El «show» de Rocío y Antonio David

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

25 mar 2021 . Actualizado a las 12:31 h.

Sáltese el lector este artículo si espera encontrar alguna clave para desentrañar el asunto que ocupa y preocupa a media España: la confesión de Rocío Carrasco. Nada puedo añadir a lo expuesto aquí, con menos fárrago y mayor brillantez, por mis colegas Sandra Faginas y Fernanda Tabarés. Ni el maltrato es un circo, ni la violencia machista es un reality show. La violencia es una lacra social: se llama Mari Carmen. ¿No les suena? A mí tampoco, hasta que rebusqué el nombre -ni siquiera encontré su apellido- en Google: la mujer asesinada en Torrejón de Ardoz, siete puñaladas en pecho y abdomen, por su pareja. El show solo es share y negocio: 120 minutos de confesión en pantalla, cuatro millones de euros en ingresos publicitarios, casi 4 millones de espectadores.

¿Por qué Mari Carmen no vende en pantalla y Antonio David y Rociíto convierten sus desventuras en mina de oro? Porque aquella era una persona y estos solo son personajes. Dibujos animados. Creados artificialmente en los laboratorios mediáticos y que, una vez incrustados en el imaginario colectivo, ya son de la familia: los amamos o los odiamos, nos interesa saber qué comen, cómo visten y con quién se acuestan, sufrimos por ellos y celebramos sus éxitos. Y cuando se pelean, digan lo que digan los jueces o la razón, tomamos visceralmente partido por uno u otro.

Siempre han existido personajes públicos en la cultura de masas. Miembros del star system, el sistema de estrellas. Hollywood, fábrica de sueños y de mitos, contribuyó decisivamente a su creación. Pero en aquel entonces la distancia entre la persona y el personaje era menor. El mito se construía con materia prima: a partir de una persona con alguna cualidad o habilidad específicas. Sobre una voz más o menos melodiosa, un cerebro bien amueblado o un cuerpo escultural edificaba el sistema sus mitos. La fábrica solo magnificaba las cualidades y disimulaba los defectos de la materia prima.

Ahora, la potente lavandería de cerebros fabrica personajes de la nada. Mediaset -ya lo dijo Pablo Iglesias: la cadena tiene más poder que el vicepresidente- es capaz de sacar conejos de la chistera. De transformar un joven guardia civil, aquel raterillo de poca monta que afanó 50.000 pesetas a un turista francés por infracción de tráfico, en un telepredicador de éxito durante veinte años. Y de convertir a una jovencita sin oficio ni beneficio, con un par de invisibles cromosomas como único mérito -el X de una afamada cantante y el Y de un destacado boxeador-, en la villana o heroína -según cuadre a la contabilidad- mayor del reino. Creados los personajes, lo demás es filfa: los subes al plató para que interactúen y se despellejen, y esperas a que millones comiencen a verter lágrimas y euros a raudales. Solo cabe esperar que los partidos, actores de la política-espectáculo, los fichen por su incuestionable tirón electoral. Todo se andará. La ministra Irene Montero, que se sumó al show con un tuit, ya ha dado el primer paso.