Contra el gris

OPINIÓN

Un participante del desfile anual del Orgullo Gay en Jerusalén
Un participante del desfile anual del Orgullo Gay en Jerusalén GALI TIBBON | AFP

02 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días cualquiera podría pensar que buena parte de la población española ha vivido en una burbuja los últimos cuarenta años. Me queda la sensación de que quizá he vivido más de lo que debería haber vivido, o debería haberlo hecho con menos intensidad cuando fui joven, que lo fui, no crean que no. Atrás quedan los conciertos punks en una sala madrileña que cuando terminaba lo nuestro se transformaba en un bar de ambiente. A la salida acudías al baño y en esa hora mágica todos nos mezclábamos allí: los del brilli-brilli y los de la cresta,  camisetas de Motörhead y ajustados corsés de cuero en atuendos góticos de fantasía y calzado de plataformas de infarto. Compartíamos tabaco, nos dábamos lumbre, poco más. Había una especie de solemnidad, de no mirarnos mucho, de respeto y de que estaba bien que cada uno fuera como le diera la gana ser. No hacía falta decir nada.

Me gusta esa capacidad de los seres humanos para  diferenciarse. Eres diferente para quien te resulta diferente. Para mí, vivir en una sociedad uniforme, decente (sea lo que sea eso), con individuos indistinguibles entre sí, sería una pesadilla, un mundo gris. Lo peor que tiene un mundo gris es que es de mentira. El color gris solo esconde bajo la alfombra nuestra forma de ser, que permanece ahí, latente. Un mundo gris, un mundo lleno de oscuros secretos, tantos como individuos lo pueblan, que viven sus respectivas mentiras que al final son una sola, es un mundo muerto. La gente vive bajo un manto moral insostenible que hay que apalear constantemente cuando alguna de las mentiras se resquebraja en público, cuando algún mentiroso destapa las mentiras del otro. Un país es más libre y civilizado cuando sus habitantes no tienen la obligación de esconder su forma de ser, de mentir. Siempre habrá personas viviendo en la mentira, pero me tranquiliza salir a la calle y comprobar que seguimos avanzando, que ya no necesitamos mentirnos o al menos no tanto.

En el primer desfile del Orgullo en España, en 1977, cuando la homosexualidad todavía estaba perseguida legalmente, en Barcelona se unieron unas cinco mil personas que fueron debidamente represaliadas por las fuerzas del orden, que casualmente vestían de gris por aquel entonces. En esa manifestación hubo comunistas de diversa índole, sindicatos, señores y señoras y señoros que pasaban por ahí. Hace unos meses, en pleno siglo XXI, un rapado autoproclamado comunista hablaba de “degenerados queer” en un vídeo en las redes sociales. Hoy se organizan debates en torno a si es bueno o malo todo esto de la diversidad, como si fuera algo evitable, como si la única forma de acabar con ella no fuera cubrirla de gris. Y se señala un culpable: el capitalismo.

Decir que todo esto es fruto del capitalismo es una mentira. Decir que el capitalismo asimila toda esta diversidad para venderte productos, es una verdad indiscutible. Es tan cierto como que es el mismo capitalismo quien te venderá la cuerda con la que le quieres ahorcar, tan cierto como que también asimila discursos en contra de la diversidad y les proporciona una columna, una tertulia, un programa de televisión, libros y debates y dinerito en los medios de comunicación más partidarios del capitalismo existentes. El capitalismo te vende la camiseta del Ché Guevara, las botas, los tirantes, el gimnasio donde boxeas para ponerte cachas cuando tomes el Palacio de Invierno y el corsé de cuero y el atuendo gótico que llevaba aquel chico del baño, maldita sea, ¿dónde compró esa maravilla aquel chico?

No sé en qué momento pasamos de la liberación que supuso que todos pudiéramos ser como somos sin esconderlo al rechazo absoluto hacia quienes no son como quieres que sean y llamarlo revolucionario. Lo que sí sé es que toda esta vuelta a la decencia, toda esta melancolía por lo bien que se vivía antes salvo si eras uno de los que recibieron los palos en 1977 en Barcelona me causa rechazo. Si quisiera un mundo gris me iría a vivir a Arabia Saudí. Con esta pinta, tú me dirás dónde voy a ir.