Hemos aprendido mucho en estos meses de pandemia. Como sociedad y como individuos. Hemos hecho mil sacrificios para adaptar nuestra forma de vida para luchar contra lo que muchos gallegos vedraños y con larga memoria llaman la «peste». Uno de los más impactantes ha sido cerrar o restringir el acceso a los bares.
Más allá del evidente perjuicio económico al sector, y de que la medida sea tan dolorosa como necesaria, conviene reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de estas y otras restricciones. Sabemos, por lo ocurrido en EE.UU. en 2016, que cuando desaparecen o declinan los medios de comunicación de arraigo local, la democracia pierde. ¿Pasa lo mismo con los establecimientos hosteleros? Pues sí. Al menos así lo afirma un estudio de una investigadora llamada Diane Bolet, vinculada a la prestigiosa London School of Economics and Political Science. Y sostiene que el cierre de los populares pubs degrada el tejido sociocultural y da alas al populismo (en el caso de la investigación se centra en el de extrema derecha xenófobo y eurófobo que representaba Ukip, muy activo antes del brexit). ¿Curioso, no? Toda la vida hemos vinculado las barras de bar con los excesos verbales y las soluciones mágicas que vinculamos con las posturas políticas radicales. Y resulta que era todo lo contrario. Ellas nos protegían. Tal vez porque nos permitían escuchar voces diferentes, debatir y rebatir. ¿Podemos decir lo mismo de las redes sociales o privadas?
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