A vueltas con la toma del Capitolio: perfil financiero y emocional de los asaltantes

Cristina González

OPINIÓN

Asalto al Capitolio de Estados Unidos
Asalto al Capitolio de Estados Unidos MICHAEL REYNOLDS

16 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El proceso de impeachment de Donald Trump, que acaba de concluir con su exoneración, ha obligado a Estados Unidos a repasar las imágenes de los violentos acontecimientos del día 6 de enero. Muchos americanos, asustados por la fealdad física y moral del asalto, han vuelto a reflexionar sobre la naturaleza de los asaltantes.

Aunque los seguidores de Trump son un grupo muy variopinto, que incluye la derecha económica tradicional y la derecha religiosa radical, su núcleo duro es la derecha desafecta, compuesta principalmente por blancos sin estudios universitarios. Hay bastantes publicaciones sobre este grupo social, que, descontento con su falta de perspectivas en la economía del conocimiento, les echa con frecuencia la culpa de sus problemas a las minorías étnicas y a los inmigrantes. Por eso, en sus filas abundan los supremacistas blancos. Parece que los que participaron en el asalto al congreso pertenecían sobre todo al sector más radicalizado de la derecha desafecta.

Un ejemplo representativo de los asaltantes es la vecina de San Diego, California, Ashli Babbitt, que fue abatida por la policía cuando intentaba entrar por una ventana en una zona restringida dentro del Capitolio. Babbitt era una persona con problemas financieros y emocionales. Tras pasar catorce años en las fuerzas aéreas, donde tuvo conflictos con sus superiores, volvió a la vida civil, pero no encontró fácil acomodo. Primero trabajó como guarda de seguridad en una planta nuclear y luego abrió un negocio de equipo para piscinas, pero éste no fue bien y tuvo que pedir un crédito. Como no devolvió el dinero, la compañía de préstamos le puso un pleito y el juez determinó que debía pagarle $71.000, lo que la puso en una situación muy difícil. Babbitt, cuya vida sentimental era inestable, había asaltado a la antigua novia de su segundo marido, la cual llevó con éxito el caso a los tribunales. 

Mientras sus asuntos profesionales y personales iban de mal en peor, Babbitt se hizo fanática seguidora de Trump y del movimiento conspiratorio de ultra-derecha QAnon, que dice que el país está en manos de un grupo de demócratas pedófilos y antropófagos, el cual tiene la culpa de todo lo malo que sucede. Los seguidores de QAnon creían que el 6 de enero Trump iba a ejecutar a sus enemigos. En este febril estado de ánimo se hallaba Babbitt cuando, convencida de que aquel aciago día Trump iba a acabar con todos los problemas del país, incluidos los suyos, se lanzó con toda su fuerza a la ventana en la que encontró la muerte. 

El perfil de Babbitt es similar al de los asaltantes estudiados por el periodista Todd C. Frankel en un artículo publicado el 10 de febrero en The Washington Post, en el cual analiza el historial de 125 acusados por los disturbios del día 6 de enero. Los documentos del dominio público que consultó para este estudio incluyen declaraciones de bancarrota y notificaciones de ejecución hipotecaria y de desahucio, así como listas de impago de deudas y de impuestos. Un repaso de los documentos de un período de 20 años evidenció que los problemas financieros de estos 125 asaltantes eran superiores a los de la mayoría de los ciudadanos.      

Casi el 60% de los acusados habían tenido problemas financieros serios. La tasa de bancarrota era casi el doble que la del público en general. Además, a una cuarta parte de ellos les habían puesto pleitos sus acreedores y uno de cada cinco estuvo en peligro de perder su casa en algún momento.   La cuantía de sus deudas impagadas varía, llegando hasta los $400.000. Un 40% de los asaltantes eran propietarios de pequeños negocios y empleados de diversos tipos, algunos con estudios universitarios, o sea, gente de clase media.   

Según Frankel, esta información concuerda con la proporcionada por estudios sociológicos sobre el tipo de votantes que se sienten atraídos hacia los movimientos de ultra-derecha, los cuales son, no solamente los blancos sin estudios universitarios, sino también los ciudadanos de clase media que perciben su posición como inestable o insegura, lo que los hace propensos a mirar a las minorías étnicas y a los inmigrantes con recelo. Son personas que se sienten robadas o estafadas por haber sufrido pérdidas económicas traumáticas tanto en la edad adulta como en la infancia. Aunque después su situación mejorase, el daño psicológico estaba hecho. Frankel señala que el grupo de 125 asaltantes estudiados incluye no solamente personas que han experimentado crisis financieras, sino también personas cuyos padres han sufrido reveses de este tipo. Y esta clase de personas son propensas a creer en teorías conspiratorias que confirman sus miedos, así como a echarles la culpa de los problemas propios a grupos sociales específicos, como las minorías étnicas o los inmigrantes, que es lo que hacen siempre los movimientos fascistas.

Los que invadieron el Capitolio buscaban a los políticos que creían particularmente culpables de sus desventuras. Lo que tenían en mente, según sus propias declaraciones, era ahorcar al vicepresidente, el republicano Mike Pence, que iba a certificar la victoria de Joe Biden, y meterle una bala en el cerebro a la presidenta del congreso, Nancy Pelosi, poderosa política demócrata que era el foco de su ira.  A su modo de ver, era todo muy sencillo.  Muerto el perro, se acabó la rabia.  No se daban cuenta de que la rabia la tenían ellos dentro y Trump estaba manipulando este sentimiento para sus propios fines. Ahora Babbitt está muerta y los demás asaltantes se enfrentan a penas de cárcel. Mientras tanto Trump juega al golf en su soleado refugio de Florida. 

*Cristina González es catedrática emérita de la Universidad de California, Davis, donde ha impartido clases de literatura y cultura hispánicas en el Departamento de Español y de historia y situación actual de la universidad americana en la Facultad de Educación