Hacerse un Walden

OPINIÓN

María Pedreda

29 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Alguna vez he pensado cómo sería mi vida si me diera por irme a un lugar recóndito en la naturaleza. A vivir una vida de esas que se dicen de verdad. Vivir lo esencial, en contacto con la Tierra y la tierra, siendo un extraño en una realidad que no me corresponde, un intruso.

No puedes huir de ti mismo. No es sencillo, aunque en mi caso sería más complicado por llevar a cuestas un pasado algo difícil. Entiendo que hay gente que se larga a vivir en lo salvaje y le gusta, de verdad lo entiendo. Pero al final todo es más bien solo un poco salvaje. Salvajito. No puedes huir de la tecnología. Una casa en el monte es tecnología. Una brújula, casera o no, también lo es. Una bomba de agua es tecnología. Hacer fuego también lo es. La ropa de invierno para no morir congelado en enero no te la vas a hacer con el mamut que cazaste ayer. Y está el sexo, claro. El sexo entre especies no está bien y hacerlo solo no necesita un monte y una cabaña y desde luego no sería muy salvaje. Puedes cortarte partiendo  y perecer de una infección si no tienes un médico cerca. Y tienes que lavar a mano como hacían mi madre y mi abuela cuando vivían mal. Muy mal. Y además, necesitas dinero. Todo mal.

Henry David Thoreau dijo que su Walden estaba escrito para aquella gente que está descontenta con su vida y que quieren mejorarla. También para aquellos «aparentemente ricos», pero que en realidad solo lo son por tener muchas cosas materiales. Lo que viene siendo de toda la vida un rico a secas. Uno que vive mejor que tú. Desde entonces ha habido mucha gente haciéndose un Walden, aunque no tanta como podría parecer dado lo divino de esa forma de vivir.

Hace tiempo leí una novela de Joe Wilkins, El hueco de las estrellas. Es un libro conmovedor. Se me quedó grabado a fuego. La trama se desarrolla en un pueblo de las Bull Mountains, en Montana. Uno de los personajes, al que solo conocemos a través del diario que dejó a su hijo, un hombre rudo, conservador, de esos de rifle y nación, apegado a su tierra, descubre al enfrentarse a ella, a su dureza, con lo puesto, que quizá ese amor no lo tiene la tierra que ama por él. Que no está hecho para esconderse en las montañas para siempre. Y tampoco puede huir de las personas que ama. Que no hay nada idílico en el sufrimiento. Que hablas al aire. Que nadie te escucha.

La sola idea de vivir asolado por los fantasmas que enterré me produce escalofríos. No me disgustaría vivir en una población pequeña, pero no quiero ni pensar en una que sea tan pequeña que solo me incluya a mí. Me gusta ver gente. Me gusta la gente aunque no interactúe mucho con ella. Me gusta hasta la gente que no me gusta, la que creo que se equivoca y hasta la gente de mal vivir.

Para tirarse al monte hace falta dinero. Vivir en la naturaleza va un poco más allá de una casita mona en el campo y más allá de un retiro espiritual donde escribir un libro sobre tu retiro espiritual. Y luego está ese rechazo a la misma sociedad a la que vas a intentar venderle tu libro, esa misantropía mal disimulada y esa cartera llena. Esa ausencia de compromisos que solo tiene la gente con dinero no es una lección de vida. Cuando sabes que podrás volver y seguir teniendo la cuenta del banco bien repleta es un poco obsceno querer convencerme de que compre tu libro sobre vivir falsamente con nada. No sé, quizá esté un poco harto de tanto pijo metido a Jeremiah Johnson.