El republicano y el rey

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Mariscal | Efe

18 dic 2020 . Actualizado a las 10:00 h.

El año 1978 el rey Juan Carlos viajó a México. Eran tiempos felices, como demuestran las fotografías de aquel viaje. En lo familiar, la pareja Juan Carlos-Sofía hacían o aparentaban un matrimonio lleno de complicidad, como suelen decir las crónicas rosa. En lo político, se terminaba de redactar una Constitución que consagraba la democracia que llevaba dos años en construcción y aceptaba la monarquía como forma de gobierno. El hoy emérito vivía momentos gozosos en sus viajes a los países iberoamericanos. Se le trataba como «nuestro rey», y aún hoy lo recuerda con emoción. Y en aquel viaje a México el monarca tuvo un gesto entonces sorprendente: quiso saludar a Dolores Rivas Cheriff, viuda de Manuel Azaña. La conversación fue corta, pero emotiva. Era el encuentro de dos Españas. Era otra foto de reconciliación. Y ya todo es historia: doña Dolores falleció cinco años después y la última noticia del rey emérito es que no vendrá a casa por Navidad. Alega que no quiere tentar al virus por ser persona de alto riesgo. Yo creo que no quiere que su presencia oscurezca el mensaje de Nochebuena de su hijo.

Cuando se conocía esta información, Felipe VI tenía un gesto parecido al de su padre en México: acudía a la inauguración de una exposición sobre Azaña en el 80 aniversario de su muerte. Fue el propio rey el que quiso estar allí, y creo que le honra: Manuel Azaña forma parte de la historia de este país. Como ministro, jefe del Estado y gran símbolo de la Segunda República resultó impotente para contener todo lo que ocurrió entre 1931 y su exilio en 1939. Pero hay algo que se impone sobre la narración de una larga y horrible tragedia: su concepción de España, que quedó reflejada en sus libros, en sus discursos y en sus diarios. Azaña quería una España reconciliada, una España educada, una España unida en su pluralidad, una España que olvidase los odios y la confrontación.

Con esa idea azañista, aunque expresada por un gran republicano, se quiere identificar la Corona, porque no hay otra deseable. Y eso, si me permiten decirlo, es memoria histórica. Y, si me permiten la calificación, la mejor memoria democrática: la que no tiene afán revisionista; la que entiende las circunstancias que en un momento dado se vivieron, aunque no justifique sus consecuencias; la que reconoce las aportaciones de las generaciones precedentes; la que asume las bondades de un sistema político y comprende sus errores. Todo ese Azaña que ayer honró Felipe VI cabe en el discurso que pronunció en Barcelona el 18 de julio de 1938 y alertaba a «otras generaciones» de la vuelta de «la intolerancia, el odio y el apetito de destrucción». Y recordaba a los muertos de la Guerra Civil: «Abrigados en la tierra materna ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían (…) el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».