A propósito del merecido reconocimiento a un periodista

OPINIÓN

«El periodismo no es un crimen», dice la pancarta de uno de los manifestantes de las protestas a favor de la libertad de prensa en Berlín después de que se investigase a dos escritores del blog «Netzpolitik»
«El periodismo no es un crimen», dice la pancarta de uno de los manifestantes de las protestas a favor de la libertad de prensa en Berlín después de que se investigase a dos escritores del blog «Netzpolitik» BRITTA PEDERSEN

20 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Me hubiera gustado asistir al acto en que el ayuntamiento de Gijón entregó la medalla de plata de la ciudad a José Antonio Rodríguez Canal. No solo acertó la corporación gijonesa al premiar al veterano periodista, sino con todos los galardonados. Siempre tuve afecto a Paco Prendes y a Xosé Bolado, ambos fueron antifranquistas y realizaron una meritoria labor cultural, a Sepúlveda lo conocí muy superficialmente, aunque aprecio su obra; los tres merecían el reconocimiento, pero el caso de Canal es para mí diferente.

Durante mi infancia, Canal era una especie de encarnación telefónica de El Comercio. Era quien solía llamar a casa y dejaba recados si, debido los horarios del periodismo preinformático, que obligaba a trabajar hasta altas horas de la madrugada, mi padre no se había levantado todavía a esa hora de la mañana; también era a quien él llamaba a la temprana hora de su cena, antes de volver al periódico, si cualquier suceso lo exigía, o cuando estábamos en Galicia. Supongo que lo conocí entonces, en alguna de las ocasiones en que mi padre me llevaba a ver la redacción y las máquinas, pero lo recuerdo más de la época de mi adolescencia/juventud, a comienzos de los ochenta, en los tres años escasos en que estuve en Gijón entre el final de los estudios de licenciatura en Oviedo y el traslado a León. Volví a tratarlo después del fallecimiento de mi padre y le agradecí, como toda la familia, el cariño que siempre mostró hacia él. Sé que era mutuo, solo recuerdo palabras de aprecio hacia Canal y la sensación de que tenía en él plena confianza. De hecho, tras la jubilación del que había sido su director durante más de cuatro décadas, hizo de puente entre dos épocas en El Comercio desde el puesto de director adjunto.

A nadie se le oculta que las ideas políticas de Canal y las de mi padre eran notablemente distintas, pero eso no fue un obstáculo para la buena relación profesional y la amistad personal, puede que no esté de más recordarlo en estos tiempos.

Quizá sea oportuno aprovechar el galardón para, además de felicitar a José Antonio Rodríguez Canal, reflexionar sobre la profesión de periodista, amenazada violentamente en muchos países, admirada en ocasiones, temida y denostada con frecuencia.

El periodismo se ha hecho imprescindible en la Edad Contemporánea, no solo como fuente de información sobre política, economía, acontecimientos internacionales o sucesos, ni como creador de opinión, sino como forma de entretenimiento. Hay quien prioriza las secciones o publicaciones llamadas «de sociedad», o de «moda», otros solo se interesan por el deporte, hay un público específico para temas culturales, todo ello es periodismo; sin él, nuestra vida sería completamente distinta.

El periodismo informa, entretiene y forma, su libertad garantiza la del sistema político. No es casual que las Cortes de Cádiz decretasen en primer lugar, en 1810, la libertad de imprenta. Suponía también el fin de la censura para los libros, pero su justificación, válida para todo tipo de impresos, era que permitiría expresarse a la opinión pública y, a la vez, contribuiría a formarla.

Imprescindible, deseado, pero también odiado, puede molestar por el simple hecho de informar o por sus opiniones. Ha sido así desde sus orígenes. El poder siempre quiso controlar la información, aunque a las tiranías esa política no les resultó necesariamente rentable. Hace dos siglos, el bloqueo informativo de Fernando VII, al fomentar el rumor, convirtió la expedición de Riego por Andalucía en una sucesión de hazañas victoriosas, lo que contribuyó a animar a los liberales del resto del país. Mi padre solía contar que, en una de las huelgas mineras de comienzos de los años sesenta, le ordenaron publicar un llamamiento a la vuelta al trabajo, su respuesta fue que no podía hacerlo ya que no había huelga en las minas. El llamamiento oficial se publicó, pero él consiguió informar sobre un conflicto que el régimen había querido ocultar.

Si la simple información puede resultar conflictiva, más lo es la opinión. La crítica nunca es agradable para quien la recibe, pero es indispensable en una sociedad libre. Lo importante en este aspecto es la pluralidad de los medios, que los nuevos autoritarismos intentan controlar ahogando a los críticos con pretextos variados, aunque no deroguen formalmente la libertad de expresión.

No resulta barato publicar un periódico impreso o mantener una emisora de televisión o radio de amplia difusión, por eso, incluso cuando el Estado no pone trabas, existe el riesgo de la aparición de oligopolios informativos, en manos de pocas y poderosas empresas, que dejen sin voz a parte de la sociedad. Hoy, los medios digitales corrigen esa distorsión, pero no deja de ser una anomalía española que, en un país en el que la mitad de la población vota a la izquierda, solo uno de los cuatro periódicos impresos madrileños con difusión estatal mantenga una tendencia liberal de centroizquierda. Que en las empresas predomine cierta inclinación ideológica, muy marcada en tiempos de polarización política, condiciona la labor de los periodistas, obligados a mantener un delicado equilibrio entre sus criterios y los de quienes pagan sus sueldos.

En la época de Riego, en el Trienio Liberal, nacieron, literalmente, centenares de periódicos, aunque muy pocos lograron asentarse y sobrevivir hasta la invasión francesa. Los de mayor venta y estabilidad fueron el conservador y afrancesado El Imparcial, el constitucionalista, pero moderado, El Universal, que era el que ofrecía más información y fue más longevo, y el liberal, que hoy definiríamos de centroizquierda, El Espectador. Los radicales, como El Eco de Padilla, sufrieron, quizá, que solo la minoría medianamente acomodada sabía leer y podía pagar el periódico, la excepción era el satírico El Zurriago, algo así como El Jueves de hace dos siglos, denostado por todos, pero parece que leído hasta por Fernando VII, que disfrutaría especialmente cuando despellejaba a sus ministros. Entonces los periódicos, muy militantes, no tenían empacho en censurarse unos a otros y entablar interesantes debates.

Quizá uno de los defectos del periodismo español actual es su excesivo corporativismo. Salvo en casos excepcionales, se evitan las críticas entre medios; si llegan desde fuera, se rechazan como «ataques»; si hay debates, no son explícitos. Probablemente sea otra herencia del franquismo, época en la que toda la profesión vivía bajo amenaza, incluso los periodistas ideológicamente próximos al régimen. Desde luego, no todos los periodistas son santos, ni todos los medios persiguen informar con veracidad. No se vea hostilidad en esta afirmación, fue mi padre el que me descubrió las películas «Primera plana» y «Luna nueva», magníficas, por otra parte. En cualquier caso, una cosa es la crítica a periodistas o medios de comunicación y otra muy diferente la pretensión de censura o la descalificación del discrepante, algo tampoco infrecuente en estos tiempos.

Siempre disfruté con la lectura de los periódicos, que desde muy joven incluyó también con los que me irritaban, así aprendí a valorar su utilidad y sus limitaciones como fuente para la historia. Nada más engañoso que reconstruir el pasado con la lectura de uno solo, lo mismo puede aplicarse al análisis del presente, por mucho que los buenos se esfuercen por informar incluso de lo incómodo para su línea editorial y en separar la opinión de las noticias, un sano principio que, como vemos todos los días, no es fácil de aplicar cuando el activismo pasa a primer plano.

Enhorabuena a José Antonio Rodríguez Canal y ánimo a los periodistas, héroes o villanos, sois imprescindibles.