Vox no quiere ser blanqueado

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Isabel Infantes | Europa Press

29 abr 2021 . Actualizado a las 09:39 h.

Anda la derecha política y mediática trabajando a destajo para blanquear a Vox. Para presentarlo como un partido respetable y democráticamente aseado a pesar de sus excesos. Lo curioso del caso es que Vox no quiere ser blanqueado, para que no lo confundan con el PP. Prefiere la pintura, color azul o negro del fascismo, con que lo pinta la izquierda. Así se desprende del examen de las tres etapas, cada una con su eslogan definitorio, que jalonan el camino hacia las urnas en Madrid.

Primera etapa: socialismo o libertad. Bajo esa disyuntiva planeó inicialmente su campaña Díaz Ayuso. O yo, la efigie de la Libertad guiando al pueblo según Delacroix, o Pedro Sánchez. Díaz Ayuso representa la derecha extrema, incluso en su partido, pero no hace remilgos a la etiqueta. Todo lo contrario: la exhibe con desparpajo porque le favorece. Acapara el caladero abandonado por Ciudadanos, donde no hay peces de centro: solo antiguos votantes de Rivera y anti-Sánchez furibundos. Y al mismo tiempo seduce y atrae a las huestes de Vox: a fin de cuentas tampoco es tan distinta la extrema derecha de la derecha extrema. Planteamiento infalible que llevaba a la candidata del PP en volandas hacia la mayoría absoluta y la reunificación de la derecha. Colocaba a Vox y a Unidas Podemos al borde del precipicio, al pie del 5 % que señala la frontera entre ser y no ser. Y dejaba al pobre Gabilondo rebuscando algún voto entre las ruinas de Ciudadanos.

Segunda etapa. Pablo Iglesias irrumpe en escena. Necesita subir un peldaño en la estrategia de la tensión para salvar sus muebles. Pero Díaz Ayuso no se arruga y acepta el envite. Ajusta el punto de mira del fusil y modifica su eslogan: comunismo o libertad. No hay de qué preocuparse. Si Pablo Iglesias logra su objetivo, será a costa de las otras formaciones de izquierda. Gabilondo pierde comba.

Tercera etapa. Vox, alarmado porque sus fieles se preguntan para qué quieren a Monasterio si ya tienen a Díaz Ayuso, entra en juego. Necesita desmarcarse para no ser engullido y colocar el listón de la ultraderecha donde Ayuso, y mucho menos el ala moderada del PP, no pueda llegar. Y vaya si lo hizo. El provocador mitin de Vallecas (juzgo la intención de Abascal, no su derecho a ir donde le plazca: vaya chasco si su incursión hubiera pasado sin pena ni gloria ni pedradas); el cartel que estigmatiza a los niños inmigrantes y la negativa a condenar las amenazas de muerte porque «apestan a montaje» revientan la segunda estrategia de Ayuso. La ultraderecha se desnuda y su estriptis crea incomodidad a la derecha democrática y la izquierda lo celebra porque ratifica la naturaleza fascista de Vox. La polarización alcanza la cúspide y se impone la nueva proclama: o fascismo o democracia. Y Vox, feliz: ya tiene agarrado al PP por la solapa. Cuanto más enseña la pezuña siniestra, más empeño pone la derecha en blanquearlo, porque lo necesita a su lado. Una capa de blanco y, ale-hop, las actitudes fascistas se convierten en meras travesuras del hijo descarriado que compartirá con su madre el trono de Madrid.