La hiedra de la pobreza (son las políticas, estúpido)

OPINIÓN

María Pedreda

17 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hablar de pobreza no es hablar de política, parece. Si hablamos del paro, hablamos de políticas eficaces o ineficaces. Pero la pobreza no tiene culpables políticos. En nuestra mente la pobreza es algo geográfico, algo que pasa en ciertos sitios, como la sequía o el monzón. O es un infortunio que les sucede a algunos, como a otros les sucede una enfermedad (o les «sale LGBT», como dijo no sé qué tarada en Madrid). Es algo externo y ajeno, algo de lo que «todos somos culpables». En política, cuando no se quiere hablar en serio, se dicen cosas como que «todos somos culpables», que el asunto plantea «conflictos éticos» o que es algo que «los políticos deben resolver». Hace poco un editorial de El País analizaba la segregación sangrante de nuestro sistema escolar y clamaba por que «los políticos» pusieran «soluciones urgentes». Así se habla cuando no se quiere hablar en serio.

El paro moviliza a la gente. Los gobiernos caen por las cifras de paro. Un parado puede levantar los puños gritando que está en paro y que no hay derecho. Pero la pobreza no es así. Nadie grita que es pobre y que no hay derecho. Nunca salen en campaña electoral cifras de pobreza y cuando salen no provocan movilización, sino a lo sumo caridad. Los gobiernos no caen por las cifras de pobreza. Es todo una cuestión de lenguaje. Las palabras conectan los sonidos con las cosas con la mediación de la memoria y los estados emocionales. Decir que estoy en paro puede provocar solidaridad y palmadas de ánimo. Decir que soy pobre solo provoca lástima y esa sutil exclusión que es la condescendencia. El paro es una condición colectiva, estando en paro se pertenece al colectivo de parados. La pobreza se siente individual. Los pobres no se reivindican como colectivo de pobres. Digo que es cuestión de lenguaje, es evidente la conexión entre el paro y la pobreza. Y dije conexión y no identidad, porque la propaganda, sabiendo que estamos ante una cuestión lingüística y sabiendo que lo que moviliza es el paro y no la pobreza, se las arregló para que la pobreza pueda avanzar sin que aumente el paro. Con sueldos de hambre y una precariedad incompatible con una vida digna, se puede decir que el paro baja, que es lo que importa, aunque la pobreza aumente, que es algo de lo que «todos tenemos la culpa».

El neoliberalismo adorna la desigualdad radical y sin contemplaciones con la sufrida palabra «libertad». Hace poco Vox, abogando por tratar la homosexualidad como una enfermedad, reclamaba «libertad» para los homosexuales que quieran recibir tratamiento curativo. Así de sufrida es la palabra libertad. El neoliberalismo justifica la desigualdad despiadada porque pretende que es eficiente para todos y que es justa. La desigualdad depredadora es mejor para todos porque cuanta más riqueza acumulen los más ricos, más riqueza para todos rebosará de su mesa hacia abajo. Y es justa porque responde al diferente esfuerzo, motivación y acierto de unos respecto de otros. Si a los sobresalientes les quitamos puntos para repartir con los suspensos y así llegar todos al aprobado, nadie tendría motivación para estudiar. El índice del matemático Gini mide la distribución de la riqueza entre el 0, que sería la igualdad absoluta, y el 1, que sería la desigualdad en la que una sola persona tuviera toda la riqueza. Desde el volantazo neoliberal mundial de Reagan y Thatcher en los 80, en todos los países el índice del Gini se movió a grandes zancadas hacia el 1. Lo que quiere decir esto es que la concentración de riqueza en pocas manos no es creación de riqueza: es concentración de riqueza en pocas manos. Que los ricos sean más ricos no nos beneficia a los demás, porque es a costa de los demás. Lo que rebosa de la mesa de los ricos son migajas. Por eso no es eficiente para todos. Y tampoco es justo. Para que parezca justa la desigualdad, la propaganda intenta denigrar al humilde y enaltecer al poderoso, para que la riqueza y la pobreza sean la justa consecuencia de su actitud y talento. Por eso abundan las hagiografías de Amancio Ortega y gente «hecha a sí misma», mientras se alcanza la indignidad de referirse a quienes forman las colas del hambre como «mantenidos», como hizo Ayuso. No se dice lo suficiente que la mayoría de los ricos lo son de nacimiento, no por hacerse a sí mismos. Menudo ejemplo de trabajo y talento es el pijerío cayetano. Y así crece la pobreza. Cabe pensar que, si crece en todo el mundo semejante mala hierba ideológica, llegará un momento en que no haya clases medias y bienestar en ninguna parte y el sistema colapsará porque no habrá consumo ni mercado. Pero esa es otra característica de la rapacería neoliberal, con la economía o con el medioambiente: devorar como si no hubiera un mañana, el que venga detrás que arree.

La pobreza se maquilla lingüísticamente cuando se refiere al acceso a la educación o a la sanidad. Recibe nombres variopintos cuando se refiere a la pensión de la vejez. Se le ponen adjetivos cuando se refiere a la vivienda, como pobreza energética. Hasta que llegamos al hambre, y ahí no hay palabras que la maquillen ni adjetivos que la maticen. Con el hambre la pobreza es solo pobreza. Y al hambre no se llega sin haber perdido el acceso digno a la educación y la sanidad, sin haber perdido un respaldo justo para la vejez y sin haber perdido la calefacción y el agua caliente. Cuando hay colas del hambre, es que la pobreza es ya una carcoma social extendida. No es por mala suerte. Es por impuestos que no se pagan, porque son bajos o se evaden en paraísos externos e internos. Es por servicios públicos que se eliminan o se privatizan. Los servicios esenciales que se privatizan y se entregan al lucro privado empeoran. Siempre y sin excepción; mejoran los bolsillos de algunos y empeora la vida de los demás. No tenemos todos «un poco de culpa». Son las políticas neoliberales sostenidas. No se pueden frenar esas políticas sin conflicto con grandes empresas y grandes fortunas. El poder político siempre es inestable en fricción con los poderosos y quien lo tiene sobre todo quiere seguir teniéndolo. Por audaces que parezcan ser los debates sociales y de derechos, siempre habrá una Nadia Calviño como señal de que el acervo neoliberal no se tocará. La pandemia caricaturiza el orden social pero no lo crea.

No hay pobreza por mala suerte. Hay pobreza porque se rehúye el choque con los poderosos. No conozco ningún partido que pretenda que no haya ricos. Quienes digan que es lo que quieren los partidos de izquierda son unos charlatanes. El problema es que desde los ochenta los ricos lo quieren todo, no aceptan el pacto social y no hay forma de parar la pobreza y asegurar una vida digna para la mayoría sin chocar con quienes no se conforman con ser ricos (en los ochenta los ricos ya eran ricos). Mientras la pobreza crece, el oligopolio de las eléctricas juguetea con nuestras necesidades y nuestros bolsillos. Ese oligopolio y otros poderosos son los amos de buena parte de la prensa o quienes la financian. La política es una lucha entre técnicos de iluminación, dijo Enric Juliana. El pensamiento se forma con materiales de construcción. No pensamos con toda nuestra memoria, sino solo con la pequeña parte que está iluminada. Los técnicos iluminan patrias amenazadas o galimatías jurídicos sobre el confinamiento. Los focos son tan potentes que ya casi no nos acordamos del cambio de Gobierno. Los que mandan en la prensa nos ponen cada día los materiales de construcción con que formamos el pensamiento y esos materiales son cada vez más de usar y tirar y de distracción. A los alumnos les digo que la nota de un examen puede subir o bajar por lo mejor o lo peor que la alumna o el alumno haya hecho en el ejercicio. Les digo que los exámenes son como cualquier otra cosa. En una relación de pareja suele haber momentos elevados y momentos malos. Pero si lo peor que pasa es que él le pega a ella, ya no importará cómo sean los mejores momentos. Si lo peor que pasa en un orden social es que la pobreza crece, no vale el conjunto, aunque los técnicos de iluminación quieran que pensemos en otras cosas. Hay que plantar cara. O ciertamente todos tendremos la culpa.