Miseria del anticomunismo

OPINIÓN

Pablo Iglesias e Isabel Díaz Ayuso durante unas jornadas sobre el tratamiento informativo de la discapacidad en octubre del 2020
Pablo Iglesias e Isabel Díaz Ayuso durante unas jornadas sobre el tratamiento informativo de la discapacidad en octubre del 2020

30 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La derecha española se ha caracterizado siempre por combinar ideas simples con intereses firmes. No voy a negar que hubo conservadores ilustrados en el periodo anterior a la guerra civil, pero los limitados horizontes intelectuales de Franco tuvieron un efecto devastador. Huérfana de referentes, ya hace tiempo que parece haber encontrado uno en cierto predicador radiofónico, al que presuntamente financió con el dinero negro manejado por el señor Bárcenas, pero que no deja de fustigarla con los más despreciativos epítetos si no sigue sus consignas. Con frecuencia, para saber lo que van a decir los líderes del PP o de Vox en el parlamento o los medios, basta leer su periódico digital o escuchar alguna de sus diatribas radiofónicas. Hubo una época en que compartió esa influencia con el señor Rubido, entonces director de un añejo periódico madrileño, pero hoy está reducido a tertuliano y no posee su asombrosa capacidad para rellenar páginas de libros.

Carezco de tiempo y paciencia para ser un seguidor habitual del nuevo padre Vélez, pero creo que no me equivoco al atribuirle ingeniosos descubrimientos como el de convertir a la actual coalición gobernante en un frente popular o en un gobierno socialcomunista; tampoco al considerar sus recientes panfletos anticomunistas, publicados en 2018 y 2020, como inspiradores de la nueva cruzada contra los rojos. El idilio intelectual que mantiene con la señora Ayuso es manifiesto. No hay nada peor que un converso, aunque su caída del caballo estalinista se produjese ya hace décadas, ahora incluso defiende el papel histórico de Franco como salvador de España de las garras del comunismo.

La derecha española detesta la historia de los últimos 90 años, incluida la de la transición, porque no puede admitir que, mientras ella medraba bajo las acogedoras alas de la dictadura, fue la izquierda, y especialmente el Partido Comunista, quien la combatió e incluso enarboló la bandera de la reconciliación, que fueron esa izquierda y un Adolfo Suárez, al que consideraron por ello un traidor, quienes sacaron adelante una Constitución democrática y la libertad de todos los partidos políticos, que con su oposición se aprobaron el divorcio, la despenalización del aborto, la ley de 2007 que estableció la paridad entre hombres y mujeres en las listas electorales, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la eutanasia, por poner algunos ejemplos. ¿Comunismo o libertad? ¿Qué libertad? Quizá la de burlarse de los consejos de los expertos médicos en tiempos de epidemia, o la de construir edificios sin límites, incluidos parajes naturales o históricos, la de despedir trabajadores a bajo coste o la de subir alquileres y desahuciar inquilinos.

No quiero olvidar a los liberales y democristianos que se opusieron a la dictadura, ni a quienes rompieron con ella en los años duros, pero prácticamente ninguno estuvo en AP o en el PP, sí los hubo que se incorporaron al PSOE o a candidaturas unitarias al senado apoyadas por la izquierda. Los que llenaron AP y el PP fueron exministros de Franco y cargos de diverso pelaje del régimen, convertidos en demócratas como por ensalmo.

Quienes sacrificaron su vida por los derechos y libertades de todos, independientemente de su evolución y de sus contradicciones, fueron los Julián Grimau, Jorge Semprún, Javier Pradera, Fernando Claudín, Manuel Moreno Barranco, Simón Sánchez Montero, Santiago Álvarez, Horacio Fernández Inguanzo, Juan Muñiz Zapico, Gerardo Iglesias, Tina Pérez, Anita Sirgo, José Ramón Herrero Merediz, Daniel Palacio, García Rúa, Vicente Álvarez Areces, Paloma Uría, Amelia Valcárcel, Teresa Meana, Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, Manuel Azcárate, Chato Galante, Enrique Ruano, Lola González Ruiz, Francisco Javier Sauquillo, los mártires de Vitoria de 1976...; los (y las, evidentemente) obreros que rompieron el sindicato vertical, los estudiantes que llevaron la disidencia a las calles, los abogados que los defendieron, las mujeres feministas, los periodistas, escritores, profesores, profesionales e intelectuales que conservaron su dignidad cuando podía costar muy caro, quienes mantuvieron viva la herencia de la república y la democracia en el exilio... Tantos nombres olvidados, o casi, por esta democracia ingrata, de ahí esta selección arbitraria, al menos que se recuerde a algunos en estos tiempos de ignominia. Quienes vivimos 1977, aunque no militásemos en el PCE, nunca podremos olvidar que sentimos la libertad cuando vimos a Dolores pasear por las calles de Madrid o tuvimos la fortuna de escucharla en un abarrotado estadio Suárez Puerta.

Lo peor del anticomunismo, lo demostraron el macartismo o el franquismo, es que encubre el deseo de acabar con cualquiera que defienda la igualdad y la libertad. Todos se convierten en comunistas, los que combaten el racismo, los que se oponen a las dictaduras, las feministas, los sindicalistas, quienes defienden la libertad de cátedra, quienes se oponen al imperialismo, los que quieren una reforma fiscal que grave más a los que más tienen. Todavía se pudo leer esto el pasado día 23 (de 2021, no de 1941, aunque parezca increíble) en un suelto en el que el mismo periódico madrileño desde el que Alfredo Semprún escupía bilis contra la oposición durante la dictadura criticaba que la vicepresidenta Carmen Calvo elogiase a Largo Caballero: «En diciembre de 1936, Stalin, Molotov y Voroshilov enviaron una serie de cartas a Largo Caballero tratando de dictar la política que debían seguir los republicanos de puertas para dentro. Es conocida la correspondencia mantenida entre el genocida ruso y el radical español durante los años de la Guerra Civil, y daban cuenta de la complicidad que había entre ambos personajes». El libelista se olvidó de que Largo Caballero era el presidente del gobierno y la URSS uno de los pocos aliados de la república, pero, sobre todo, de que dimitió el 17 de mayo de 1937, no llegó a estar un año en el cargo, precisamente por su enfrentamiento con el PCE y los soviéticos y por su negativa a permitir la represión contra el POUM.

El Partido Popular llevó el pasado martes al Congreso la propuesta de que la cámara condenase el «totalitarismo comunista» y «los crímenes cometidos por los comunistas tanto en la República [sic] como en la Guerra Civil», para ello se apoyaba en una resolución del Parlamento Europeo, de 2019, que señalaba que, aunque los crímenes del nazismo habían sido condenados en los juicios de Núremberg, sigue «existiendo la necesidad urgente de sensibilizar sobre los crímenes perpetrados por el estalinismo y otras dictaduras, evaluarlos moral y jurídicamente, y llevar a cabo investigaciones judiciales sobre ellos». La iniciativa, defendida por una diputada que se hace llamar Cuca, olvidaba que ese acuerdo condenaba «que las fuerzas políticas extremistas y xenófobas en Europa recurran cada vez más a la distorsión de los hechos históricos y utilicen símbolos y retóricas que evocan aspectos de la propaganda totalitaria, como el racismo, el antisemitismo y el odio hacia las minorías sexuales y de otro tipo», por algo los eurodiputados de Vox se abstuvieron cuando se votó; también que pedía «a la Comisión [Europea] que preste apoyo efectivo a los proyectos que promueven la memoria histórica y el recuerdo en los Estados miembros y a las actividades de la Plataforma de la Memoria y la Conciencia Europeas, y que asigne recursos financieros suficientes en el marco del programa Europa para los Ciudadanos, con el fin de apoyar la conmemoración y el recuerdo de las víctimas del totalitarismo»; y señalaba, además, «que en algunos Estados miembros siguen existiendo en espacios públicos (parques, plazas, calles, etc.) monumentos y lugares conmemorativos que ensalzan los regímenes totalitarios».

La cuca diputada habló de los crímenes comunistas supuestamente cometidos durante la Segunda República, en la que no tuvieron ni un ministro ni casi diputados, y la Guerra Civil, pero se olvidó de que el único régimen totalitario que sufrió España fue la dictadura de Franco, que el PP sigue oponiéndose con demasiada frecuencia a que desaparezcan los «monumentos y lugares conmemorativos» que la ensalzan, que mancilla la memoria de las víctimas de su terror y que, encima, como le recordó un diputado de Vox, es el único partido de la cámara hermanado con el Partido Comunista Chino.

La resolución obtuvo el apoyo de los socialistas en el parlamento de Estrasburgo, pero el rechazo de la minoría situada más a la izquierda, que esgrimió tres objeciones importantes: la primera, que cuando plantea que el pacto entre Stalin y Hitler allanó el camino hacia la guerra, al concertar la invasión y reparto de Polonia por la Alemania nazi y la URSS y facilitar que esta última invadiese los estados bálticos y Finlandia, se olvida de los previos acuerdos de Múnich, en los que Francia y el Reino Unido permitieron la invasión y destrucción de Checoslovaquia y convencieron a Stalin de que nunca recibiría su apoyo en caso de un ataque alemán; la segunda, que la equiparación del nazismo y el estalinismo impide comprender lo que sucedió en la Segunda Guerra Mundial, y, por último, que identificar ambas ideologías es una simplificación sesgada, que, además, supone considerar sinónimos a estalinismo y comunismo.

Quizá no esté de más recordar que Stalin fue el dictador que encarceló y asesinó a más comunistas en el siglo XX, incluidos todos los dirigentes históricos del Partido Bolchevique, a brigadistas internacionales que habían luchado en España, a militantes de cualquier nacionalidad que tuvieron la desgracia de ser considerados trotskistas, zinovievistas, bujarinistas, titistas, revisionistas, cosmopolitas o simplemente de haber tenido amistad con liberales, anarquistas o disidentes y cayeron en sus manos. También que Stalin era, sin duda, antisemita, pero que ni siquiera el estalinismo más feroz pudo defender nunca esa ignominia, baste con recordar que Marx, del que se reclamaba heredero, era judío. No creó campos de exterminio, aunque en los de trabajo muriesen millares de personas, por eso Hitler asesinó a muchas más en una década que el tirano soviético en un cuarto de siglo. Ambos fueron criminales y tienen un merecido puesto en el basurero de la historia, pero ni todos los comunistas fueron estalinistas, sostener eso es un insulto a las víctimas de Stalin, ni el estalinismo fue idéntico al nazismo, como tampoco lo fueron la dictadura de Franco o la de los coroneles griegos, sin que por ello pierdan el carácter criminal.

Toda la izquierda debería condenar sin reparo alguno al régimen de Stalin y las dictaduras posestalinistas que sometieron a la Europa del este y otros países del mundo tras el fin de la guerra. Decía Manfred Kossock, un historiador de la RDA que fue comunista sincero, que: «el crimen histórico de la casta estalinista de dirección consistió en haber abusado del idealismo de generaciones completas y haber desacreditado de manera irreparable la idea del socialismo». Como bien señala Enzo Traverso, no será la melancolía la que permita recuperar los ideales de justicia e igualdad de la izquierda.