Polarización y espejo cóncavo madrileño

OPINIÓN

Isabel Díaz Ayuso, en un acto en Madrid.
Isabel Díaz Ayuso, en un acto en Madrid. O. Barroso | Europa Press

20 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo peor de la política de Madrid es que es una deformación de la política nacional. Y lo mejor es eso mismo, que es una deformación de la política nacional, no una muestra ni una tendencia del país. Madrid va a su bola. Las salpicaduras del País Vasco y Cataluña siempre fueron visibles y estridentes, porque así lo querían los actores políticos. El PP no tiene votos en esos territorios y siempre los utilizó como combustible electoral para el resto de España, por lo que siempre necesitó ruido y traca. El activismo nacionalista fue también una sucesión de estruendos. Los patrioterismos que se enfrentan en el País Vasco y Cataluña siempre rugieron símbolos y banderas, porque de eso va el patrioterismo.

Lo de Madrid era diferente. Aquí los actores querían un fenómeno callado. En la muerte propia solo piensan los ricos, que son los que tienen que dejar atada y bien atada su fortuna. Por eso ellos saben más que la gente normal sobre el impuesto de sucesiones y por eso les es fácil engañar a todo el mundo. Así que grandes patrimonios fueron deslizándose sin ruido hacia Madrid buscando la absolución fiscal bajo el cálido manto de la barbarie neoliberal. Lo mismo hicieron grandes empresas y grandes fortunas. Madrid lo puede hacer por su tamaño y por ser la capital. Asturias no podría. Madrid puede bajar impuestos y a la vez exigir ventaja en el reparto de las ayudas europeas. Pero ni la población madrileña ni sus barrios abandonados sacan nada en limpio. No es su privilegio lo que se busca, sino el de los ricos de España. Este proceso silencioso y fuera de focos fue convirtiendo a Madrid en una ciudad-estado que succiona los recursos de los servicios públicos de toda España y los deposita en los bolsillos más ricos del país (y en sobres para los gestores políticos). Así nos iremos pareciendo más a Venezuela, pero no por bolivarianos, sino por vivir todos en un par de mega-ciudades inhabitables con cada vez más territorios despoblados. ¿A cuántos jóvenes conocemos que se instalaron en Madrid o lo tienen en el horizonte?

Pero decía que la política madrileña era una versión distorsionada de la política nacional. Para empezar, la polarización de la política española se refleja en Madrid como en un espejo cóncavo de aquellos de Valle-Inclán. Lo más característico de la polarización no es el sectarismo, ni la deformación que se hace del oponente, ni la intolerancia sin límites con el rival. Lo más característico es la tolerancia sin límites con el afín. La polarización consiste en la alucinación de que vivimos en el penúltimo día de la historia y que nos lo jugamos todo aquí y ahora. Entonces las tragaderas con lo que hagan los nuestros no tienen límite. La polarización lleva a la inmoralidad. De ese pie cojea todo el mundo, a diestra y siniestra, pero es obvio que el caso del PP de Madrid es una caricatura. Ayuso no tiene que renunciar a Esperanza Aguirre, ni a Aznar, ni a Rajoy. Robos probados, espionajes sórdidos, discos duros martilleados, bajezas sin límites (volquetes de putas, por dios), todo da igual. Creo que Ayuso podría abrir un sobre en directo y no cambiaría nada. Financial Times la critica como populista y personaje polarizador, pero no es de extrañar que el PP emplee la estructura caciquil y su conglomerado de medios para polarizar. Es un chollo. Se presenta en Madrid con la corrupción, la compra de votos y la brutalidad reaccionaria de la ultraderecha normalizados y a plena luz. Un chollo. Felipe VI debe estar muerto de envidia. Él, el pobre, tiene que separarse de la corrupción de su familia, aunque sea como el Cid se separaba de doña Jimena y sus hijas, «como la uña de la carne» dice el Cantar.

La izquierda siempre fue dada a ideas tabique, a convencimientos que de uno en uno separan proyectos irreconciliables. Es difícil ser de izquierdas y no creerse formado e informado y hablar de política con frecuencia. Por eso se multiplican líderes amasados en discusiones y reflexiones grupales y que llevan consigo una doctrina y una autoimagen gomosa indeformable, imposible de mezclar ni armonizar. La carga transformadora de Podemos se ahogó en esa pasta de egos, y no solo en la cúspide. Los votantes de izquierda no suelen ver en el voto lo que es, un acto instrumental, y no un selfi que vayamos a enseñar al día siguiente en la red social. Dejan de votar o declaran «invotable» a un candidato tan fácilmente como los líderes sienten el impulso de un «proyecto propio y nuevo». Como decía, lo de los egos no es cosa solo de la cúspide. Lo bueno de la izquierda madrileña es lo que dije al principio. Es solo una deformación esperpéntica de la izquierda española. La falta de combatividad del PSOE llega en Madrid a la invisibilidad. La fea costumbre de mirar a los líderes y sus caretos, en vez de mirar a través de los líderes a sus representados, en Madrid se distorsiona tanto que yo creo que están bizcos de tanto mirarse. Para qué repetir algunas lindezas que se oyeron entre Más Madrid y Podemos. La izquierda se polariza fácilmente contra el enemigo común: el Frente Popular de Judea, no los romanos.

El movimiento de Ayuso es arriesgado, por mucho que ella ponga cara de Primera Comunión. Lo que puede ganar ya lo tenía. Pasar de gobernar Madrid con C’s a hacerlo con Vox no es mejorar. Descoloca al PP en Europa, enreda apoyos y pactos posibles del PP nacional, debilita su apoyo mediático (PRISA no va a tocar las maracas por Vox como por C’s) y amenaza con dejar a Sánchez el monopolio del «sentido común». Le va bien porque de momento no se habla de lo que más perjudica a Ayuso: la realidad. Se habla de comunismos, fascismos, la hora de la liberación y otras mandangas. En bucles largos de tiempo la voluntad popular sanciona bien las tendencias y las conductas, pero a la corta la política se parece a la vergüenza y al éxito: son mecanismos que se dan por la sensación que tenemos de lo que piensan los demás. La vergüenza y el éxito no funcionan estando a solas. A la corta, en política mueve las voluntades lo que cada uno cree que piensan los demás. Eso, y no su gestión, es lo que hace que sintamos a determinados líderes como fuertes y con capacidad de control. En ese mecanismo incide el grado de movilización de sus seguidores, pero sobre todo los medios y las redes clientelares. Por eso el populismo confuso y zafio de Ayuso puede ganar, es decir, conservar lo que tiene. Pero se arriesga. De momento, no parece que la izquierda vaya a perder escaños por su división, como no los perdió la derecha por la suya en las últimas elecciones. Dada la tendencia de los votantes de izquierda a sentir que donde hay una idea hay un tabique, es posible que una candidatura unitaria perdiera votos, porque enseguida habría votantes muy informados «decepcionados» que no se sentirían representados en esa candidatura impura y claudicante. Lo digo por todos, por la clientela del PSOE, de Más Madrid, de IU y de Podemos. Así que por una vez es posible que la división de la izquierda sume escaños. Madrid es de derechas, pero quién sabe. Ayuso arriesga, y no por valiente.

Mientras tanto, hay presupuestos para toda la legislatura. Se debilita el apoyo al Gobierno que gestionaba Iglesias por la periferia y se esfuma C’s por el centro. El PSOE es un cuerpo elástico deformado por Podemos que tiende a recuperar su forma natural. Ahí está Ábalos pretendiendo que es lo mismo limitar beneficios abusivos sobre la necesidad vital de la vivienda, que garantizarlos pagando el abuso entre todos. Calviño será la guardiana de esta desdichada fiscalidad que abre las desigualdades como una llaga y de la reforma laboral que deja a la intemperie al más débil. Lo de Madrid y otras comunidades hace evidente que se necesita poner orden y sentido en la organización territorial. Pero dirán que eso no es constitucionalista y nos volverán a contar lo de la transición. La Jefatura del Estado sigue en el limbo. No se habla de los fondos europeos ni de la que está cayendo con la minería y el litio. Y el PSOE se deformará de vez en cuando, pero su elasticidad lo llevará siempre a su estado natural, que es el que decía Carrillo en el 83, el de ser buenos chicos.