Podemos o no podemos

OPINIÓN

En primer término, Pablo Iglesias durante un acto de Unidas Podemos
En primer término, Pablo Iglesias durante un acto de Unidas Podemos Marta Fernández Jara | Europa Press

24 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En el anterior artículo, El cambio político, con el subtítulo de Lo siciliano de ayer y lo español de hoy, se citó a Rosanvallon, a propósito de los populismos y de la importante aportación de ese movimiento político, que es gobernar de acuerdo con las emociones. Y se concluyó con un sueño, que es como suelen terminar los cambios políticos. Sueños, ensueños y ensoñaciones, que son realidades psíquicas, que transitan por límites establecidos: a) para soñar hay que estar dormidos; b) «Nada más personal que un sueño, nada que encierre más a un ser en la soledad irremediable, nada más reacio a ser compartido», escribió Roger Caillois; c) el soñar se rige por «lógicas» que no son las de la racionalidad sino las de lo irracional. Conclusión: lo de soñar juntos o despiertos, es propio de sandios o de abobados. 

Hay saberes y prácticas que, por su cercanía a lo misterioso e inexplicable, están muy a gusto con lo irracional, fascinados con otros mundos después de la muerte. Hay otros saberes y prácticas que elevan la razón a esencia constitutiva de la actividad humana; sin razón, dicen, no hay humanidad. Y entre unos y otros está la Política y lo Político que, sin perjuicio de su deseado frío carácter racional, hacen guiños a las pasiones, a las emociones, muy calientes y próximas a la «sin razón». Buenos pensamientos los de Michael Walzer en Razón, política y pasión. 

Una racionalidad o irracionalidad que en Política son de intensidad variable. Así, por ejemplo, se señala (Boulard 1999) que las técnicas de la conquista del poder tienen más de irracional y de pasional que de racional; eso a diferencia de lo que ocurre con las técnicas de ejercicio del poder, que son mucho más racionales. Sin un cierto aventurerismo irracional -añado ahora- es difícil llegar al Poder, tal como se pudo comprobar en la exitosa moción de censura, que aupó al poder político, al Palacio de la Moncloa, en Junio de 2018, a Pedro Sánchez, dejando pasmados a Rajoy y a otros muchos, acaso pasmados desde que nacieron.

No es de casualidad sino de mucha causalidad que en aquel exitoso aventurerismo y atrevimiento de Pedro Sánchez hubiera desempeñado un gran papel -acaso el esencial- el grupo político de Podemos, un llamado populismo de izquierdas al que se atribuye por destacados politólogos el «retorno de las emociones» a la política española; emociones que Rosanvallon divide y califica de posición, de intelección y de intervención.

Un país, que ha protagonizado una Guerra Civil de tanto encarnizamiento como fue la española, en la que lo atávico y lo religioso tanto contaron, no parece precisamente propicio a exageraciones de racionalidad en Política, llegándose a calificar lo español como de una irracionalidad suicida. Hay que ser cautelosos, después de haber comprobado la degeneración, en el nazismo, del exquisito racionalismo germánico durante los años treinta del pasado siglo. El movimiento político de Podemos es por si mismo interesante, al margen de que sea producto de lo emotivo, de lo pasional, de lo no estrictamente racional y de que Pablo Iglesias sea un buen ejemplo de homo passionalis.

Los mismos que no entendieron el porqué de la aparición pública de Podemos, convierten a este grupo político, no en su adversario político sino en su enemigo, siguiendo la base de la Política, que es la dialéctica amigo-enemigo, en el pensamiento de Carl Schmitt, el cerebro-jurista del III Reich, el protegido por Göring, y de tanta importancia para entender España en los años cuarenta del siglo pasado. A esa enemistad contribuyen también los desafíos provocadores de los mismos «podemitas».

El siglo XXI no pudo comenzar de manera más propicia para el descalabro y la estampida de la política tradicional, surgiendo el importante movimiento llamado del 15M. La política de siempre se reveló como un engaño, una mentira, una fuente de corrupción, empezando por las altas cabezas del Estado convertido en un establo maloliente. Se mintió sin freno, apelando (2ª Guerra del Golfo) a Dios. Del liberalismo económico se paso al neoliberalismo de élites depredadoras, organizadas en pandillas o cuadrillas para delinquir. Del llamado Estado del Bienestar se pasó a una acelerada desigualdad entre los ciudadanos, con manifestaciones multitudinarias en 2011 en la Puerta del Sol de Madrid pidiendo la igualdad de derechos ante la desigualdad y pobreza crecientes. Se pidió la ruptura de la simbiosis entre lo económico y lo político, y se exigió un nuevo modo de representar al «pueblo».

En ese contexto surgen preguntas: ¿Puede extrañar que en julio de 2014 un periódico haya titulado «Rebelión ciudadana contra las élites»? ¿Puede extrañar que la gente se preguntase quién mandaba aquí? ¿Cabe asombrarse ante la ruptura de confianza de la ciudadanía, desconfianza en la Política y deterioro de la democracia y la corrupción? ¿Puede extrañar que ante tanto desbarajuste, se reclamase una «nueva manera de hacer política»? Es natural que al Poder establecido el Movimiento del 15M, resultase de extrema incomodidad y que la recogida por Podemos de planteamientos populistas de aquel Movimiento tuviera resonancias no solo intelectuales sino también emocionales.

Muchos no ven a Podemos como un simple adversario político, sino como al enemigo que se contrapone al amigo en la polémica o guerrera esencia de la Política según Carl Schmitt. Lo ven como a un enemigo que, por ser odiado, hay que destruir y al que se niega la legitimación para intervenir en el debate político. Esto es muy preocupante y peligroso, que debería exigir de manera inmediata reflexiones, pues entronca con planteamientos guerra/civilistas que aún están ahí, visibles. También, por cierto, de Schmitt es la idea de la indisoluble unidad del Trono con el Altar, que fácilmente se aprecia en la Legislación hipotecaria española de 1944-1946, privilegiando las inmatriculaciones, como escribimos repetidamente, de bienes de la Iglesia católica como si fueran del Estado mismo, privilegios mantenidos, sorprendentemente, hasta 2013, o sea, hasta ayer mismo. ¿Habrá que recordar, como hiciera Américo Castro, la radical españolidad de palabras como «pronunciamiento», «caciquismo», «muñidor» y «pucherazo»?

El pensador José Luís Pardo (El Mundo, 10 de diciembre de 2016), preguntado por Podemos respondió: «Discurso en el que reina la ambigüedad y genera grandes palabras, grandes eslóganes, grandes insultos y grandes enemigos. El mecanismo por el que se afianza el populismo es aunando demandas heteróclitas que no contribuyen al interés general sino al enfrentamiento social». En esa respuesta está la clave incendiaria en búsqueda de la enemistad y reclamando odios de sus enemigos: desde el apoyar demandas de colectivos con cuentas pendientes en el País Vasco a seguir planteamientos separatistas en Cataluña (lo último calificar a Puigdemont de exiliado); desde elaborar blindajes o parapetos ante denuncias de corrupción, a locas incoherencias personales de sus principales dirigentes. Y hay un asunto esencial, para añadir, denunciado por Rosanvallon en su libro El siglo del populismo: eso tan sospechoso, que se denomina la democradura o la cuestión de la irreversibilidad. 

Bajo el neologismo de democradura está la sospecha de que el populismo lo que quiere es instaurar un régimen político, según Rosanvallon, que combine las apariencias democráticas con un ejercicio autoritario del poder. En su origen están las urnas, pero las mayorías pasan luego a ser irreversibles, pues el «pueblo» habiendo ganado ya no puede perder, y la reelección de los gobernantes populistas ha de ser ilimitada; todo ello con la necesaria y laboriosa domesticación de los Tribunales. Esa finalidad no democrática de la democradura subleva, más aún, a sus reales enemigos, a su vez, muy dudosos acerca de la democracia. En ese contexto es normal que algunos periódicos editorialicen «Podemos no es ejemplo de nada» o que se escriben páginas sobre «La deriva totalitaria».

Y la pregunta es: ¿Qué pasa con la democradura cuando el partido populista no tiene una mayoría parlamentaria para aplicar sus políticas y cuando gobierna en coalición con otro partido no populista? Eso, esa genialidad, es lo que está ocurriendo ahora en España. Es normal que los populistas se revuelvan, que no acepten que del «pueblo» se rían o sonrían. ¡Cómo van a aceptar eso quienes ya dijeron que «la culpa es de todos, menos de ellos». La respuesta acaso la tenga o debería tener Pedro Sánchez.

Rosanvallon escribió en 2020 su novedoso ensayo sobre los populismos, pero mucho antes, el 28 de marzo de 2002, pronunció la lección inaugural del Collège de France, que tituló Para una historia conceptual de la Política. En ella dijo: «El fondo de lo político no se deja verdaderamente aprehender más que en momentos y situaciones que destacan que la vida de la democracia no es la de confrontación con modelos ideales, sino con la exploración de problemas concretos a resolver».

Queda, pues, esperar y ver.