El insólito caso de Salvador Illa

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

R.Rubio.POOL

07 ene 2021 . Actualizado a las 09:13 h.

Salvador Illa no quiere irse hasta que comience la campaña electoral en Cataluña. Su empeño en mantenerse en el cargo ha desatado una catarata de imprecaciones en las redes. Todos los partidos, salvo el suyo, reclaman que se vaya de una vez. Reacción exagerada en un país donde presidentes, ministros y conselleiros hacen campaña electoral en coche oficial. Y previsible. Lo sorprendente es la coincidencia implícita: la cotización de Illa en el mercado político sube cada día que pasa al frente del ministerio de Sanidad. Así lo cree Pablo Casado cuando le exige que baje del «escaparate» y deje de intentar «arañar votos». O Unidas Podemos al afirmar que «la candidatura de Illa nos debilita». O Pedro Sánchez y el propio Illa, que por eso estiran el estatus del segundo cuanto pueden.

El insólito caso de Salvador Illa será estudiado en las facultades de ciencias políticas. Porque no existen precedentes de un político que, con un perfil gris, una cartera vacía de competencias y una atroz pandemia que lo sitúa en el ojo del huracán, no solo sobrevive, sino que se convierte, a juicio de las encuestas y de Iván Redondo, en un valioso activo electoral.

Este hombre, con aire de profesor despistado a quien intuimos polvo de tiza en las hombreras de su chaqueta, significa la antítesis del líder carismático. Apaciguador y dialogante, el que menos grita en el vocinglerío de la crispación, no sabes muy bien si darle una limosna o propinarle una colleja para que espabile. Llegó de relleno a un Gobierno hipertrofiado y asumió una cartera a priori tan cómoda como irrelevante, despreciada en su día por Pablo Iglesias. Un ministerio en los huesos tras ser vaciado por las transferencias a las autonomías y despojado de los apéndices -consumo, política social, igualdad- que le conferían algún peso adicional.

Y en esto se desató el pandemonio. Irrumpió un virus que puso al mundo de rodillas, segó vidas y hundió la economía. El filósofo Illa salió del ostracismo al que parecía predestinado y asumió la máxima responsabilidad en la gestión de la pandemia. Un dardo envenenado, ya que las crisis queman a los gobiernos que encuentran a su paso. Así les sucedió a los cuatro presidentes de Estados Unidos que en el último siglo no lograron la reelección: desde Hoover, arrastrado por la Gran Depresión, hasta Donal Trump, caído por el covid. O Bush padre, derrotado por la «economía, estúpido». Incluso salieron escaldados los estadistas que se enfrentaron con éxito a la catástrofe: Churchill ganó la guerra y perdió las elecciones. El propio Casado, en octubre, le recordaba a Illa la escabechina de sus colegas: «¿Por qué no dimite como los ministros de Nueva Zelanda, Chile, Panamá, Ecuador, Holanda o República Checa?». Si los gobiernos arden como la yesca en tiempos del cólera, Illa debería estar achicharrado. Sin embargo, fresco como una lechuga, se presenta como la mejor baza de los socialistas en Cataluña. Y los adversarios le piden que dimita ya, no para evitarle mayores quemaduras, sino porque consideran que la hoguera lo potencia. Curioso misterio.