Picaresca, abusos y vacuna

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Javi Carrión | Europa Press

26 ene 2021 . Actualizado a las 08:40 h.

Vivimos en el país de El Lazarillo de Tormes y del Buscón. La picaresca forma parte de nuestra condición. Admitámoslo: todos somos más o menos pillos en función de nuestras posibilidades. Va en nuestra naturaleza; en nuestro ADN, se dice ahora. Y lo conllevamos. A veces nos irrita ese gen, y reprobamos a la señora descarada que no respeta la cola del súper, pero en general simpatizamos con el pícaro que se defiende como puede, incluso saltándose las reglas. Como el Lazarillo que responde al engaño del ciego, amo avaro y egoísta que lo muele a golpes y rodillazos, con un engaño mayor: comiéndose las uvas de tres en tres.

Ahora bien, una cosa es la picaresca y otra muy distinta el abuso de poder. Todos esos alcaldes y consejeros, curas y militares, que se saltaron el protocolo y se vacunaron antes de tiempo, no son meros buscavidas que podamos juzgar con benevolencia. Ni personajes de la picaresca nacional ni truhanes que intentan sobrevivir en un medio hostil, sino miembros de la secta del «no sabe usted con quién está hablando». Otra especie nacional, transversal a oficios y siglas, y al parecer inextinguible. Facinerosos que utilizan no el ingenio o la sagacidad de que carecen, sino su posición de poder para robar la vacuna a quien más la necesita. Tampoco deben andar desencaminados los juristas que aprecian en su actitud indicios delictivos, como el abuso de autoridad y la apropiación indebida.

Adviértase que no pretendo descargar la culpa únicamente en los cargos políticos. Al contrario, muchos de estos ya han recibido castigo con el escarnio público o la dimisión. La ignominia ha sido perpetrada por quienes tenían algún poder de decisión. Desde el funcionario o responsable del centro de salud que, para aprovechar el culín del frasco, se lo ofrece al alcalde o al pariente, en lugar del siguiente de la lista; hasta el alcalde que, recibido el aviso, en vez de buscar al vecino necesitado, corre raudo a pincharse.

¿Y ahora, qué? En esto estoy con Ximo Puig: quienes se colaron no deben recibir la segunda dosis. Que esperen su turno, el que les correspondía. Asegura Fernando Simón que eso supondría sumar un segundo error al primero que se cometió. No lo comparto. Un error significa una equivocación de buena fe, como vacunar a diecisiete informáticos de Pontevedra en la primera fase. Aquí no hubo error alguno: solo corrupción.

Tampoco comparto el argumento mayor: si no se inyecta la segunda dosis, perdemos la primera. Estaremos tirando a la basura un bien escaso y de enorme valor. Obviamente no se refieren a los 17 euros que cuesta cada dosis de Pfizer, sino al valor que le otorga su capacidad de salvar vidas.

El día en que el alcalde se saltó la cola, postergó a una persona especialmente vulnerable. Le robó tiempo y, por tanto, incrementó el peligro que corre su vida. Si a los 21 días el usurpador regresa a por su segunda dosis, aquella u otra persona de riesgo deberán esperar por su primera inyección hasta que el alcalde se inmunice.

El desafuero se duplica.