Correspondencias eróticas

OPINIÓN

Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós
Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós

17 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El sainete que ha saltado estos días sobre las cartas que Benito Pérez Galdós escribió a Emilia Pardo Bazán no me intriga mucho en sí. Las que ella escribió para él han sido publicadas, las de él a ella no, parece ser que andaban desaparecidas hasta que un librero de Madrid aseguró recientemente que leyó dos de ellas hace treinta años y que están en una colección privada, y con el pasar de los días hasta sabemos quién se quedó con el tesoro. Todo muy misterioso y eso. El librero madrileño aseguró que eran cartas subidas de tono para su amante, pero nada pornográficas. Solo un poco explícitas para la época. Sean así o no, lo que más parece haber impactado a todo el mundo es que Galdós quisiera comerle cosas a Emilia Pardo Bazán. El salseo, vaya.

Creo que las cartas tienen interés histórico y sociológico y deberían ser publicadas. Pero más allá de eso, el otro día pensé en si tenemos derecho a leer algo tan íntimo.

Hace años, el embajador francés Jean-Yves Berthault encontró, mientras ayudaba a una amiga a vaciar un sótano, una colección de cartas dentro de una cartera de cuero. Había unas doscientas. El hombre quedó fascinado con ellas: eran cartas que una mujer francesa escribió a su amante en los años veinte del siglo pasado. Y eran muy explícitas.

El embajador, a la hora de su publicación, destaca su importancia como documento histórico, como testimonio de una época. Pero la realidad, sin quitarle importancia a esto, es que son cartas cuyo principal interés es el morbo. Salvando las distancias, es con lo que casi todos nos hemos quedado en el asunto de Galdós.

Las cartas en poder del embajador son abiertamente pornográficas. Nada parecido habrá en las de Galdós, pero el fenómeno es parecido, incluso en el hecho de no conocer qué fue de las cartas que envió el hombre de la relación, y la pregunta que me interesa aquí es la misma, si realmente tenemos derecho a publicar toda esa intimidad aprovechando que quienes vivieron esas historias están muertos.

En España se tradujeron las cartas francesas, y una selección de ellas fue publicada con el título “La pasión de Mademoiselle S”. Y qué pasión, oiga. Ella era una mujer de clase alta, una mujer culta que acabó teniendo a un hombre casado, más pobre y más joven que ella, como amante. Ninguno de los nombres reales es desvelado, así lo quiso el embajador. La relación de Simone, nombre ficticio, con el apuesto joven va rompiendo todas las barreras posibles en lo tocante al sexo, y deja bastante claro que no hay perversión en el BDSM que no estuviera inventada en 1928 (antes también, claro, la Historia está llena de infortunios de la virtud y prosperidades del vicio), desde los tímidos azotes y latigazos hasta la transformación de ella en lo que hoy en día llamaríamos una dominatrix. Los dos amantes van destruyendo un tabú tras otro. Las cartas están escritas con una elegancia exquisita salpicada de obscenidad. Poco a poco ella va obsesionándose hasta la enfermedad, y él cortando la relación. Resulta doloroso a veces adentrarse en la mente de Simone, pero no deja de ser un librito para leer con una sola mano. Varias veces. Muchas. En el fondo es estar mirando algo que no deberías mirar sin que aquellos a quienes miras lo sepan. Es puro voyeurismo.

Entiendo la importancia histórica de estas cosas.  Indudablemente, las de Galdós a Pardo Bazán tienen más historia que erotismo, son picantonas y poco más. Pero todo el mundo se ha quedado con lo que se ha quedado, y leer o escuchar las reacciones dice mucho sobre nosotros y lo que tenemos en común. Nos gusta mirar. Sin ser vistos. No tomen esto como una defensa del voyeurismo. O sí. Hagan lo que quieran dentro de la legalidad vigente.