Solo importa el instante

OPINIÓN

Niños en un patio de recreo en Valencia
Niños en un patio de recreo en Valencia BIEL ALIÑO

06 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Se dice «qué lástima, con lo joven que era»; «estaba en la plenitud de la vida». Cuando un niño es, los decires son todavía más lamentosos. No hay sinrazones en ninguno de estos lamentos. La vida es eso, vida. Vida para vivirla.

Pero hay una cruz. En el reverso de lo anterior está acuñada la efigie de la indiferencia de la edad. Cuatro, o treinta y cuatro, o sesenta y cuatro, o noventa cuatro años vividos carecen de relevancia. Lo relevante es el instante, el momento en el que llega el final. El reverso es el todo menos una pizca del anverso, aunque hablar de pizca es una exageración, muchísimo más que una exageración.

Lo importante es el horror de ese instante y del tiempo previo a él, de saberse que el instante está ya esperando. El niño corre mejor suerte por inconsciente. El anciano, si cansado está, otro tanto. El joven y el adulto, de atenazarles circunstancias extremas, también. Para el resto: el horror.

Quien tiene fe lo sobrelleva en cantidades de pavor dispares. Quien no cree en la resurrección y el paraíso, la cantidad de pavor puede llegar a ser aplastante. Porque de lo que se trata verdaderamente es de la desaparición. La vida pasa a ser la nada. Es la nada para siempre. La nada eterna es incomprensible, insultante.

En nuestros genes tenemos huellas de organismos antiquísimos de los que derivamos, incluidas bacterias y virus (uno de estos, el SARS-CoV-2, es utilizado hoy para matar, y el móvil es la «diversión», que dice la patibularia Ayuso, votada por tantos carentes). Nuestros órganos y sistemas son idénticos o similares a los del resto de los mamíferos. Los grandes simios, como los chimpancés, gorilas y orangutanes, poseen cerebros en una escala por debajo de la nuestra, pero no alejada.

Entonces: genes, vísceras, huesos, ligamentos, cerebros provienen de líneas evolutivas que se entrelazaron y se independizaron con la vista puesta en la supervivencia, ya como especies. Como ninguna de estas se plantea la inmortalidad porque su evolución por selección natural (Darwin) no necesitó unas protuberantes prefrontales para aclimatarse al medio, que una sola especie, la nuestra, posea circunvalaciones frontales no implica, mírese por donde se mire, la existencia de dioses.

Los dioses están en tales circuitos por la complejidad físico-química y la fisiológica neuronal, que son un producto exclusivo de la antedicha evolución por selección natural y que, finalmente, representan un perjuicio monumental, no en balde nos hacen conscientes de la muerte. O sea: del horror de saberse nada en un instante. O sea: es lo único que importa.

(Hace años escribí en un cuaderno: «Solo hay resurrección en vida, y casi nunca nadie la acomete»).