En qué consiste la confianza

OPINIÓN

MINISTERIO DE DERECHOS SOCIALES

23 ene 2021 . Actualizado a las 10:53 h.

Tanto la confianza trascendente -la fe-, como la inmanente, dependen más de las actitudes y circunstancias personales del que necesita y demanda confianza, que de las cualidades objetivas de aquel en quien creemos. Y por eso hay que aceptar que la estructura existencial de la fe se basa en sentimientos y percepciones tan variables e interpretables, que resulta imposible saber por qué creemos o no creemos, o por qué en una etapa de la vida creemos en casi todo, y en otras en casi nada.

Contra esta forma de ver el problema se pronunciaron, entre otros, los teólogos escolásticos -que perdieron mucho tiempo en probar la existencia de Dios-, y los politólogos posmodernos, que dedican mucho tesón y esfuerzo a escribir libros y firmar jugosas facturas para explicar a los políticos cómo pueden sembrar confianza en sus potenciales adeptos, o demoler la fe irracional que otros tienen en los líderes adversarios.

Fue Unamuno quien, tratando de demostrar que la confianza es, antes que un imán que nos atrae, una necesidad que nos motiva, puso por escrito una parábola (Del sentimiento trágico de la vida, cap. IX), que puede servir para aclarar este entuerto. Había en París un médico joven que, tras instalarse en un barrio acomodado, acumuló una solvente y entregada clientela. Pero pronto empezó a notar que los enfermos bajaban a ritmo vertiginoso. Y, tras estudiar los motivos, descubrió que un curandero, instalado en la calle paralela, le estaba arruinando la consulta. Su primera reacción fue explicar a sus clientes la diferencia que hay entre un curandero y un médico, hasta que, dando la partida por perdida, decidió trasladarse otra ciudad y abrir consulta como curandero. Y enseguida creó otra inmensa clientela, hasta que, denunciado por un médico vecino que perdía sus enfermos, fue detenido por intrusismo profesional. Llevado ante el juez, el falso curandero alegó y demostró que en realidad era médico, y que tenía todos los papeles en regla. Y, ante el estupor del juez por tan extraña defensa, se lo aclaró así: «es que hay veces que el enfermo no siente necesidad de un médico, sino de un curandero, y yo tengo que vivir de algo».

De esto -de las necesidades y preferencias de los ciudadanos- va la política. Y con esta parábola se explica muy bien lo que nos pasa. Illa, por ejemplo, es un curandero, que, desplegando la abstracta palabrería filosofal, gana clientes a mazo. Y Pablo Iglesias es un médico que, al ver huir su clientela, abrió un exitoso despacho de curandero. Casado es el otro médico, que, viendo escapar su clientela hacia el despacho de un falso curandero, denuncia intrusismo y malas prácticas en sus competidores, sin lograr que la clientela vuelva. Y nosotros somos los enfermos que, huérfanos de orientación, en medio de la crisis, hemos retirado la fe a los que saben, para entregársela a los curanderos. Porque la confianza no nace de los silogismos y los datos objetivos, sino de la necesidad que sentimos y ejercemos en nuestra inescrutable conciencia.