El colmillo retorcido del pasado

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

PEPA LOSADA

03 ene 2021 . Actualizado a las 11:05 h.

Ahora que dejamos atrás El Año y estamos en año santo, es hora de superar el pasado. Sepan que todo el mundo se lo inventa. No es verdad que se retoque el pasado. Directamente, la gente inventa lo que le apetece o todo, de cabo a rabo, incluso en el año más duro. Cuántos disparates se llegan a escuchar. Ojalá que nadie hable sobre mí cuando no esté aquí para defenderme. No hay dos versiones que cuenten lo mismo sobre alguien. Cada uno lo narra como le da la gana. El pasado nunca es de fiar, no solo porque la mente suele seleccionar a su gusto. El pasado es un experto en hacerse trampas al solitario cuando recuerda. No se fíen de lo que les explican de otros. Buscan varias fuentes, por lo menos. Un amigo tenía razón cuando decía que hay memorias frágiles para lo que les da la gana. Personajes a las que un día les echaste una mano y que son las primeras en cruzar la calle para no saludarte. A veces ayudar se transforma en una afrenta de debilidad para el retorcido que recibió el bien y que prefiere pensar que nunca exististe, tacharte. Les recuerdas de alguna manera que te necesitaron. Cada disco suena distinto. Para unos, es una película de terror, y, para otros, cómica. Todos tienden a gustarse en la clase que dan sobre sí mismos, a exponer su mejor cara, a saltarse sus defectos. Es imposible recomponer los tiempos que fueron. El pasado es un tramposo. El paso y el peso del tiempo tampoco ayudan a la fiabilidad ni a la fidelidad. Uno se mueve entre el asombro y el pasmo cuando le cuentan cómo era anteayer. Cualquier parecido con la realidad de entonces es pura coincidencia. Dicen los expertos en salud mental que el disco duro del cerebro hace su trabajo. Que nos evita los recuerdos más amargos, que los borra, para que podamos seguir existiendo. Pero no es solo el trabajo sucio de los recursos mentales de borrado, somos nosotros los que nos tiramos a la ficción para amañar capítulos, saltarnos historias completas, edulcorar otras y mezclar sin ton ni son los personajes. Es inaudito cuando, a veces, se oyen tropelías sobre personas a las que conociste. Menos mal que los años van haciendo mella y uno no cree ni palabra de esos recuerdos mendaces. Todo pura invención. Los que más inventan y cambian los hechos no lo hacen por mala memoria. Es para infligir daño. Para golpear con los puños del recuerdo en el saco del pasado. Como boxeadores malos, están buscando, sonados, atizarte a ti o a los que quieres. Lo más inteligente con los odiadores que se acercan contándote cómo fue tu infancia o la juventud es no hacerles ni caso. No alterarte ni un poco. No darte por enterado. Oír como quien oye llover y dejar al otro con sus puñales dando puñaladas al aire. Los humanos somos ficción y, a veces, la practicamos con el único interés de perjudicar a terceros o cuartos. Oídos sordos, a las palabras necias del ayer, sobre todo si estuviste allí. Como el odio es un veneno, el que odia se envenena sin necesidad de ayuda.