España e Italia (Fiat y Seat)

OPINIÓN

FERNANDO CALVO | Reuters

04 feb 2021 . Actualizado a las 09:34 h.

Como decía el viejo chascarrillo, «los cuatro países que más preocupan a la UE son tres: Italia y España». Los hay peores, pero son más pequeños. Y, en palabras arrepiantes, «más rescatables». Claro que los dos países no son iguales, porque Italia (Fiat) tiene más patentes que España (Seat), está más industrializada, su PIB es mayor y su población más numerosa. Pero los parecidos son tan grandes (opulencia patrimonial, católicos, potencial turístico incomparable, población longeva, agriculturas envidiables, estilos de vida mediterráneos, diversidad geográfica y cultural que los convierte en pequeños continentes, y con la mejor calidad de vida del mundo) que era inevitable que acabásemos imitándonos como hermanos mellizos. Ambos países estamos intensamente romanizados, hablamos mal el latín -pero nos entendemos-, y los dos tenemos ese punto de informalidad que, aunque nos resta competitividad y eficiencia, nos da una cordial humanidad que nunca podrán comprar ni imitar los vecinos del Norte.

Pero no es oro todo lo que reluce. Y, en este paradisíaco ambiente, la tentación de la improvisación, el cortoplacismo y el ejercicio de la política en mercadillos callejeros era inevitable. Por eso hemos alumbrado sistemas políticos tan lábiles y manipulables que, siendo muy aptos para el caneo político, y para confundir el Estado con la familia y el terruño, presentan enormes dificultades para gobernar a medio y largo plazo -que es la única manera de gobernar-, para competir en mundos globalizados, y para mantener la disciplina y el orden financiero que son esenciales para compartir objetivos con otras naciones. Somos cigarras y despreciamos a las hormigas, y preferimos hacer la política en la montaña rusa -que es muy divertida- en vez de dar plácidos paseos en coche de caballos.

Ahora, mientras otros países disfrutan sus ahorros, su vida disciplinada y su orden político esencial, nosotros jugamos a corto plazo, confiamos la recuperación a la providencia divina y humana, damos por hecho que tras la vacuna «volverá a reír la primavera / que por tierra y mar se espera», y confiamos nuestra liga al catenaccio, que, inventado por Rappan, no tuvo categoría de arte hasta que Rocco y Herrera lo convirtieron en seña de identidad del fútbol italiano.

Las políticas de Italia y España se reducen hoy a las medidas de choque, al caneo corto y al despiste sistémico -con mayorías heterogéneas, inestables y esencialmente contradictorias-. Y, en vez de planificar la liga en el complejo marco de una pluralidad de competiciones, estamos gestionando el futuro «partido a partido». En mi haber tengo suficientes años, éxitos y fracasos para evitar la tentación de vaticinar un cataclismo histórico. Lo que sí puedo afirmar es que nuestro catenaccio político depende siempre de la UE, con la que no queremos compartir, en cambio, disciplina y eficacia. Y por eso es evidente que Italia y España vuelven a ser, como en la crisis anterior, las dos grandes incógnitas de la ecuación europea.