Vergüenza

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

El rey emérito, en el 2016, antes de embarcar para una regata en el puerto deportivo de Sanxenxo
El rey emérito, en el 2016, antes de embarcar para una regata en el puerto deportivo de Sanxenxo Capotillo

23 dic 2020 . Actualizado a las 10:14 h.

Turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante». La primera definición que la RAE concede a la palabra vergüenza es un contundente minitratado de moralidad y ética personal. Según esta descripción, la vergüenza sería un sentimiento íntimo e intransferible, un territorio determinado por la conciencia que cada uno tiene de lo que está bien y mal. Por eso es tan interesante la vergüenza ajena, ese escozor incómodo que a veces se siente cuando alguien hace algo que observamos como espectadores sobre lo que no tenemos ninguna responsabilidad pero que nos arrepía hasta obligarnos a apartar la mirada.

Están hablando de vergüenza muchos actores públicos para explicar el sentimiento que les provoca la peripecia vital del rey emérito ahora que su hijo se enfrenta al discurso de Navidad más peliagudo desde que la monarquía fuera restaurada en España en pleno siglo XX. Una vergüenza que trasciende la peripecia procesal del ciudadano Juan Carlos I, pues es solo esa la sometida a escrutinio judicial, la que se sustanció al abdicar y perder la inviolabilidad que lo mantenía por encima de todas las leyes y todos los delitos. Se intuye una cierta vergüenza generacional entre quienes confiaron en el papel del rey y desatendieron los bocinazos que se escuchaban bajo su barniz de campechanía. Una confianza que, por cierto, convocaba más a la socialdemocracia felipista, desahogada su conciencia republicana con el sobeteado juancarlismo, que a una derecha cuya empatía con la corona rechinaba tantas veces. Esa vergüenza planeará mañana sobre la comparecencia de Felipe VI, convocado a la misma hora y en el mismo formato en el que hace no tanto escuchábamos a su padre apelar a la ejemplaridad. Al menos tiene garantizado el share.