Los tres escollos de la burocracia

OPINIÓN

Eduardo Parra

29 jul 2021 . Actualizado a las 09:22 h.

La burocracia, en todos los países del mundo, está -como el universo- en continua y acelerada expansión. Es su naturaleza, porque ese crecimiento aumenta su flexibilidad, su capacidad de adaptación y su competitividad. Pero también es su mayor riesgo, porque la hipertrofia burocrática siempre se traduce en elevados costes, grandes dificultades para dirigirla y coordinarla, y en una ineficiencia insoportable.

El motivo por el que este análisis estructural, casi académico, se cuela en un comentario de actualidad es el anuncio de que Félix Bolaños y Óscar López están desmantelando la megalómana estructura que habían montado Carmen Calvo e Iván Redondo para decorar y dar brillo a su enorme y difuso poder, y cuyo resultado es la supresión de 17 departamentos y más de 40 altos cargos que estaban incrustados en el ministerio de Presidencia. Y lo que queda de manifiesto tras este zafarrancho de limpieza -tan arroutado como la previa acumulación de tanta basura burocrática- es que este tipo de desórdenes y zarandajas solo pueden explicarse como rebabas contagiosas de la atrabiliaria decisión de crear 22 ministerios y 4 vicepresidencias sin más objetivo ni intención que el de equilibrar y engrasar, con dinero público, los problemas de la coalición de agua y aceite que nos gobierna.

Cuando estas cosas suceden, es frecuente que tanto la crítica popular como la que hacen los expertos y académicos se centre en el elevado coste de estas aventuras, que, aunque a veces se califica como «el chocolate del loro», suele tener derivas presupuestarias de enorme y escurridiza envergadura. Y por eso quedan siempre ocultas otras dos disfunciones que son, a mi juicio, mucho más graves que la económica.

El mayor problema de las burocracias hipertrofiadas es su ineficiencia, ya que lo que podría ganarse por las vías de la especialización y el aumento de personal y medios de gestión, se pierde en trámites de coordinación, fragmentación de procedimientos, competencia interna de poderes y beneficios, circulación absurda de papeles, e incremento de inspecciones y fielatos, que generan en la propia burocracia y en los departamentos a los que sirven la preocupante imagen de los pollos sin cabeza, que es lo que caracterizó, hasta ahora, la imagen de este Gobierno.

Y el segundo desastre se produce cuando la fragmentación de competencias y procedimientos, y la conversión del itinerario administrativo en una yincana burocrática, los ciudadanos, las empresas, los ministerios y sus dependencias, y el propio Gobierno, dejan de entender el modelo, quedan desprotegidos de las inercias de gestión y de la racionalidad que antes tenían las denominaciones de los departamentos y servicios, y acaban perdiéndose en un maremágnum de trámites y paseos que hacen costosa e ineficiente su relación con los funcionarios y la Administración. Este -y no el Falcon- es el problema más grave de la España de hoy, que, por lo que veo, ni vamos a corregirlo, ni tenemos conciencia exacta de su dimensión y existencia.