Espectáculo y sensibilidad en esta política tan nuestra

OPINIÓN

Pablo Iglesias, Rocío Monasterio, Mónica García, Isabel Díaz Ayuso, Ángel Gabilondo y Edmundo Bal
Pablo Iglesias, Rocío Monasterio, Mónica García, Isabel Díaz Ayuso, Ángel Gabilondo y Edmundo Bal

24 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Los niños lo tocan y lo manipulan todo. Un día tocan una ortiga y el escozor les hará distinguir esa planta de otras hierbas. A eso se le llama sensibilización. Y todos sabemos que un ruido constante llega a no oírse por su monotonía. Eso es habituación, lo contrario de la sensibilización. Nuestra atención o distracción no la marca la importancia de las cosas, sino el contraste de sensibilidad y habituación, es decir, el contraste entre lo inusitado y lo acostumbrado, entre lo urgente y lo sosegado. Basta hacer zapeo por los canales de televisión para comprobarlo. Esto no es ninguna maldición, es una manera eficiente de movernos en la vida cotidiana, que exige adaptación a lo inmediato, no a lo importante. Los sabios que solo tienen cosas importantes en la cabeza chocan con las farolas y van al trabajo con zapatos de distinto par. Y esta característica es parte de la materia prima de la comunicación pública, la inocente y la maligna. Traficar con la sensibilidad y habituación de la gente para modelar su atención y sus reacciones es inocente cuando se usa para espectáculos evasivos. Y es maligna cuando se usa para distraer o confundir su atención sobre las cosas importantes. El trato de la política como espectáculo favorece a los traficantes de distracciones, a los mentirosos que necesitan la confusión.

Todos confunden, claro. Pero no todos igual ni sobre las mismas cosas. La propaganda de la derecha utiliza siempre la tensión independentista y el recuerdo trágico del terrorismo para que la bandera, el himno, la unidad y el nombre de España sean siempre una urgencia de esas que escuecen como las ortigas. Siempre hay una patria a punto de romperse, una víctima del terrorismo insultada, una bomba a punto de estallar, una izquierda cómplice y una necesidad perentoria de banderas y misas. Puro espectáculo para que la atención se desvíe de lo que importa. La sensibilización con problemas sobredimensionados o directamente inventados contrasta en la misma propaganda con la habituación a deterioros de la convivencia muy reales. Recuérdense los días de manifestaciones y contenedores quemados por el encarcelamiento de Pablo Hasél. Se activó la ortiga de los hermanos menores del terrorismo, se llenaron las portadas de fuego y humo, se llenaron las radios y las columnas de opinadores clamando por la democracia atacada y buscando en «nuevos» partidos la explicación de los valores de la transición perdidos. Manifestaciones con o sin sentido, contenedores quemados, ¿hay alguna democracia que no tenga eso de vez en cuando? Recuérdese la razón por la que Hasél fue condenado.

Compárese esta sensibilización con la habituación a que bandas ultras organizadas asedien la casa de Pablo Iglesias; a que delincuentes acosen a sus hijos y, una vez condenados, policías de servicio se hagan selfis con esos quinquis; a que se ataquen con material incendiario sedes de Podemos; a que miembros del Gobierno reciban amenazas de muerte adornadas con munición habitual del ejército; a que circulen en chats de militares sueños húmedos con 26 millones de fusilados; a que un partido de extrema derecha diga en el Parlamento que ese chat es de los suyos;  a que ese partido estimule los ataques a sedes y vaya a macarrear a Vallecas; a que el mismo partido y con esas y otras funestas credenciales entre en un gobierno autónomo y pueda entrar en otro. La condena a todas estas cosas se hace con sordina, con peros y atenuantes y con una atención muy limitada. Se tratan estas cosas como el ruido monótono de la lluvia, que llega a no oírse por habituación.

La derecha también envolvió su mensaje en el juego de sensibilización y habituación al que dio lugar la pandemia. Recuérdese que ese juego no lo marca la importancia objetiva de las cosas. La importancia y la tragedia de las muertes por la Covid son iguales ahora que hace un año, pero la sensibilidad no. Al principio cada recuento de fallecidos nos escocía como ninguna ortiga puede. En ese momento de máxima sensibilidad, la extrema derecha publicaba trucajes infames con la Gran Vía llena de féretros, todas las derechas pusieron crespones negros en las banderas nacionales y Ayuso se vistió de negro y lloró para la galería. A todo nos habituamos, hasta lo más grave. Hace mucho que las cifras de muertos en accidentes de tráfico no las oímos por la costumbre. A medida que nos fuimos habituando a las muertes semanales, la derecha sacó a los fallecidos de su mensaje, caricaturizó a la hostelería y empezó a buscar el escozor en la libertad perdida. Madrid fue el abanderado porque saben que ahora sus pésimas cifras sanitarias no indignan por habituación. Ahora trafican con la sensibilidad por la sangría económica y la recuperación de vida normal. Los que jugaban con ataúdes piden que no haya restricciones y quien lloraba vestida de negro ahora dice que es libre y sonríe cuando le recitan las cifras de fallecidos.

Los debates de campaña fueron una muestra de la política espectáculo que necesitan quienes tienen que confundir la atención. Vimos a Ayuso oscilando entre la sonrisa tensa y la mueca de marquesa destemplada; a Bal fingiendo que Cs no lleva dos años de acuerdos con Vox; a la izquierda, en tres sabores, por una vez circunspecta, compacta y centrada en los temas (por una vez); y a Monasterio cumpliendo la función de Vox: apestar. Tiempo habrá de balances. Si la izquierda gana, la derecha entrará en demolición. Si Ayuso forma gobierno, está por ver cómo el cambio de gobernar con Cs a gobernar con Vox se puede manejar como un refuerzo, cómo afectará al PP fuera de Madrid y fuera de España y qué tensiones causará dentro del PP. Tiempo habrá de balances. Muchos pretendieron que creyéramos que las artimañas de liante de Rivera eran búsquedas de diálogo. Enseguida asomará en el PP contra Cs. Qué dirá el grupo PRISA y esos veteranos socialistas que durmieron la siesta durante los hachazos de Rajoy a nuestros derechos y a la Constitución y que solo se despertaron babeando con Rivera contra las feministas y Podemos. Después de que Vox exhibiera una bajeza que no entra en ninguna hoja de ruta, qué dirán González y los socialistas de las arritmias que remolonean por canales ultras y no paran de firmar manifiestos. ¿Habrá revisado Àngels Barceló su contribución al blanqueo de Vox?

La política espectáculo distrae de lo fundamental, que de todas formas a veces asoma en episodios sueltos. Florentino quería una Superliga de fútbol. El episodio nos recuerda dos cosas. La primera es que los ricos lo quieren todo. La segunda tiene que ver con la comparación que hacía de esa Superliga con la NBA. En la NBA el mejor jugador que se incorpore cada año lo hará en el último equipo clasificado. Eso no es lo que quiere Flo con Mbappé. Él miente. La segunda cosa que nos recuerda este percance, entonces, es que lo que propone neoliberalismo radical y descarnado es injusto y salvaje, pero además es falso. Lo que realmente quiere es peor todavía (por ejemplo, el sueño de toda gran empresa no es la libre competencia; buenos cuartos se gastan para manipular mercados y no dar opción a competidores).

Por su parte, los bancos van a despedir a miles de trabajadores, mientras los directivos escandalizan con sus sueldos hasta a Nadia Calviño, que ya es decir. Impuestos, servicios públicos y derechos: esto es lo que más importa y todo está relacionado. No hay derechos sin servicios públicos en los que se ejerzan, no hay servicios públicos sin que paguen impuestos los ricos, no hay derechos de las mayorías que no sean una cesión de privilegios de los privilegiados, no hay derechos de las minorías que no sean una quiebra de las ideologías, normalmente religiosas, que hacen de combustible compulsivo de los privilegios de los privilegiados. Es normal que quieran jugar con nuestra atención y distracción. La presencia y financiación de la ultraderecha indica que la lucha de clases es a brazo partido. La campaña de Madrid nos recuerda una evidencia. Todos los políticos no son iguales y todos los fachas son el mismo.