Recibo de la luz: «Es el mercado, amigo»

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

19 ene 2021 . Actualizado a las 09:41 h.

El recibo de la luz, ese jeroglífico indescifrable para la mayoría, continúa su escalada hacia las nubes. Baste un dato parcial para corroborarlo: el precio del megavatio hora se ha multiplicado por cinco en diez años. Veinte euros en el 2010, más de cien actualmente. Un experto, probablemente a sueldo de las eléctricas, lo explica en cuatro palabras: «Es el mercado, amigo».

Maldito mercado que, llueve o truene, sople el viento o haga un sol de carallo, siempre nos encarece la factura. Las olas de frío tiran de la calefacción, disparan la demanda y suben el precio. Las olas de calor vacían los pantanos, restringen la oferta y suben el precio. Si no hace viento ni brilla el sol, menos producción de las renovables, más producción de las centrales de carbón y mayor coste de la energía. El hombre del tiempo siempre a jorobar. Del juego de oferta y demanda siempre salimos escaldados, ya sea por la meteorología, por el parón de las nucleares en Francia, por el encarecimiento del gas natural, por la subida de los derechos de emisión de las térmicas o por el sursuncorda.

Rompamos una lanza en favor del mercado: él no tiene la culpa -no toda- de que nuestro recibo de la luz haya engordado un 85 % en quince años. Una parte de la culpa recae sobre el oligopolio: cinco compañías -Iberdrola, Endesa, Naturgy, Repsol y EDP- acaparan el 80 % del mercado. A través de un complejo y opaco proceso de casación -subasta le llaman- compran y venden a sí mismas la energía y deciden el coste del megavatio. No es el mercado, amigo, sino el mercado sui generis de la electricidad el que nos sube el recibo y agranda las macanudas ganancias de las eléctricas.

Pero eso no es todo. La hipertrofia de la factura no se debe en exclusiva al precio del kilovatio consumido. Puede usted apagar todas las bombillas y desconectar todos los electrodomésticos durante un mes, porque se marcha de vacaciones o de viaje, que a la vuelta le espera no menos de la mitad de la factura habitual.

Aunque nada haya consumido, deberá abonar la cuota fija por potencia contratada. Esta cuota, una de las más altas de Europa, castiga sobre todo a los hogares modestos y desincentiva el ahorro energético: los que menos consumen son los que más pagan. Tanto es así que la mayoría de las familias pagan más por la potencia contratada que por los kilovatios consumidos.

Después están los impuestos. El IVA del 21 %, tipo superior al que aplican la mayoría de países europeos. Y el impuesto sobre electricidad, que nutre las arcas autonómicas, este sí más moderado que el usual en Europa.

Su recibo puede con todo. También con los peajes y accesos, que no son únicamente gastos de transporte y distribución, sino un cajón de sastre donde caben el pago del histórico déficit eléctrico, las primas a las renovables y otras menudencias.

Como resultado, la factura de la luz en España es una de las cuatro más gordas de Europa. Y creciendo. Todos los gobiernos que han sido y son prometieron adelgazarla. Y todos, porque no quisieron o no pudieron, se resignaron al sobrepeso.