Las vacunas y el puente de Forth

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

07 feb 2021 . Actualizado a las 10:14 h.

Hay escoceses que, cuando se encuentran ante un trabajo que parece interminable, repiten la misma frase. «Es como pintar el puente de Forth». Esta estructura de la época victoriana fue durante más de cien años una pesadilla para los que se encargaban de su cuidado. Cuentan que hubo momentos en los que, cuando acababan de pintar el puente, prácticamente tenían que volver a empezar por el otro extremo. Cuestión de tiempos. El tiempo de reloj que invertían en darle color y el tiempo escocés, que con sus inclemencias lo borraba prácticamente al mismo ritmo. Quizás esta historia roce con la leyenda. Pero está documentado que el monumento ha consumido durante décadas el esfuerzo de no pocos trabajadores en su mantenimiento. El visitante ocasional puede que diera por sentada su belleza y su rojo distintivo en el horizonte. Y estos tiempos enseñan que no hay que dar nada por sentado. Cuando creemos que el razonamiento científico es uno de los pilares de la civilización moderna, nos encontramos con que el rechazo a las vacunas arraiga entre los más jóvenes. Hay que seguir pintando. Esa cubierta que parecía tan moderna y brillante se desgasta.

Algunos compran cualquier conspiración, desde creer que la pandemia es una tapadera fabricada para tapar la amenaza del 5G hasta afirmar que la nieve que paralizó Madrid era de plástico. Pero parte de esos incrédulos se tragan los argumentos de los youtubers que se fugan a Andorra. Y siguen a instagramers que un día cargan contra la vacuna («me contagio yo, es mi problema») y otro te cuentan casi al oído que con las apuestas deportivas te puedes forrar. Por cierto, la tortura del puente de Forth cambió en este siglo gracias a la pintura especial. La ciencia.