Cristo agonizante y abandonado por su Padre, ¿pediría la eutanasia?

OPINIÓN

20 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Pase todavía que los intérpretes doctos sean quienes cimenten la ortodoxia para no solo guiar a los adeptos sino también para amarrarlos de tal modo que a las desavenencias (herejías) les cueste despuntar, pero que a quienes, como es nuestro caso, la mole del cristianismo pretenda segar intelecciones distintas, o aun contrapuestas, a sus postulados surgidos durante dos mil años y tantas veces propiciados por tramas «terrenales», es determinantemente desidioso.

Por este lado es por donde estimamos que cabe aventurar una heurística dispar a la de los biblistas, que, en conjunto y en el asunto que expondremos de inmediato y con brevedad, entre otros tantos asuntos, se copian unos a otros, añadiendo si acaso más paja que grano. Y el asunto es la próxima aprobación por las Cortes Generales de la eutanasia en España, el sexto país del Mundo que la regulará. Esta ley desnuda a los fariseos, los opositores a esta ley, sujetos a los que gusta legislar con una mano sobre los textos sacrosantos; o sea, textos sacro-humanos vestidos de oro y plata.

Entonces, de haberse llegado a la edad de la razón mínima, cabría preguntarse por el significado de la angustiosa pregunta que Cristo lanzó a su Padre cuando estaba clavado a la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», conforme a los evangelios de Mateo y Marcos. Porque no nos vale que se aduzca que era una fórmula hebrea acreditada en los Salmos, ni mucho menos que se sentencia que, muy al contrario, el Hijo estaba, en su lamento, «alabando» al Padre. Esta exégesis, que es un disparate, está sin embargo muy bien calculado.

Tampoco nos vale que, armándose con el comodín del «trasfondo de las palabras» y sintagmas con vacíos iguales, y, pero todavía, con vacíos sin pruebas; un comodín por el que se pontifica, por ejemplo, que con su grito desgarrador Cristo decía a los suyos (a los suyos desde entonces hasta el presente) que «moría por nuestros pecados», que era su manera de decirnos cuánto nos «amaba».

No nos detendremos en más aspavientos porque sintonizan todos ellos en la pretensión de unir nuestro destino a un hombre, Jesús, concebido por hembra y macho, que tuvo la «fortuna» de imponerse a otros en la pugna por el papel principal de la tragicomedia humana: ser el Mesías (Cristo) verdadero, por lo siglos de los siglos.

Es por lo escrito hasta aquí que nos preguntamos si, ante el tormento que desgarraba a Cristo en el Gólgota y el sentimiento de abandono (por parte de su Dios) que explicitó, no hubiera podido él, en el contexto de hoy, acogerse a la eutanasia. Porque esta es personal, circunscrita al calvario de «uno», ajeno a malformaciones ideológico-religiosas de «otros».

Que la extrema derecha (Vox) hable de la eutanasia como la «máquina de matar del Estado» cuando es ella, históricamente, junto a la extrema contraria, quien, con una efectividad demoledora, hizo del crimen una industria, es hasta aplaudible. Pero que sea la derecha (PP) quien continúe, también históricamente, hostigando derechos y libertades principalísimos, es un anacronismo frustrante, una estrella de Belén que confirma la dirección inalterable que sigue en este país desde que se tiene memoria. 

Esgrimir que hay que invertir más en cuidados paliativos, es calificar de tardos a los ciudadanos, porque no hay cuidado paliativo que alivie el sufrimiento descomedido. Esgrimir que cualquier persona puede ser «ejecutada», cuando la ley de la eutanasia es garantista hasta la exageración, es una tergiversación malvada. Esgrimir, ya para finalizar, que toda vida es «sagrada» es, por una parte, no tener el coraje de desengancharse de los faldones de la Conferencia Episcopal y, por otra, colocar unas al lado de otras, y este es un caso entre miles y miles, las vidas de las niñas de Nigeria con las de Boko Haram.