Un estorbo en el hospital

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Kiko Huesca | Efe

22 dic 2020 . Actualizado a las 09:52 h.

Os quiero contar el caso de una persona cuyo nombre no debo decir, pero a la que estoy unido por multitud de razones de orden afectivo y gratitud. Es una señora de 94 años de edad que cuando escribo estas líneas todavía está ingresada en un hospital público de Madrid. Hace dos semanas sufrió un ictus, o eso suponen los médicos. Durante varios días no tuvo ningún tipo de reacción: ni siquiera abría los ojos. Naturalmente, no comía y daba la impresión de estarse despidiendo. Una mañana, una de sus nietas me llamó alborozada: «¡La abuela habla!». Le pregunté qué decía, eran palabras inconexas, pero lo importante es que hablaba. Los médicos optaron por suministrarle alimentación artificial. Y así se mantuvo. Mejor dicho, así se mantiene, con una sonda y con suero reforzado, según me cuentan.

El sábado los mismos médicos dieron a su familia la noticia que sería hermosa si no fuese porque tiene 94 años y vive con alimentación artificial: «En unos días le daremos de alta». Puede ser hoy, puede ser mañana. Y ahí viene el problema familiar: ¿qué se hace con una mujer de su edad en casa, si vive sola, si no puede expresar si sufre o no sufre dolor o si le hace daño la sonda gástrica? ¿De dónde van a sacar sus hijos el suero y cómo se lo administran? Pueden contratar una enfermera de las que llaman salus, pero cuesta un dineral. Pueden buscar una residencia privada, pero en el caso de una dependiente total no puede ser cualquier residencia. Y a mí solo me salen preguntas: ¿se puede dar de alta a una persona en sus circunstancias? ¿Cabe mayor frialdad? ¿Tanta prisa tienen los médicos por deshacerse de una anciana de muy limitada esperanza de vida? ¿Se la puede echar así a la calle, porque eso es echarla a la calle?

Quiso la casualidad que este doloroso episodio haya coincidido con el debate público de la eutanasia. No voy a aprovecharlo para justificar la ley ni nada parecido, entre otras razones porque esta anciana no ha pedido la muerte digna ni está en condiciones de pedirla ni de hacer testamento vital. Por lo tanto, no se le podría aplicar la nueva ley, aunque estuviera en vigor. Pero admítanme que duele mucho decirlo, quizá sea inhumano incluso pensarlo, pero la defunción sería para ella -sin mirar a su familia- el mejor final, dada su situación. Pero claro: retirarle la alimentación artificial sería un homicidio. Sus hijos no se atreven ni a preguntarlo y ningún médico se lo sugirió, supongo que por un principio de ética profesional.

Insisto: no voy a aprovechar este caso de forma indecorosamente oportunista para defender la eutanasia. Pero reconózcanme que algo falla. Lo indigno para esta anciana mujer es que le den el alta hospitalaria y la condenen a la incertidumbre, a una penosa supervivencia, a sabe Dios qué penalidades. Es como si estorbara en el hospital. No sé qué hemos hecho de la humanidad.