Nacionalismo económico

OPINIÓN

XOÁN REY

13 dic 2020 . Actualizado a las 11:35 h.

Hay territorios que absorben recursos ajenos. Los que ganan, otros los han perdido. Hay territorios que se han acostumbrado a gestionar sus derrotas y otros que sienten que solo los acompañan las victorias. Esa dinámica se ha vivido en la historia, el Reino de Castilla en el XVII o el Reino Unido en el XIX. En el siglo XVIII, Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro de George Washington y, por extensión, de los Estados Unidos, marcó los ejes de la Escuela Americana. Una filosofía macroeconómica que dominó el pensamiento estadounidense desde su nacimiento hasta la Gran Depresión. Presidente tras presidente, todos intentaron apoyar la industria nacional, todos invirtieron en infraestructuras y todos procuraron fortalecer su sistema financiero. Lo relevante de su filosofía no fueron sus principios sino que diseñaron una estrategia para tener vida propia, para pasar de ser un territorio que cede a ser uno que capta.

Galicia vive obsesionada con tener una renta per cápita similar a la española. Aún siendo cierto que hemos avanzado considerablemente, somos la sexta comunidad por PIB, mientras que no pasamos de ser la décima en términos per cápita. Nadie va a cuestionar que este camino lo hemos recorrido usando la filosofía del picapedrero, trabajo y más trabajo. Los diferentes gobiernos autonómicos, desde Albor hasta Feijoo, pasando por Laxe, Fraga y Touriño, han apostado por incorporar a Galicia en los grandes ejes de desarrollo. Pero su objetivo nunca fue innovar, solo desarrollar. Esta estrategia no ha roto las dinámicas perversas de nuestra autonomía. La alta burguesía, el talento y el capital, en cuanto tiene una cierta dimensión, se fuga, principalmente, a Madrid. Y de allí, nadie se fuga aquí.

Los hombres de George Washington apostaron por el nacionalismo económico. O creaban sus propios gigantes económicos u otros vendrían a colonizarlos ¿Por qué esperar? La salud privada gallega ya está vinculada a grandes grupos internacionales. En educación universitaria, o se abonan las propuestas del país, o pronto veremos desembarcar a los grandes grupos ¿Los frenaremos? Imposible. Los tribunales están plagados de sentencias que castigan a las autonomías que intentan impedir la libre competencia, sea en sanidad, en educación o jugando al parchís. Es imposible, o en todo caso, muy difícil impulsar un nacionalismo económico sin empresarios. Máxime en Galicia, donde los hay bastantes y buenos, pero desarmados y divididos. Lo cual, a mayores de ser una absoluta vergüenza, es una anomalía porque su ausencia de la escena mediática lo único que hace es acrecentar una Administración autonómica de claro perfil estatalista. ¿Cómo se le va a pedir a las administraciones que transfieran una parte de su poder a la sociedad civil si no hay quien lo solicite? Al contrario, las únicas voces que se escuchan, al margen del Gobierno de Feijoo, son para reclamar un giro a la catalana, más presión fiscal, más Xunta, más poder público, más déficit, más estigmatización del capital, más persecución de lo privado. Todo ello, en línea con la política económica defendida por Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Si Feijoo tirase por esa vía, saldría a hombros del Parlamento ¿Por qué no ha de hacerlo? ¿Por qué ha de llegar a la tribuna y reclamar que existe otro modo de hacer las cosas, que puede existir un nacionalismo, o galleguismo, compatible con los valores liberales de la libertad, la tolerancia, la igualdad y los derechos individuales? ¿Por qué ha de hacerlo? Porque es la condición necesaria para cambiar Galicia.