Protestones con la vacunación

César Casal González
césar casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Carlos Ortega

06 jun 2021 . Actualizado a las 10:05 h.

La maquinaria de la vacunación avanza como un reloj suizo. Hay algún error, pero funciona, menos para los que están cabreados siempre. Hablemos de ellos. Hoy son las vacunas, mañana será otra cosa. Todo mi respeto a las religiones. A la religión protestante, por ejemplo. Pero hay una falsa religión de nuestro tiempo que cada vez tiene más fieles. Son los protestones o protestonas. Están por todas partes. No encuentran acomodo ni descanso. Nada les vale. Son tóxicos. Aléjense de ellos. Se creen bloques de hielo, pero, a cada segundo de inmunidad, se van derritiendo en su amargura. Se cocinan en su desafecto. En los tebeos y los dibujos está todo, y los enfadados están muy bien retratados en el poblado pitufo por el pitufo gruñón. Ellos no se ven con la nube negra en la cabeza como aquel pitufo, pero créanme que la tienen y la llevan a todas partes. Nadie está a salvo.

 Siempre le echan la culpa a los demás. Todos los males del universo los padecen y ninguno tiene nada que ver con ellos. Son expertos en culpables. Son genios en sentirse víctimas cuando lo único que hacen es hundir a los que les rodean. Ellos no suman. Lo de ellos es dividir. Criticar vacunaciones. Romper corazones de enfermeros. Partir almas de doctoras. Destrozar espinazos de científicos. Poner a parir la cola de las vacunas. Se creen estupendos, pero resultan cansinos.

Saben más que nadie y están de vuelta del más allá, si es necesario. Los reconocen fácil por la sonrisa de superioridad. Lo de ellos es enredar, no solucionar. Te plantean un problema tras otro, muchos se los crean ellos mismos. Estos protestones que ven pegas y sombras en la inmunización se han multiplicado con el pésimo clima político y el veneno de las redes sociales. Son máquinas tragaperras de enfadarse. Son máquinas de vending de criticar. Son extractores de alegría. Sospechan de todos menos de los de su religión. Les encanta emponzoñarse con naderías, enquistarse en asuntos menores. La lían con minucias. Qué día me vacunan. Por qué diablos me ponen esta vacuna y no la otra. Me duele el brazo. Ay, la fiebre. Por qué un SMS. Cualquier cosa activa a estos destructores de la convivencia.

No se relajan. No reconocen el bienestar del primer mundo. Los protestones son reventadores profesionales de la sanidad. Cansan a los santos de cualquier servicio público. Cenizos contra los remedios, aunque por lo menos los asumen. Desbrozadores de simpatía. No hacen vestuario ni equipo. Envenenan los vestuarios y los equipos. Incansables, siembran minas de desánimo por donde pasan. Hoy, en el engrasado turno de vacunación. Máster del malestar contra las pinchas. Cumbres de pesadumbre contra las reacciones. Zahoríes de la protesta contra la cola en zigzag. Malcriados consumidores que están convencidos de que la vida es un autoservicio en el que pueden coger lo que les dé la gana. Aplaudan la mayor operación sanitaria de la historia y déjense de criticar Janssen o Moderna. Creen que el resto del mundo conspira contra ellos.