Traidores progresistas

OPINIÓN

Una mujer con sus papeletas espera para votar en un colegio electoral de Oviedo
Una mujer con sus papeletas espera para votar en un colegio electoral de Oviedo J.L.Cereijido

08 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Es cierto, la izquierda, los progresistas, han traicionado a quienes se supone que se deben políticamente. No una, ni dos, ni tres veces. Es algo habitual en la izquierda que tenemos. Desde atacar el laicismo en defensa del Islam hasta pasarse las condiciones laborales de los trabajadores por la entrepierna. Eso por no hablar del gran timo de la vivienda. La lista es larga. Las ganas de enmienda, pocas. Esto es así. No todo lo que han hecho cuando les ha tocado gobernar ha sido una traición, eso sería muy injusto, pero lo cierto es que hay una tibieza cuando no un consciente pasar de puntillas sobre problemas socioeconómicos gravísimos que es difícilmente justificable de cara al electorado. Muchas veces, solo es una izquierda para las clases medias y sus caprichos. 

Contra esto, columnistas y escritores, de izquierdas o no, viven muy bien. Los hay que se lo deben todo a la traición progresista, si queremos llamarla así. Y cuando digo que se deben a esto, es que efectivamente se deben a esto como el neofascista italiano Diego Fusaro, del que no sabríamos nada sin la «traición». Y cuando digo vivir, digo bien, pues viven de esto igual que yo vivo del fruto de mi trabajo en un taller del sector del metal, pero sin sudar. Se pasan los días enteros hablando de gente como yo, así que entiendo que dedicarles una columna es un acto que equilibra la balanza aunque yo no viva de hablar de ellos. 

Pues bien, es de común acuerdo señalar entre algunos de estos columnistas que la traición progresista, o la izquierda pija o lo que sea, lleva a las clases populares a votar a la derecha. Como todo esto no suelen ser más que suposiciones sustentadas en prejuicios, como por ejemplo que los obreros somos tontos a los que pastorear por nuestro bien, a nadie se le ha ocurrido que esa supuesta realidad solo reflejaría que en todas partes hay gente de todo color, y que incluso los habrá que llevados por su homofobia, oculta hasta la llegada de Vox, voten en conciencia. Lo que no acabo de ver es cómo tratando al electorado como una única mente infantil llena de podredumbre se puede contrarrestar ese supuesto giro a la derecha. Y es que lo que suele proponer esta gente es como lo de Diego Fusaro: transformar a la izquierda en una derecha llena de miserias morales con las que quien esto escribe no se piensa casar: nacionalismo (del otro, del que gusta), su poquito de homofobia, su xenofobia camuflada de orden, su misoginia, su aporofobia, esas cosas. Lo que pasa es que si hacemos un partido de izquierdas así dará igual votar a Falange o cualquiera de sus descendientes políticos.

Así que, conscientemente, hace tiempo decidí ser tonto. Vuelvo otra vez a votar progresismo traidor por mucha traición que venga. Mi problema con las tesis del párrafo anterior es que puede que los míos me peguen con una tabla en la cara una y otra vez, pero votar a la ultraderecha supondría que la tabla sería sustituida por una losa de mármol y uno está algo mayor para andar soportando golpes de ese calibre. Estos son los bueyes con los que tengo que arar, y puedo ponerles verdes, como suelo hacer, pero no puedo arrojar buena parte de mis principios a la basura cabreado con la gente que no sale del centro de Madrid. El enfado sigue ahí, y lleva tanto tiempo como ellos traicionando, pero para cambiar el sentido de mi voto necesito una propuesta mejor, y deportar africanos, tumbar la ley de muerte digna o prohibir el aborto están muy lejos de serlo.