Aquellos veranos de EGB y BUP

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

18 jul 2021 . Actualizado a las 10:46 h.

La nostalgia mola. Embellece los recuerdos. Con la melancolía entramos en zona de luces rojas. Un empacho de melancolía puede llevar a la tristeza. Quedémonos con la nostalgia, por ejemplo, de los ochenta y los noventa. Miras el gin-tonic con todas esas frutas y vegetales ahogándose en un iceberg de hielo de una enorme copa de balón y te da miedo cogerla con tus manos. Es entonces cuando echas de menos aquellos vasos de tubo de toda la vida, en los que te ponían tanto whisky que era el hielo el que cogía el color ambarino del Johnny Walker. Los veranos no son ahora más cortos. Solo que ahora trabajas y no te alcanzan a nada. Entonces un verano era interminable. Una gozada. Qué ridículas eran aquellas cangrejeras para andar por las rocas que te obligaban a poner tus padres, como eternas las dos horas de digestión antes de volver a bañarte.

Hoy caemos en los mismos errores de nuestros padres. Creo que nos gusta casi repetirlos. Toma rápido el zumo de naranja, que se le van a ir las vitaminas. Cómo piensas salir así, te va a coger el frío. Son pequeños ataques de nostalgia en los que, en el fondo, nos regocijamos soltando las mismas frase de papá y mamá.

El primer videojuego que tuviste fue aquel en el que echabas partidos de tenis con unos palos blancos sobre negro en la tele. Las películas se veían en familia y con horario fijo. Y el descanso era para ir al baño. Las películas con los amigos también eran todo un ritual. Existían los videoclubes por todas partes. Hoy aguanta con uno abierto, en el barrio de Os Castros de A Coruña, José, un tipo tan grande como bueno. Ibas en pandilla al videoclub para pillar Emmanuelle y verla en casa de un amigo, como un acontecimiento, cuando no estaban sus padres, por supuesto. Sylvia Kristel, la actriz, era vuestra diosa. Aunque para disimular en la habitación tenías el póster de Rachel Ward, la de El pájaro espino. No te iban a dejar tener desnuda a Sylvia Kristel, aunque lo intentaste.

Siempre se estaba en la calle. Los bocatas eran de nocilla o de nocilla. Los partidos de fútbol se acababan cuando ya no había luz. Aquellos veranos de EGB y BUP fueron inolvidables. Nada te sentaba mal. Un amigo era capaz de comerse un bocata de chorizo con nocilla como si nada. Y tu hermano abría la lata de leche condensada, le hacía un agujero y se la cepillaba entera cayendo desde lo alto como si bebiese de un porrón dulce.

Tus hijos no tuvieron ni la mitad de postillas que tú. ¿Por qué? Hablas con nostalgia de todas estas cosas con parejas de tu edad mientras ya no sientes los dedos que sostienen la enorme copa de balón del gin-tonic. Están entumecidos. Te los podría cortar Tarantino y no te enterarías. ¿A los que todavía sobrevivimos a la pandemia nos quieren exterminar con el hielo? No, no tienen postillas. O casi no las tienen. Es que los parques infantiles de hoy, muchos, están acolchados. Con lo divertido que era arrancarse las postillas, te va a quedar la marca. Postillas que se reproducían como caparazones marrones en codos y rodillas de tirarte a rolos por los campos de tierra. Y en aquellos veranos también llovía menos, ¿no?