El asalto de los cielos por el populismo

Ángel Aznárez
Ángel Aznárez REDACCIÓN

OPINIÓN

Pablo Iglesias ha cumplido su objetivo y, seis años y cuatro convocatorias electorales después, ha sentado a Podemos en un Consejo de Ministros del que será vicepresidente tras un viaje que le ha llevado a guardar en un cajón la versión más revolucionaria de sí mismo y enfundarse su traje más institucional. Como vicepresidente, llevará la iniciativa política de los Derechos Sociales. El anuncio de última hora de Pedro Sánchez de una cuarta vicepresidencia para Teresa Ribera se entiende que busca diluir el enorme peso político que se le augura a Podemos dentro del gabinete
Pablo Iglesias ha cumplido su objetivo y, seis años y cuatro convocatorias electorales después, ha sentado a Podemos en un Consejo de Ministros del que será vicepresidente tras un viaje que le ha llevado a guardar en un cajón la versión más revolucionaria de sí mismo y enfundarse su traje más institucional. Como vicepresidente, llevará la iniciativa política de los Derechos Sociales. El anuncio de última hora de Pedro Sánchez de una cuarta vicepresidencia para Teresa Ribera se entiende que busca diluir el enorme peso político que se le augura a Podemos dentro del gabinete Efe | Mariscal

07 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En artículos anteriores, especialmente en Podemos o no podemos, se hizo referencia a Pierre Rosanvallon, historiador y sociólogo. Es el autor contemporáneo más especializado en lo que se viene denominando «las mutaciones de la democracia contemporánea». Es también Rosanvallon el autor de los mejores libros sobre la democracia, tales como Democracia inacabada (2000), Contrademocracia (2006), Legitimidad democracia (2008) y El siglo del populismo (2020). Un populismo, el de este siglo, que es interrogación sobre la democracia y que se inscribe en las tensiones de la misma, siendo el presente un tiempo de grave crisis del capitalismo y de la representación política.

Se publicó también en 2020, en España y por la Editorial Trotta, La máscara democrática de la oligarquía, que es un coloquio que tuvo lugar en los años 2013 y 2014 entre tres italianos: un historiador, Luciano Canfora, un filósofo, Geminello Preterossi, y un jurista, Gustavo Zagrebelsky, que fue presidente del Tribunal Constitucional italiano. Del entero coloquio interesa hoy la cuarta parte, titulada entre interrogantes: ¿Todo es culpa del populismo? Dejo las demás partes del coloquio a un tiempo posterior al tratarse de las lamentables élites españolas, incrustadas también en el Estado, con prácticas del conocido sistema mafia. Sí que destaco ahora mi admiración por el jurista italiano, desde que leí, allá en 1995, su libro El derecho dúctil, con prólogo del fallecido Peces-Barba.

Antes de que el lector/lectora se canse por lo escrito hasta aquí y deje de leer, trascribo lo que dijo Zagrebelsky, que consta en la página 103 del libro-coloquio, confesando un escalofrío al leer su parte final. Aclaro ahora que, cuando escribí en Podemos o no podemos, acerca del odio y la tensión «amigo-enemigo» según Carl Schmitt y en la actual política española, no conocía la frase de Zagrebelsky subrayada.

Dijo el demócrata ex presidente y juez:

«El populismo niega la dialéctica mayoría-oposición porque en la incorporación de todo en uno debe haber identidad. El populismo es un régimen identitario, en el sentido de anulación de las distancias. Incluso los estilos de vida deben coincidir, al menos aparentemente. En una palabra, la noción misma de los gobernantes, de la clase dirigente, queda abolida. No parece que en el populismo haya clase dirigente. Cuando luego se descubre que no es así, y que los vértices del 'movimiento' viven como sátrapas, se desencadena la furia. Recordemos el final de los cónyuges Ceaucescu, que fue un final típicamente populista».

                                               (I)

Luciano Canfora, a la palabra populismo, la calificó de arrogante; Zagrebelsky de ambigua y engañosa; y Rosanvallon escribió que es de connotación peyorativa y negativa. En cualquier caso parece que el populismo está más cómodo en una estructura-tipo «movimiento», que parece más espontánea, que en forma de partido político que parece más artificiosa; en otras palabras: embridado un «movimiento» en un partido político, con beneficios y con muchos  inconvenientes. Eso fue lo ocurrido en España, que se hizo del «Movimiento del 15 M» un partido político («Podemos»), aunque se proclame, por unos y por otros, que pretenden lo mismo: regenerar la democracia.

El interés en querer institucionalizarse como partido político pareció estar en sus dirigentes, viendo así la posibilidad de acercarse al Poder, lo que se llama «asaltar el cielo», fuente de muchas gracias primero y desgracias después; entre las primeras está la erótica, que no existe en los «movimientos» a base de manifestaciones y proclamas populistas y/o callejeras. Y es que a la «erótica del Poder» son muy sensibles los homo passionalis, obsesivos, a los que nos referimos en Podemos o no podemos. Es complicado, como recuerda Zagrebelsky, trasladar a un «frío» partido político conceptos básicos de movimientos populares tan «calientes» como conducator y jefe -jefe en unión «mística» con la masa y la masa con el jefe-. El llamado culto a la personalidad es más propio de «movimientos» que de partidos y volvemos al recuerdo de los cónyuges Ceaucercu.

                                               (II)

Otro problema es el de la duración del liderazgo en un partido político, no en un «Movimiento». Preguntamos: ¿Cómo se podrá defender un liderazgo de larga duración a un máximo dirigente en un partido político, incluso aunque vaya de derrota en derrota en procesos electivos, cuando el mismo dirigente exige a sus militantes brevedad en el ejercicio de sus respectivos cargos? ¿En qué quedamos, en lo temporal o en lo eterno? La permanencia indefinida en el Poder es, sin duda, a base de una continua e indefinida lucha, escabechina o carnicería entre el llamado jefe del partido político que quiere mantenerse por su irrefrenable voluntad de poder y los demás que quieren participar en la orgía «celeste». Acaso la manera más apoteósica de permanecer en el poder sea la proclamación de su irreversibilidad, basándose, natural e hipócritamente, en la irreversibilidad de las conquistas protagonizadas por el Pueblo.

                                               (III)

Adoptar la forma de un partido político es aceptar la forma y el fondo de una democracia liberal, que es el diseño constitucional actual. El pueblo liberal referido en las constituciones políticas no es el pueblo iliberal de los movimientos populistas. Una cosa es la «espontaneidad» de los movimientos populares y otra muy diferente son las organizaciones y asociaciones de los partidos que implican reglas y estatutos (los partidos). ¡Curioso el destino de aquéllos, acaso cómico o trágico, que, desgañitados en denunciar los usos y abusos de las élites contra el pueblo, acaban ellos mismos en convertirse en élites! ¡Curioso el destino de aquéllos, acaso cómico o trágico, que desgañitados en denunciar los usos y abusos de la llamada democracia liberal contra el pueblo, acaban ellos en ser sostenedores de esa democracia liberal! Decir que no hay lugar para una alternativa de Gobierno en un sistema liberal de representación, como el español, es anunciar cosas terribles.

¿Cabe una Nueva Política allí donde la matriz y el sostén de todo están en los férreos intereses de los de siempre? Acaso sea verdad la opinión de un analista político en ABC de que la decisión de Pedro Sánchez de formar gobierno con Podemos, puede resultar la peor y la más dañina, pero también habrá que recordar, por justicia, que fueron los populistas los que denunciaron los salvajes intereses de demora pactados en las hipotecas; que fueron los populistas los que denunciaron las presiones de las «empresas periodísticas» a las Administraciones; que fueron los populistas los que denunciaron los sistemas de cooptación en la designación de relevantes cargos judiciales. Es normal, muy normal, que la Derecha se pregunte si Sánchez, ahora, duerme tranquilo.

                                               (IV)

Daniel Innerarity, en su artículo Democracia y verdad, publicado en El País el 10 de septiembre último, escribió: «El liberalismo diseña la vida pública de manera que nadie pueda representarla absolutamente» y añade: «No tenemos democracias para encontrar verdades absolutas, sino para decidir los asuntos comunes sobre la base de que nadie -mayoría triunfante, élite privilegiada o pueblo incontaminado- tiene un acceso privilegiado a la objetividad que nos ahorrará el largo camino de la pública discusión».

Innerarity combate lo que Rosanvallon considera esencial en los populismos y que denomina: «La cuestión de la irreversibilidad». A eso, a la Democradura, también nos referimos en Podemos y no podemos, siendo definida como «régimen esencialmente iliberal que conserva en lo formal los ropajes de una democracia». Tal hipocresía maquiavélica no es aceptada por el resto de las fuerzas políticas que disputan dentro de un mismo espacio político, el liberal, pero la pregunta es: Si es tan esencial la Democradura para los populistas y tan rechazable para los demócratas liberales, ¿por qué llegan a acuerdos para gobernar? Lo leído hace escasos días de que el PSOE recordó a Podemos que no se puede ser al mismo tiempo gobierno y oposición, no revela ningún tipo de inteligencia política sino mucha bobada estúpida.

Y la llamada irreversibilidad plantea dos problemas. Uno ya lo apuntamos en artículo anterior, y es sobre eso tan peculiar y extraño de que un partido populista entre, en minoría, en un Gobierno (caso de España). El otro problema se manifiesta ante unos resultados electorales, cada vez peores, del partido populista. La cultura política de los partidos políticos en un régimen liberal hace que se asuman, con naturalidad, los éxitos o fracasos electorales, incluso que desaparezcan. No se sabe aún cómo los partidos de la irreversibilidad del Poder asumen o han de asumir su continuo deterioro electoral.

Daniel Innenarity en el libro Una teoría de la democracia compleja, editado por Galaxia Gutemberg en 2020, en la Introducción, cita al austríaco  escritor Robert Musil, que dijo: «La diferencia entre una persona normal y una que está loca es que la normal tiene todas las enfermedades mentales, mientras que la loca tiene una solo». Habría mucho que debatir sobre quién es la persona loca y quién es la persona normal, pues, a veces, las apariencias engañan.