Los débiles y cómo hablar de ellos

OPINIÓN

Un militar del ejército español ayuda a un menor migrante procedente de Marruecos a su llegada a Ceuta
Un militar del ejército español ayuda a un menor migrante procedente de Marruecos a su llegada a Ceuta ANTONIO SEMPERE

22 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana me acordé de La balsa de la Medusa, el famoso cuadro de Géricault. La historia es bien conocida. El barco Medusa va a Senegal en misión colonial. Pusieron al frente al incapaz Chaumareys por lo mismo que acababa de ser coronado Luis XVIII y por lo que se corona a la gente: porque sí. Y naufragó. La clase alta se repartió en botes y remolcaron una balsa de 15 por 8 metros donde amontonaron a los 150 marineros y soldados. Como escaseaban los víveres, cortaron las cuerdas y abandonaron la balsa en alta mar. Enfermaron, enloquecieron y se mataron unos a otros. Bebían su propia orina y tiraban al mar cadáveres y enfermos. Luego empezaron a comer a los muertos. Pero fueron rescatados 15 supervivientes, hubo polémica y el cuadro fue una denuncia abrasadora. El naufragio impresiona por su crueldad, pero el detalle que importa es el de cortar la cuerda.

Esta semana fue por el sistema educativo, la ley trans y la tensión en Ceuta, pero otras semanas será por otras cosas. Lo primero que se hace en cualquier crisis es cortar la cuerda y librarse del lastre de los débiles. Se están haciendo balances orgullosos en educación. El País tituló un editorial como «Éxito educativo colectivo». Cada instancia de poder dirá que el mérito es suyo, pero nadie será el cenizo que diga que la cosa fue mal. Lo del éxito colectivo es una mejora con respecto a cuando la ministra daba las gracias a RTVE y editoriales por seguir al pie del cañón cuando «las escuelas cerraron». Ahora se insinúa que los profesores y profesoras también trabajaron, y en situación límite, cuando «las escuelas cerraron». También tiene algo de sarcasmo por insinuar que el éxito efectivamente es colectivo, como si no hubiera recaído todo en el profesorado, los equipos directivos y las familias. Absolutamente todo. Pero la carga de profundidad es otra. Con los grupos burbuja y la semipresencialidad se perdió la atención a los más necesitados; se puso en apuros a esas familias que tenían un solo móvil para el teletrabajo de la madre y las clases de los chavales; y quedaron a la intemperie quienes no tenían en sus casas el soporte necesario. El sistema educativo tiene la función irrenunciable de nivelar las oportunidades de toda la población, por ventajosa o desfavorable que sea su situación familiar. Esto es lo que hace caro ese servicio público. Lo que llamo carga de profundidad es que, ante la catástrofe del coronavirus, lo primero que haya hecho el sistema sea cortar la cuerda de la balsa y dejar a la intemperie a los más débiles; y que se perciba que globalmente fue un éxito colectivo.

Muchos son débiles por ser parte de esa mayoría que no es la oligarquía. Y otros son débiles por no ser oligarquía y encima ser minoría. Esta semana se habló de los trans. La sociedad es más feliz si encaja las piezas para que todos puedan ser lo que son con normalidad. Dije más feliz, por si decir más libre reducía la cosa a tomar cañas e ir a los toros. Para cohesionar una sociedad siempre es más fácil el rechazo común a algo que el compromiso con tareas comunes. La «rareza» de las minorías, el punto en que la condición de ciertas personas nos resulta lejana y ajena, crea fácilmente ese rechazo que nos cohesiona, aunque sea por nuestras peores aristas. Por eso siempre hay quien quiere cortar la cuerda y dejar a la deriva a estos vecinos nuestros. Necesito más información sobre la ley trans. Pero el voltaje contra ella y la destrucción de la infancia, de la mujer y de la sociedad que se pregonan riman en consonante con todas las apocalipsis que se anunciaron con cada ley que amplió libertades. Sigo esperando las siete plagas que los obispos rugieron que caerían sobre familias como la mía porque algunos de nuestros vecinos se casaran con personas de su mismo sexo.

La crisis de Ceuta fue la imagen de todas las infamias. Fue la infamia del régimen marroquí que exhibe como una riqueza natural a masas cuya vida no importa. El Gobierno de Marruecos nos recuerda que la frontera sur de Europa marca el contraste más agudo de riqueza y pobreza en el planeta; que la bolsa de desesperación y ansia de mejora hace de África un globo hinchado; y que ellos tienen la llave para abrir o cerrar el grifo, igual que otros pueden abrir o cerrar el grifo del petróleo. Un recurso natural para los infames. Fue también la infamia europea de no hacer nada civilizado por ese globo hinchado y limitarse a buscar aliados de cualquier calaña para que corten la cuerda de la balsa más abajo, donde no lo veamos. Géricault mantuvo ciertas delicadezas. En el cuadro hay drama, pero no hay nada que produzca repulsión. Los supervivientes estaban llenos de llagas y úlceras y había trozos de cadáveres a medio comer. Pero con tanta repulsión no hubiera funcionado. Por eso nos curamos de esa sobredosis de realidad con aliados que mantienen la balsa donde no la veamos. Fue también la infamia de la ultraderecha, de estos bobos que pregonan madrugar viviendo de las canonjías que se pillan lamiendo culos ricos, de estos que se creen el Capitán Trueno ante niños abandonados, a los que llaman «invasión» en una imitación bufa de los tebeos de hazañas bélicas. Fue la infamia de la derecha, que no tiene patria si no gobierna. Ahí están sus voceros ridículos rascando la causa de la crisis en declaraciones de Iglesias de hace tiempo y que solo reproducían las resoluciones de la ONU sobre el Sahara. La derecha no desaprovecha ocasión de hacer de Sánchez el límite de la civilización.

Cada día se cortan cuerdas y se deja a los débiles a la deriva. Y se hace mintiendo. Una forma de mentir es distinguir dos bloques en aquello que se ataca o desprecia y pretender que se ataca solo al bloque malo. La trampa consiste en que el bloque malo era todo. Así, se apoya al feminismo, pero al feminismo sensato, no al feminismo radical. Algunas viejas glorias apoyan al PSOE, pero al bueno, a aquel de Felipe González, no al de Pedro Sánchez. Nadie es xenófobo ni racista, solo está en contra de los inmigrantes ilegales y de los que «no se integran». Cada vez que se corta la cuerda de la balsa se hace para defenderse. Atacan a los inmigrantes ilegales para proteger a los legales; atacan a cierto tipo de pobres para defender a los humildes de esos aprovechados que vienen al médico gratis y a recibir subvenciones, atacan los impuestos para defender a las familias, atacan los servicios públicos para defender de los funcionarios mantenidos a la buena gente que madruga. Al final todos acabamos en la parte mala. No había parte buena en las feministas, inmigrantes, servicios públicos, ni en nada que no fueran los ricos y su círculo de cortesanos y lameculos. Los abandonados de la Medusa se mataban y tiraban a los enfermos. A la pobreza siempre la acompaña la suciedad, la ignorancia, la violencia y la degradación. Los racistas y los clasistas siempre tendrán lenguaje para denigrar «solo» a los débiles malos.

Otra manera de mentir es acumular expresiones compensadas, donde la parte mala dice algo y la parte buena no dice nada, con lo que solo se propone lo malo. En la vida pública solo se afirma algo cuando hay compromiso, y solo hay compromiso si lo dicho se opone a lo que dicen o hacen otros. Por ejemplo, la Iglesia no dice nada cuando habla de la pobreza y sí dice algo cuando habla del aborto. Decir que tenemos que ser menos egoístas y acordarnos de los necesitados no lleva la contraria a nadie y por tanto no dice nada. Por eso oiremos que tenemos que hacer sostenibles los servicios públicos sin dejar a nadie en la cuneta. Lo primero dice que se recortarán y lo segundo no dice nada. Se nos dice que el sistema educativo está segregando a la población y que los políticos tienen que asumir el reto de evitarlo. Lo primero es un hecho, lo segundo no dice nada, hasta la Iglesia daría la razón. Se nos dice que algunos trabajadores tienen muchos derechos y los más precarios solo tienen empleos basura y que eso es un desequilibrio. La primera parte anuncia pérdida de derechos y la segunda parte no dice nada. La sociedad neoliberal siempre está cortando la cuerda de la balsa de los débiles, como un perro sacudiéndose las pulgas. Lo de Ceuta anuncia que eso es lo que hay, pero que no es sostenible.