Con Netanyahu o contra Netanyahu

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

Benjamin Netanyahu, en el último mitin final de la última campaña
Benjamin Netanyahu, en el último mitin final de la última campaña ABIR SULTAN | Efe

27 mar 2021 . Actualizado a las 09:39 h.

Desde hace ya tiempo que las elecciones en Israel son, en realidad, referéndos acerca de la persona concreta de Benjamin Netanyahu. El que ya es a estas alturas el primer ministro que más tiempo ha estado en el poder en el país es la figura central en su política y todo hay que entenderlo en función de él.

De modo que en las elecciones del martes pasado se puede uno saltar toda la complejidad que supone un Parlamento de nada menos que trece partidos e ir directamente a los tres bloques que importan: el bloque pro-Netanyahu (54 escaños), el bloque anti-Netanyahu (57 escaños) y los indecisos (11 escaños). La mayoría absoluta está en 61 escaños.

Como siempre en la política israelí, la ideología es una mala guía para orientarse. En el bloque pro-Netanyahu hay una cierta coherencia, porque está formado por el Likud del propio Netanyahu (derecha) y el partido Sionismo Religioso (derecha religiosa nacionalista); pero el bloque anti-Netanyahu es un cajón de sastre que incluye a la izquierda (Laboristas, Meretz), pero también al centro derecha (Azul y Blanco), el centro liberal (Yesh Atid), a otra variante de la extrema derecha (Israel Beitenu) y a una escisión del propio Likud (Nueva Esperanza). Incluso los indecisos son heterogéneos: Yamima es otro partido de extrema derecha, Ra’am un partido islámico que representa a los árabes con ciudadanía israelí; y el problema de Netanyahu es que ambos son incompatibles entre sí.

Habría otras fórmulas para crear una coalición viable, pero implicarían que Netanyahu renunciase al poder. En ese caso, los escindidos de Nueva Esperanza podrían volver al Likud, e incluso alguno de los partidos centristas y la extrema derecha Israel Beitenu (que representa sobre todo a los israelíes de origen ruso) podían unirse. Pero renunciar al poder, algo ya doloroso para cualquier político, supondría para Netanyahu quedar expuesto a los procesos penales que pesan sobre él.

De modo que el país se ve así condenado a la parálisis acompañada de elecciones anticipadas constantes. Esta es la cuarta en dos años, y no hay que excluir una quinta. Pero si es llamativa la tozudez de Netanyahu, también lo es el fracaso repetido de los intentos de crear una alternativa que lo sustituya, quizás porque esa es su única finalidad y en política las obsesiones son un mal programa electoral.

La impopularidad de Netanyahu garantiza que los medios internacionales inflen una y otra vez a sus sucesivos adversarios para ver luego como, al poco tiempo, se unen a sus Gobiernos o se derrumban en las siguientes elecciones, como le acaba de pasar al partido Azul y Blanco del general Benny Gantz que de 35 escaños que llegó a reunir en el 2019 ha caído ahora a ocho.

Es así como Israel ha entrado en un bucle creado por dos personalismos, el de Netanyahu y el de quienes no piensan más que en apartarle de la política (lo que también es una forma de personalismo en negativo). No queda así espacio apenas para el debate político como tal. Todavía hay un margen para la negociación, el juego de tránsfugas y los pactos inesperados. Pero la sombra de unas quintas elecciones anticipadas parece cada vez más alargada.