Lecciones de Alcasser

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Javier Ramírez

30 nov 2022 . Actualizado a las 13:57 h.

Se habla muy poco de Marshall McLuhan, de su mantra teórico que todo periodista en ciernes escucha nada más pisar la facultad, de su capacidad visionaria a la hora de anticipar que todo es una aldea con mariposas que aletean en el río y ocasionan un tsunami. Un olvido inexplicable, ahora que hay más medios que mensajes y que la relevancia social no siempre compagina con el interés informativo, ahora que la información tiene tantas veces las hechuras de un reality en el que el proceso clásico que acompaña al periodista salta por los aires. En esa contienda sin reglas en la que todo vale para arañar una décima en la jungla descarnada de las audiencias reina en esta hora una mujer y sus lágrimas, el relato feroz de una vivencia que pretende ser la plantilla de lo que muchas otras viven en el silencio mortal de su irrelevancia. Todo aquí parece puesto al servicio de un objetivo en el que la denuncia del maltrato es la excusa y en el que un programador que conoce al dedillo los secretos de la televisión introduce en la coctelera las dosis exactas de un brebaje que sabe a trampa revestida de justicia y en el que las víctimas son más víctimas cuando acaba el show. Sorprende que el truco funcione porque lo hemos visto antes, porque una supervíctima siempre es gasolina para el prime time, como lo fue aquel pueblo de Alcasser que el 23 de enero de 1993 fue sentado en el plató empujado por quienes nos decían que eran los heridos de un crimen terrible, que todo aquello era una reparación, cuando lo que calculaban era los dólares de una audiencia descomunal conquistada a golpetazo de morbo. Hoy sabemos que aquello fue obsceno y reprobable, pero 30 años después aquí volvemos a estar. Sin recordar a McLuhan. Sin recordar que el medio es el mensaje.