Escenas que hablan por sí mismas

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

Juan Manuel Serrano Arce

16 feb 2021 . Actualizado a las 08:51 h.

Finales de enero del 2021. La población mundial está pendiente de la vacuna contra el covid. Es la esperanza y la ilusión, casi diría que lo que nos ayuda a levantarnos cada mañana. En los medios de comunicación, en las calles y en las casas, no se habla de otra cosa. Se han establecido rigurosos turnos y como cada uno sabe más o menos cuándo llegará el suyo, espera con resignada paciencia. Desde principios de mes, se ha ido vacunando a los ancianitos de las residencias. Y en eso estaban hace unos días en el Hogar para Ancianos Betania, en la provincia de Murcia, cuando una de las trabajadoras escucha ruido de motores. Mira por la ventana y afuera acababan de aparcar dos o tres coches, de los que comienzan a bajar sacerdotes, unos ocho o diez, con la sotana manchada de yema de huevo y olor a perro mojado (esto último es de mi cosecha). Después llega otro coche color crema. Nuevo crujir de sotanas, saludos, y de él sale el obispo (alzacuellos, cruz colgando del pecho y anillo en el meñique) con otro cura. Todos ellos entran en el hogar frotándose las manos muy blancas, las mismas que poco después se posarán sobre las cabezas de los ancianitos, o alzarán el cuerpo y la sangre de Cristo. Uno a uno, van desfilando ante el personal de enfermería para el pinchazo. Al cabo de un rato, ya corre por sus venas la primera dosis de la vacuna. Entre los residentes y el personal, brota un silencio incómodo.

Hoy tengo el coche estropeado y tomo un taxi. En la radio comentan que ya son -que se sepa hasta ahora- cinco los obispos españoles que se han saltado las normas y se han vacunado «por el morro», pasando a formar parte, junto a una ristra de políticos, del deshonroso club de los que se han colado en la lista de espera de la vacuna contra el covid-19. El taxista reniega con la cabeza, y yo le pregunto qué opina del asunto. A través del espejo retrovisor, su mirada es tan lenta como su sonrisa. Se encoge de hombros y en ese gesto, están concentrados toda la rabia, el hastío y la incertidumbre de un año. «¿Y qué quiere que le diga?», contesta.

Pues eso, que todo lo que digamos, estará demás.