Navidades sobrevaloradas

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

08 dic 2020 . Actualizado a las 15:41 h.

Tenemos una oportunidad de oro para cargarnos la Navidad. Necesitamos rescatar a míster Scrooge antes de que Dickens lo destrozase con su Cuento de Navidad al convertir a un hombre justo y escrupuloso en un espíritu blandengue y piadoso. Las duras pruebas de los últimos meses nos han agriado el carácter lo justo y necesario para dar un paso que llevamos deseando afrontar durante años y años. Es el momento adecuado para no cometer ni un disparate navideño más, con esas enchentas y esos falsos abrazos que no traerán más que contagios y una tercera ola en enero con la que podemos flipar.

Después de vivir durante nueve meses en la nueva Unión Soviética española, estamos listos. Así nos define un buen amigo: «Nos tienen encerrados. Esto parece la Unión Soviética aquella: no hay bares, pero todos piensan en beber y beber; sufrimos colas para acceder a las tiendas; padecemos los escasos recursos de una sanidad que tiene que multiplicar su elemento humano para salir a flote; hay toque de queda; fronteras cerradas y ya empieza a hacer un frío de la leche para que se parezca todavía más».

Son sus palabras una afinada definición de lo que llevamos viviendo durante todo este tiempo y deben ser el prólogo para que frenemos la Navidad por la Navidad. Creo que no nos lo pueden poner más fácil para superar de una vez y para siempre el trauma de unas fiestas que siempre han estado sobrevaloradas.

Si eliminamos a los niños, que son los que de verdad las disfrutan y que sabrán sacarles partido igual (básicamente les interesan los regalos), y tachamos a los que creen en el significado religioso de estas fechas (se cuentan como los amigos de verdad, con los dedos de una mano), ¿qué nos queda?

Unas reuniones forzadas, que suelen traer más disgustos que gustos, entre presuntos familiares o supuestos allegados (la definición de la Unión Soviética española de allegados también pasará a la historia), en las que se consume de más. Se consume de más y nos consume de más. Seamos al fin sinceros. Los estómagos nos lo agradecerán. Hagan caso de las autoridades de esta Unión Soviética y vayan más allá del alocado consejo de que, como mucho, se reúnan una o dos unidades familiares. Reúnanse los menos posibles. Se ahorrarán un montón de dinero, del que estamos todos muy necesitados, y de paso un porrón de falsedades. El cuñadismo estará a la distancia de seguridad adecuada, que es en sus casas, no en las nuestras. Cuñado auténtico es al que ves todo el año, no solo en Navidad.

Incluso podría llegar a suceder algo mágico: que echemos un poco de menos a los que habitualmente echamos de más. Disfrutemos la Navidad en pequeños comandos, que estén unidos de la única forma que se está unido: el roce hace el cariño. Esos pequeños comandos disponen de las tecnologías necesarias para ver por videoconferencia a los que estén lejos. Una videoconferencia es más que suficiente cuando hace tiempo que el contacto dejó de existir entre unos y otros. Estamos, si somos rigurosos, ante unas navidades sin grandes reuniones que pueden salvar nuestra salud física y, de paso, la mental. Un antes y un después.