Los desertores del asfalto

José Manuel Orrego
José Manuel Orrego REDACCIÓN

OPINIÓN

Zona rural de Gijón
Zona rural de Gijón

11 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Allá por los 60 los habitantes de los pueblos cambiaban su apacible rutina por la algarabía de la ciudad, estos nuevos urbanitas fueron conocidos por el sutil apelativo de «desertores del arado». Coincidirá conmigo en advertir lo sarcástica y perversa de aquella acepción que: a la vez que discriminaba al demandante, sólo por desear una nueva vida, lo identificaba consciente o inconscientemente con la «traición» perpetrada a sus raíces, -como si nosotros no nos moviéramos por lo mismo, a saber, prosperar en la vida-. Este fue el motivo que me llevó a usar este vengativo título como cabecera de esta sucinta reflexión.

Ajustadas las cuentas por aquellos comentarios pasados, ¿quiere decir este epígrafe que las tornas han cambiado y que ahora el éxodo se produce de la ciudad al campo? -Despacio, todo tiene una explicación-. La incesante afluencia del campo a la ciudad ha sido una constante desde la revolución industrial, pero ahora parece que esta realidad se está… ¿frenando?

Desde siempre las ciudades han sido las nodrizas que proveían de empleo a las masas sedientas de oportunidades. De forma inagotablemente, el reclamo de mano de obra para fábricas, bancos, oficinas y servicios de todo tipo se nutrió de gente periférica. Todo un entramado social que se retroalimentaba demandando más y más puestos, a medida que crecía, como si se tratara de una reacción en cadena, sin dar la menor muestra de empacho ni saciedad. Pero ahora da la impresión de que ha llegado a un punto crítico. Este fenómeno se puede comprobar en muchas ciudades europeas y norteamericanas, donde parece que vuelve a producirse un tímido reequilibrio social. Y es que no son pocos los que se plantean el regreso a sus orígenes -¿será una huida a otra realidad menos histérica?- 

Otra más, de las consecuencias del Covid-19 ha sido el interés por el pueblo. El recelo a las aglomeraciones, el agobiante confinamiento, las normas, las colas y la opresiva sensación de encierro ha provocado en muchos, una sensación de angustia tan insoportable que nos ha despertado el deseo de retirarnos a zonas más apacibles.  Pero, ¿resulta viable tal deseo? Parece que sí, en muchos casos el teletrabajo ha permitido que no sea necesaria nuestra presencia en el lugar de trabajo, al menos no de forma permanente, esta nueva realidad unida al anhelo de una mayor calidad de vida, ha provocado que el éxodo de la ciudad sea una opción a considerar.

Según datos del portal digital Idealista, desde que comenzó la pandemia el deseo por adquirir una vivienda rústica (en poblaciones de menos de 5000 habitantes) ha crecido más de un 13%, y las previsiones indican que esta tendencia se incrementará. Los negocios inmobiliarios anuncian, más que nunca, casas en núcleos rurales. El menor precio de la vivienda, disponer de más espacio, tener un entorno ambiental más sano, disponer de mejores conectividades (4G, banda ancha, fibra…) además de rodearse de menos vecinos, son otros argumentos que justifican el cambio de preferencia.

Durante este último año, muchos de nosotros hemos envidiado la plácida vida en el campo. Seguramente aquellos que aspiran a la primera vivienda estén planteándose la opción rural. Es cierto que no todo es idílico, la ciudad ofrece servicios que el pueblo nunca podrá facilitar, al menos a corto o medio plazo: la atención médica especializada, la variedad educativa, la movilidad, las tiendas y la oferta cultural; son aspectos en los que el medio rural, siempre pierde. Pero qué me dice de todas las ventajas, además tampoco se trata de ir a vivir al fin del mundo, para los menos atrevidos existen las zonas periurbanas. Seguramente, esta nueva simpatía hacia lo campestre no se trate sólo de una reacción de pánico, sino el principio de una reestructuración demográfica que terminará con las masificadas ciudades. Desde un punto de vista histórico existe una relación entre la prosperidad de un estado y su nivel de urbanicidad o ruralidad -según se mire-. Durante el apogeo de la Roma Imperial las ciudades crecían y crecían, pero cuando esta invicta civilización se vino al garete, principalmente por la presión de los bárbaros, las pestes y el relajamiento moral… automáticamente la población se trasladó al campo, ¿le suenan de algo estos tres motivos?