador. Ahí están los políticos, con sus cosas y su persecución de votos presurosa, alargando frases para que no les digan que si no proclaman trabajadoras y trabajadores, profesoras y profesores, alumnos y alumnas, están cayendo en un acto discriminatorio de difícil encuadre con la situación política actual y sus reglas. La política actual, ese fracaso.

El español y el gallego poseen estructuras gramaticales suficientes para inclusivizar el lenguaje. El profesorado, el alumnado, las personas en general sabrán entenderlo. Lo que no entienden, ni podrán entender nunca, es que comunicadores y políticos se enroquen en el género para demostrar sus valores. En este caso, valores de índole igualitario. Hasta han llegado a decir «buenos días a todas». Y yo, caramba, me quedo sin buenos días. Todos, sin embargo, englobaría, según la norma gramatical, a masculinos y femeninos, pero ell(e)s prefieren esas formas absurdas. Quieren transformar la realidad desde el lenguaje. Y se equivocan. Porque es la realidad la que cambia el lenguaje, y no al revés.

El lenguaje está patas arribas. Y es el reflejo, en definitiva, de que la sociedad patas arriba está también. A la cosa literaria solo ha llegado en forma de extravagancia. La caperucita es hombre y el principito, mujer, cosas así. Pero aún no se ha puesto a clamar que en un lugar de la Mancha vivía un señor de lanza en astillero, rocín o yegua flaco o flaca y galgo corredor o galga corredora. Una olla de algo más vaca o toro que carnero u oveja. Algún palomino o pichona las más noches. Eso me queda: contemplar la degradación como algo natural. Soy pesimista. Todas y todos han ganado.