El lío de las vacunas

José Ramón Amor Pan
José Ramón Amor Pan PUNTO DE VISTA

OPINIÓN

Brais Lorenzo

24 ene 2021 . Actualizado a las 11:30 h.

Ni Pepe Gotera y Otilio generaron un esperpento mayor que el que estamos contemplando: consejeros autonómicos, alcaldes y otros varios que se saltan la cola para ponerse la vacuna (alguno dimite, pero los más ni se inmutan, alguno tan solo moquea ante las cámaras); en un arrebato infantilista, el presidente valenciano castiga sin la segunda dosis a los 150 carotas de su comunidad (¿no se dará cuenta que así se pierden definitivamente?); faltan jeringuillas adecuadas para aprovechar al máximo el preciado líquido; Pfizer envía menos vacunas de las pactadas y no hay consecuencias para la empresa incumplidora… y así todo.

¿Qué me dicen de la absoluta falta de transparencia respecto a los contratos firmados con las farmacéuticas? Me resulta atrabiliario, sospechoso y una bajada de pantalones en toda regla, que a nada bueno conduce. También merece mi reprobación que los pobres de este mundo -una vez más- sean los últimos de la fila (por no tener, no tienen ni oxígeno medicinal en muchas partes, como atestigua el dramático llamamiento del arzobispo de Manaos, en la Amazonia brasileña): que les vayamos a dar las vacunas que nos sobren cuando nosotros estemos vacunados no es muy ético que digamos.

Sorprende las escasa atención que se presta al desarrollo de las vacunas rusa y china, no digamos ya el silencio casi absoluto sobre la de la India: ¿será porque le pueden chafar el negocio a algunos? ¿No habría que aprovechar la coyuntura para fortalecer lazos, lograr avances regulatorios en esos países y establecer puentes para ulteriores alianzas? Porque lo que está demostrando el desarrollo acelerado de las vacunas es que cuando tenemos voluntad real de hacer algo, lo hacemos y sacamos la financiación hasta de debajo de las piedras.

Me reafirmo en lo que ya escribí Bioética en tiempos del covid-19: «El objetivo de acabar con el covid, tan deseado por todos, solo se alcanzará con la realización de la justicia social e internacional; y, además, con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo». Solo una bioética global, afectiva y efectiva nos salvará de este lodazal moral en el que nos estamos hundiendo.