Morir de Ford

Nacho Rozas

OPINIÓN

03 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«El hombre que mató a Liberty Valance» nunca ha sido de mis películas favoritas. Así, sin anestesia ni nada. Pero eso era hasta este domingo. Gracias a Radar, y a pesar del aforo reducido en cumplimiento de la estricta normativa sanitaria, hemos podido volver a disfrutar, en el Teatro Filarmónica, de lo que hace unos meses me atrevía a denominar «la gran pantalla en gran pantalla».

Yo, propenso a sufrir stendhalazos, a los pocos minutos estaba con un nudo en la garganta y mareos involuntarios. Les aseguro que no tuvieron que transcurrir muchos porque en el momento de aparecer en esos estacones de madera el nombre de John Wayne, James Stewart y el «directed by John Ford» el arriba firmante estaba con las lágrimas recorriendo las mejillas y las gafas empañadas. Claro que la música de Cyril J. Mockridge y la escena inicial de ese tren llegando a Shinbone son sencillamente estupendas y ayudaron en la faena, pero «El hombre que mató a Liberty Valance» es una joya en todo su metraje y la emoción no fue a menos, muy al contrario.

Temiendo que lo que sigue sea un lugar común he de confesar que, cuando veo cine —quiero decir, buen cine, el de las emociones, el que te las provoca—, siempre me busco reflejado en ciertos personajes. Y es que las buenas historias parece que cuentan la propia historia. Me veo en Ramson Stoddard (Stewart), attorney at law, por su civismo y por ser compañero de profesión; me veo en Tom Doniphon (Wayne), por cuidar a los demás sin que se note y por ser quien renuncia a la chica; me veo en el Marshal Link Appleyard (Devine) por ser más bueno que el pan —aunque esté mal que yo lo diga— y; sobre todo, me veo en Dutton Peabody (O’Brien), editor del Shinbone Star, «la conciencia del pueblo, la débil voz que truena por las noches, el perro guardián que aleja los lobos, el padre confesor y el borracho de la ciudad». En la señorita Hallie (Miles) no me veo a mí, pero sí a las mujeres que me gustan, porque son ellas —mujeres del Oeste— quienes realmente manejaban el cotarro. En Liberty Valance (Marvin) no me veo, ni siquiera de lejos, pero quizá algunos sí me vean así.

A José Luis Garci, que dijo algo así como que «Nadie ha filmado mejor que él un baile, un tipo hablando a una tumba, unos jinetes cruzando un río, la vejez, la soledad, la desilusión, la familia alrededor de la mesa, los entierros, las cocinas, el amor, las tormentas, las montañas, los ríos, los crepúsculos, el pocillo del café junto a la hoguera en la alta sierra, las brumas, la tensión del horizonte, el deber, el cielo, los rostros, los caballos, las barras de los bares y, en fin, esa cosa tan manida que llamamos vida. Si a Dios le gusta el cine, estoy convencido de que sus películas favoritas tienen que ser las de John Ford», le habría gustado escribir un libro titulado «Morir de Ford». Yo, salvando las distancias, le dedico este artículo el día del cumpleaños del de Maine. John Ford, «I make Westerns», la leyenda. Y ya saben lo que se dice, «cuando la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda».