La vida es puro espionaje

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Arnd Wiegmann | Reuters

15 dic 2020 . Actualizado a las 08:54 h.

Las novelas y las películas de espías nos atraen. ¿Cuál es el motivo? La vida es puro espionaje. Está lo que hacemos. Está lo que decimos. Está lo que pensamos. Está lo que queremos. Está lo que deseamos. Y está lo que no hacemos. Lo que no decimos. Lo que no pensamos. Lo que no queremos. Lo que no deseamos. Lo que nos tragamos. Y morimos sin pronunciarlo. Somos capas de cebolla que dudan y temen. Los espías son capas de cebolla contratadas por gobiernos y agencias.

Hablamos de los espías de verdad, que son los que se parecen a nosotros y sobre los que tan admirablemente escribió John le Carré, no de los agentes secretos de fuegos y juegos artificiales, superhéroes de adrenalina, como James Bond.

Le Carré decía que, para escribir bien sobre algo o alguien, solo hay que conocer bien de qué se habla. Él se comparó como escritor muchas veces con los periodistas. Se trata de documentarse y de descubrir qué hay de verdad, y qué no, detrás de cualquier asunto o persona. Así dicen que algunos de sus libros como La casa Rusia son excelentes reportajes sobre la época de la que hablan. La guerra fría la contó como nadie, porque fue la que él vivió como activo de la inteligencia británica, el MI6.

Como todos los autores que llegan a la gente, que venden libros, fue maltratado por la crítica y los premios. Error. El Nobel se perdió un caballo ganador, mimado por el cine. Los académicos pagados de sí mismos prefieren repartir lotería entre poetas que no lee nadie.

Conocía de lo que hablaba. Lo contaba de forma excelente. Bebió de los mejores maestros. Explicó que los giros en las tramas los aprendió de Hitchcock. Y que esos diálogos que retrataban a los personajes solo con dejarles hablar, como debe hacer un buen reportero, los sacó de la maestría de Joseph Conrad en ese arte que es saber escuchar.

Creó a Smiley y a su enigmático rival del otro lado del telón, Karla. Solo por estos dos merecía un aplauso eterno. Algunos se quedan con El espía que vino del frío, que figura en alguna lista como la mejor novela de espías de la historia. Pero Le Carré era mucho más que un autor de género. Así, nada menos que Philip Roth dijo que Un espía perfecto era, para él, la mejor novela inglesa de la segunda mitad del siglo XX. Probablemente no le faltaba razón. Esa desaparición de Magnus Pym que busca lo imposible: justificar una vida, cualquier vida.

Le Carré conocía de nuevo el paño del que hablaba. Su madre lo abandonó a los cinco años y fue maltratado por un padre que pasó varias veces por prisión. Ahí el niño aprendió a ser espía y escritor. Descubrió que su padre andaba en sus cosas y leía sus cuadernos. Empezó a inventar lo que ponía, a dejarle pistas falsas. Así se crece en la vida. Tomándose las zancadillas como carreras de vallas que hay que aprender a saltar. Le Carré, un fenómeno de la ambigüedad, de sobrevivir. Huésped en cualquier cuarto, no colonizador.