Horrible accidente y morir por no cooperar (VII): hay mucho inconsciente

OPINIÓN

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02 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Parece que el celebérrimo neurólogo y creador del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), influyó significativamente en el trabajo de su sobrino, el periodista y padre de las Relaciones Públicas, Edward Bernays (1891-1995). Si el primero teorizó hace más de un siglo sobre la posibilidad de que recuerdos, pensamientos y sentimientos permanezcan activos, a efectos de la conducta, en el inconsciente -ese gran desconocido-, el segundo incorporó algunas ideas de su tío a su ámbito de trabajo, la propaganda. No en vano fue asesor de varios presidentes de los Estados Unidos y de multinacionales de primer nivel. Fue el que hizo que los norteamericanos cambiaran el desayuno de café, panecillos y zumo de naranja por huevos con bacon, el que hizo fumar a las mujeres, el que llevó el reloj de los bolsillos a las muñecas, el que creó el concepto «república bananera» ayudando a deponer gobiernos contrarios a los intereses comerciales de EEUU.

El que fundó la «ingeniería del consentimiento» y la creencia en el consumismo como medio para la felicidad. En su libro Propaganda (1928) dice: «La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar».

A lo largo de casi cien años, posteriores a esta revelación, la ciencia cognitiva y conductual nos ha proporcionado conocimientos y recursos para comprender mejor los mecanismos que determinan nuestro comportamiento y que, por si fuera poco, ponen en entredicho la acepción común de «libre albedrío». 

También parece que la descripción contextualizada de algunos de estos mecanismos no gusta a quienes se reivindican libres y racionales en defensa de su credo particular. Por ejemplo cuando se comenta el factor «aspiracional» en la victoria de Ayuso en Madrid. Hasta el punto de denunciar una intención, por mi parte, de tutelar a un electorado infantilizado, ignorante e incapaz de velar por su bien. Pues mira, no. Nunca he dicho que se vote bien o mal puesto que no hay un voto correcto. La decisión electoral, el voto, es subjetiva y obedece, generalmente, a unas expectativas que cada cual ha elaborado a partir de factores no siempre conscientes. Es más, hay mucho inconsciente en esta y en casi todas las tomas de decisión; emoción y cognición, además de las funciones automáticas de regulación, interactúan de forma compleja y no consciente a partir de información que nos llega de forma consciente y no consciente. Además, nadie está a salvo de procesos de persuasión, ya sean formales o informales, explícitos o implícitos, transparentes o encubiertos, en un sentido o en el contrario.

Lo que digo es que procesamos la información que nos rodea de forma muy diferente en función de los estilos cognitivos que nos definen. Así, si tomamos como criterio esquemas que priorizan el largo plazo y amplio alcance social o el corto plazo y escaso alcance social o, concretando un poco más, la supervivencia colectiva a largo plazo o la supervivencia individual a corto en el otro extremo de un continuo que podemos denominar «estrategias de supervivencia», podemos discriminar los tipos de conducta que, desde diferentes perspectivas, se están exponiendo en esta serie de artículos: cooperación y egoísmo (sin connotación peyorativa, ojo), respectivamente.

Ambas son estrategias legítimas siempre que no infrinjan las convenciones sociales. Otra cosa son las consecuencias que, oye, podemos evaluarlas o ignorarlas. Si las evaluamos, no es difícil concluir que la cooperación por una sociedad justa y, por tanto, equitativa, en un marco de desarrollo sostenible a largo plazo, es la estrategia de elección si queremos que las generaciones futuras de todo el mundo tengan una vida satisfactoria. Pero si la prioridad es el bienestar que cada uno se pueda proporcionar a nivel individual sin atender a los efectos actuales y futuros sobre el resto de la comunidad y sobre el planeta, votar opciones que abogan por la competencia individual mínimamente regulada parece una buena opción. Vamos, quiero decir con esto que respeto escrupulosamente los resultados de elecciones limpias aunque no me gusten. Quienes, en virtud de la correlación inversa entre ambición y ética, cuestionan a diario la legitimidad de los resultados electorales que no les gustan ya sabemos quiénes son, que nos conocemos. Y coinciden, no por casualidad, con quienes critican el Plan 2050 porque no da soluciones a los problemas de hoy. Y es que el cortoplacismo no se lleva bien con la planificación estratégica, como no se puede esperar de un egoísta que coopere de buena gana por el bien comunitario.

Por cierto, el recién galardonado Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, el economista indio Amartya Sen, sabe mucho de todo esto: desarrollo humano, pobreza, derechos, economía del bienestar. Según Sen no hay libertad sin justicia ni equidad. La ausencia de restricciones (libertad negativa) no significa que uno pueda hacer, ser, vivir plenamente sin estar condicionado por factores externos (libertad positiva). Es decir, no es libre quien pasa hambre y está dispuesto a someterse a otros a cambio de alimentos. Y no se pasa hambre por escasez de alimentos, sino por una desigual distribución de los recursos. Pero claro, en este panorama polarizado que padecemos, si no tienes un Premio Nobel de Economía como Sen o no has ganado millones implantando nuevos objetos de deseo en la conciencia de países enteros como Bernays, es cada vez más normal ser descalificado por explicar, en mi caso desde la psicología y salvando distancias siderales, cosas como estas. Lo seguiré haciendo a pesar de todo. Así que…

(Continuará)